X
Reseñas
literarias
Louis Ferdinand Celine

Guerra

por:
Jesús Beades
Editorial
Anagrama
Año de Publicación
2023
Categorías
Sinopsis
Un acontecimiento literario: la novela perdida de Louis-Ferdinand Céline sobre sus experiencias en la Primera Guerra Mundial. La peripecia del manuscrito de Guerra es novelesca. En las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, al huir de Francia con otros colaboracionistas de los nazis, Louis-Ferdinand Céline dejó dos maletas repletas de manuscritos. Alguien las sustrajo, y su pista se perdió durante décadas, hasta que se recuperaron en 2021 y se procedió al estudio del material que contenían. El primero de los textos en ver la luz es el que el lector tiene en sus manos, escrito entre las dos obras maestras que el autor publicó en el periodo de preguerra: Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito. El rescate de esta novela inédita es, pues, un acontecimiento literario. ¿Qué es Guerra? Como otras novelas de Céline, es un libro con un elevado contenido autobiográfico, que mezcla realidad y ficción. El brigadier Ferdinand es gravemente herido en el frente de Flandes durante una de las cruentas batallas de la Primera Guerra Mundial. Destruido física y moralmente, es evacuado a un hospital al norte de Francia, donde una enfermera inasequible al desaliento se hará cargo de él, y Ferdinand se relacionará con diversos personajes. Escrita con el característico estilo visceral, brutal y radical de Céline, la obra retrata la guerra como enloquecido matadero, y en sus páginas se cruzan, con crudeza y voluptuosidad, la muerte y el sexo, el dolor y la sensualidad, la destrucción y la pasión.
Louis Ferdinand Celine

Guerra

Mucho antes que Emmanuel Carrère, Louis-Ferdinand Céline desarrolló una literatura de ficción biográfica a tumba abierta. Cambiando algún nombre aquí o allá, salpimentando anécdotas y novelando a partir de hechos reales, elaboró una prosa áspera que revela su propio yo de una forma impúdica, inverosímil muchas veces para el lector. No podemos dejar de leer sus descripciones soeces como no podemos apartar los ojos cuando pasamos junto a un accidente de tráfico. Algo humano –la sangre que llama a la sangre– nos atrae y acudimos hipnotizados a lo sórdido. Su ritmo es implacable, sus imágenes delirantes, su procacidad insoportable.

A ratos, llega a recordar a León Bloy en el sentido en el que Jünger lo definía: el diamante en mitad de su propio montón de excrementos. Celine no es para todos los paladares, y eso al margen de la consabida polémica sobre sus simpatías filonazis (asunto extra-literario, por lo demás). Entre lo repugnante, lo visionario-poético, el feliz aforismo y la sensación de estar ante de unas las mejores mentes –dañada y en duelo– de una época terrible, se pasan las páginas con energía y con la sensación de no estar perdiendo el tiempo con su lectura. Si se superan los primeros escrúpulos, la prosa de Céline nos toca de una forma directa, rápida como un disparo en el pecho. Late en sus líneas algo extraño, desconcertante, que da miedo y a la vez asco, pero que se aferra a la vida. Lo humano derribado, machacado, pero no del todo aniquilado. Nuestro rostro entre las ruinas.

Baúl con tesoros

Sucede que han aparecido manuscritos de Céline sesenta años después, pero no al modo de tantos catedráticos y profesores universitarios que organizan una década entera de su carrera en torno a cuatro papeles semi-inéditos de Juan Ramón o de Ortega y Gasset, y que no aportan gran cosa al corpus de sus obras. No, en este baúl robado en su momento a Céline, y que ahora obra en poder de sus herederos, hay carne magra: esta pequeña novela, de título Guerra y, entre otras, la continuación, Londres, que aún no se ha dado a la imprenta.

Tienen relación temática y cronológica con las obras conocidas de Céline, asunto del que se ocupa el clarificador prólogo de François Gibault, relacionando nombres con libros, y sus variaciones. El biografismo de Céline apenas maquilla con nombres inventados, y no siempre, los de la realidad, y además los utiliza de manera desordenada en obras distintas. La nota del editor literario, Pascal Fouché, se limita a aclarar dónde el manuscrito resultaba ilegible y dónde se han introducido aclaraciones de tachaduras entre corchetes, así como su criterio para ordenar el material. Un trabajo editorial riguroso, en definitiva.

La rosa y el estiércol

Cuál fue mi sorpresa al encontrarme en la novela, con toda naturalidad, la escena de una jefa de enfermeras de campaña aliviando al recién llegado convaleciente con una masturbación bajo las sábanas. Al parecer, no era infrecuente este tipo de medida para ayudar a soportar el sufrimiento cuando escaseaban los analgésicos o era demasiado agudo el dolor. Céline toma está situación, tal vez biográfica, y la retuerce y estira hasta componer una trama grotesca. Tiene el don de conectar la rosa y el estiércol en la misma página, en el mismo párrafo. Miren, si no, el arranque de la página 102: «Qué esfuerzo, acordarse con precisión de las cosas cuando han pasado tantos años. Las cosas que dijo la gente casi se han convertido en mentiras. Hay que desconfiar. Es un cabrón, el pasado, se mezcla con la ensoñación. Por el camino se aprende cancioncillas que nadie le ha pedido. Vuelve a nosotros vagando, maquillado con lágrimas y arrepentimientos. Es un disparate (…)». Y aquí uno siente la potencia poética de este comienzo, casi tentado de copiarlo como cita para un libro propio… Hasta que sigue leyendo: «Entonces hay que pedirle auxilio a la verga, enseguida, para aclararse. El único medio de hacerlo es un medio de hombre. Una empalmada salvaje pero sin ceder a la paja. No. Toda la fuerza sube al cerebro, como suele decirse».

Ruido que ya no se acabará nunca

Pero no caigamos en el error de señalar sólo sus pasajes sexuales más sórdidos. Apenas son un cinco por ciento del total, aunque muy llamativo. El libro comienza con el relato más o menos fidedigno de las circunstancias de Céline cuando fue herido en la Gran Guerra, y avanza a partir de ahí, de lo real a lo novelado, por una suave pendiente. Aquí ya deja por escrito cómo había cambiado su vida para siempre por la herida en su cabeza y los zumbidos en el oído, y creo que es una de las mejores definiciones de un autor dadas por él mismo: «Para ser capaz de pensar, aunque fuera una pizca, tenía que volver a empezar una y otra vez, como cuando hablamos con alguien en una estación y pasa un tren. Una pizca de pensamiento muy fuerte cada vez, una detrás de otra. Os aseguro que es un ejercicio que cansa. Ahora ya estoy entrenado. En veinte años se aprende. Tengo el alma más dura, como un bíceps. Ya no creo en las aptitudes; he aprendido a hacer música, a dormir, a perdonar y, como veis, también a hacer bella literatura, con trocitos de horror arrancados al ruido que ya no se acabará nunca».

También te puede interesar