La dote de mi mujer incluía los libros que, a lo largo del instituto y la universidad, se fue comprando para las diferentes materias, sobre todo, como es natural, para Lengua y Literatura. Entre los consabidos ―El Lazarillo, Rimas y Leyendas, el que le tocara de Baroja o La verdad sobre el caso Savolta―, había uno nuevo para mí. Se trataba de Homero, Ilíada de Alessandro Baricco, y estaba publicado en la colección narrativa de Anagrama. Me sorprendió lo de Anagrama porque no es una editorial, digamos, escolar; y también me sorprendió el tema homérico porque mi mujer había estudiado en un colegio sevillano, femenino y de bien. ¿Homero? ¿En Las Irlandesas?
Claro que no era Homero del todo, sino Homero según Baricco. Al hojearlo confirmé que se trataba de una adaptación de menos de 200 páginas que había acometido el tal Baricco para una lectura pública. Lo coloqué en la estantería del ostracismo, a la que van a parar los libros heredados o regalados, los que he agradecido una y mil veces, luego hojeado y por último colocado sin la intención de moverlos hasta que llegue el día de mi muerte y mis herederos se peleen para no hacerse cargo de la biblioteca. Allí quedó lo que tenía toda la pinta de ser una de las muchas desfachateces que pueblan este mundo.
Sin embargo, por circunstancias que no me voy a detener en detallar, en las últimas semanas el ejemplar ha pasado de apartado a legible, de legible a leído y, después de leído, a la envidiable categoría de disfrutado. Con ello se ha ganado abandonar la oscura estantería en que reposaba. No lo tenía fácil, y no solo por su condición de libro caído del cielo, sino también porque, entre las decisiones que definen su trabajo, Baricco explica que decidió eliminar las intervenciones divinas en los lances de la lucha por Troya. Me pareció atroz que, con vistas a modernizar el texto, hubiera que secularizarlo. El disgusto, no obstante, se me pasó pronto: primero, porque los dioses, aunque no intervengan como parte del dramatis personae, son invocados, interpelados y les llega el humo de los sacrificios; segundo, porque el resto de las decisiones son acertadas, por ejemplo, la de narrar la historia a través de una sucesión de monólogos, como Faulkner en Mientras agonizo, lo que hace que el texto tenga piel, y la piel, temperatura.
Otro de los riesgos era que lo homérico acabara por diluirse hasta la adulteración. Al fin y al cabo, Baricco no trabaja sobre el original, sino sobre una traducción al italiano, con lo que estaríamos ante un colado de un colado, el cual, para llegar al español, ha tenido que ser colado de nuevo, ahora por Xavier González Rovira, quien por su parte se apoyó en la traducción de Emilio Crespo. Parece el juego del teléfono escacharrado, y así lo reconoce Baricco: «Un texto griego traducido al italiano que es adaptado en otro texto italiano y, al final, traducido, pongamos, al chino. […] La posibilidad de perder aunque sólo sea la fuerza del original homérico es indudablemente elevada».
Una empresa temeraria que, con todo, diría que cuajó. El texto es bellísimo, y aunque no se puede decir que sea de Homero, es indudablemente homérico. Que sería mejor leerlo más cercano a la fuente, no cabe duda; sin embargo, no siendo eso posible para la mayoría de los lectores, la alternativa no es mala del todo. Este Homero, Ilíada está en la línea de la adaptación que Andrés Trapiello realizó de El Quijote, menos respetuosa y trabajada en el caso italiano, pero animada por la misma pretensión de eliminar lo que de caduco o arcaico hay en aquellas para que, así, mejor reluzca lo eterno que contienen, siendo esto último lo que, en definitiva, las eleva a la condición de clásicos.
Desde luego algo hay que hacer, al menos en el ámbito docente, sea con antologías, adaptaciones, chapa y pintura o incluso, como es lo de Baricco, desollamientos. Las pulcritudes filológicas están muy bien, pero llegan a momificar, y a nadie, fuera de los departamentos universitarios, le conmueve una momia. Así, puede que a veces una pequeña traición o infidelidad sea mejor que el olvido, porque como reverenciemos demasiado a los clásicos, se nos mueren, y nada hay que vaya más en contra de su naturaleza.
Atractiva Ilíada, reescrita en un ritmo rápido y vibrante... Sabe conservar su soberbio esqueleto, su monumental prestancia y su hondura trágica
Literalmente he devorado la Ilíada de Baricco. Es hermosa, sutil, envolvente de principio a fin