‘Inclinación de mi estrella’, la última colección de poemas de Enrique García-Máiquez, confirma su capacidad para trascender lo cotidiano y encontrar la gracia y la revelación en la debilidad humana
Enrique García-Máiquez es un escritor multitarea. Pródigo en columnas, ensayos y presentaciones, cultiva también flores más sutiles como los haikus, los aforismos, o los versos, y a todo se acerca desde un yo literario del que podríamos decir que es uno y trino, por usar una metáfora que tanto puede agradarle como provocarle un inmenso rubor. Y es que el aforista se cruza con el poeta, los haikus aterrizan en las columnas, y los versos a veces anticipan ideas que luego desarrollará en algún artículo. Y todo desde un costumbrismo que ha terminado por impregnar todas las facetas, si bien en cada una adquiere el acento preciso.
Lo prodigioso de tarea tan hercúlea, aunque él finja y diga que no es para tanto, es el modo como nuestro poeta sostiene en el aire este juego de malabares literario. Hay un truco, desde luego, que él no esconde: cuando alguna pelota se cae al suelo también nos lo cuenta, y lo hace de tal modo que casi la queremos más que a las otras que, ufanas y orgullosas, se habían resistido a la gravedad. En Enrique García-Máiquez la flaqueza, la debilidad, las contradicciones, los anhelos y los desconciertos son materia literaria de primer orden, de modo que a la sombra de sus versos aflora una humanidad con la que, más allá de los detalles biográficos, nos reconocemos sin remedio. Sus meteduras de pata nos redimen de las nuestras y nos ayudan a mirarnos con humor. Y su optimismo militante, o mejor, su visión esperanzada de la existencia, nos desafía, porque es difícil ganarle la apuesta pero, después de leerle, no nos queda más remedio que intentarlo.
Todas estas virtudes, depuradas y perfiladas todavía más si cabe, se encuentran en su último poemario, Inclinación de mi estrella, en el que García-Máiquez se acoge a la protección de Fray Luis de León, en el pórtico, y de Miguel de Cervantes, en el cierre final, para revelarnos que la tarea poética es una vocación que se sobrepone al sujeto, que va más allá de la voluntad racional.
Hay mucha reflexión meta poética en la obra de nuestro hombre, pero en este poemario quizás se supere. Por un lado en ‘Inspiración’, donde nos presentan el escalofrío, la risa y la sorpresa como el germen de una poesía que se cuela de incógnito, como un espía, pero que sólo cobrará vida si se sabe ver. Y aún más explícitamente en ‘De una vez’ donde describe la poesía de este modo: «Esas pocas palabras que florecen entre el silencio y el ruido, luz en las grietas de un muro de palabras, de palabras sin más, y de silencios». Podríamos decir que el arte poético de García-Máiquez se resume en esta idea: encontrar la luz, y la gracia, en las grietas de la cotidianidad y de lo común.
El amor es el otro gran tema de ‘Inclinación de mi estrella’, y comparte con la poesía el rechazo del tedio. Porque García-Máiquez será, que lo es, el cantor de la vida doméstica y conyugal, pero no es un poeta del aburrimiento. O, en todo caso, lo es del falso aburrimiento, del que lo parece, pero no lo es, porque al mirarlo con cuidado revela un brillo escondido inesperado. Lo divino, el tercer eje de sus preocupaciones, conecta también con este registro. La gracia es justamente la capacidad para ver la realidad más allá de la rutina, en lo que tiene de revelación de una dimensión que trasciende lo obvio.
Hay ejemplos de haikus también en esta obra, si bien con su toque personal. ‘Por empatía, la luna casi llena me gusta más’, proclama. Y es que podríamos decir que toda la poesía de García-Máiquez es una reflexión sobre esa condición incompleta de lo humano, y sobre la tensión que le lleva a anhelar una plenitud que sabe que nunca alcanzará en esta vida. Y, sin embargo, el intento merece la pena pues la naturaleza de la propia aventura recompensará al viajero con unas cuantas dulcísimas gotas de satisfacción profunda. No es casualidad que en este libro el poeta se identifique con Ulises y su Odisea.
En los poemarios de García-Máiquez siempre hay algún verso que nos conmueve menos, pero, a cambio, con otros nos arrolla. De éste, a mí me tocan especialmente dos de explícita temática religiosa pero de fondo rabiosamente humano: ‘La profecía’, y ‘Manual de uso para la Resurrección’. Porque García-Máiquez, gracias a Dios, hace poesía en zapatillas, y es sólo desde esa humanidad desde la que se eleva hacia las más altas cimas.
La satisfacción por la condición paternal aparece de nuevo aquí, con formas sorprendentes e inesperadas, y hacia el final el poeta se atreve incluso a ofrecer un breve vademécum para la buena vida: «Que sean muy felices los que quieran, aunque yo les deseo algo mejor. Reírse de sí mismos sin reparos, tratar a los demás sin pretensiones, y parecer felices a los ojos de aquellos que les aman». ‘Inclinación de mi estrella’ es la prueba viviente de que no hay ninguna impostura en ese prontuario vital, pues sus poemas son la perfecta demostración práctica de su aplicabilidad.