La reedición de ‘I, me, mine’, su libro de letras y memorias, nos devuelve al Beatle más espiritual, que combatió los engaños de la existencia y del ego.
‘Viviendo en el mundo material’ se titula uno de los discos más populares de George Harrison, quizás porque es de los que mejor expresa, desde el título, la tensión espiritual que sacudió la existencia del ex Beatle: en su persona convivían dos dolorosos opuestos: un arrebatado afán de depuración del alma, en un camino de búsqueda de Dios mediante la meditación, la oración y la música, y la realidad de una existencia apresada por obligaciones tan prosaicas como los negocios o el trabajo.
Harrison no fue un santo, pero como músico se la jugó por Dios, apostando por una música que, a menudo, era confesional, aunque no se adscribía a ninguna iglesia, y lo hizo de un modo que pocos intérpretes célebres han secundado. En el terreno personal, realizó muy notables progresos en el campo de la conciencia, el desprendimiento del ego y el combate con el narcisismo, así como en la aproximación cada vez más íntima a Dios y a la divinidad que todos llevamos dentro. Pero, sobre todo, fue coherente hasta el final con su búsqueda: nunca se rindió y tras cada caída se levantaba para continuar.
‘I, me, mine’ (Yo, mí, mío) es un libro de memorias que recopila todas sus letras, acompañadas de algunos comentarios y reflexiones de Harrison sobre su vida y trabajo como compositor. Publicado inicialmente en 1980, llevaba muchos años sin reeditarse, y hace unos meses la editorial Libros del Kultrum decidió lanzarlo en castellano, con la traducción española de todas las letras, en la versión más completa y actualizada posible, con reproducciones de las cuartillas donde George escribió sus letras a mano, y con un generoso apartado gráfico.
A destacar entre las fotos muy especialmente aquellas que muestran al Harrison niño o adolescente, en las que ya se detecta en su mirada esa mezcla de inocencia, curiosidad y escepticismo que le acompañaría toda la vida. Rasgos a los que, muy pronto, añadió otros dos: una calidez arrebatadora y una socarronería muy característica. Tanto podía ser encantador como excesivamente sincero, a juicio de quienes le trataron.
No puede negarse que la obra compositiva de George Harrison es irregular. Capaz de cimas absolutas como algunas de las canciones que escribió para los Beatles -‘Something’, ‘Here comes the sun’, incluso ‘While my guitar gently weeps’- y un buen puñado de su carrera en solitario, especialmente ‘Beware the darkness’, ‘Give me love’, ‘My sweet love’, entre otras. Pero también es autor de temas mucho más mediocres o fallidos y hay pocos discos en su carrera que puedan considerarse redondos, con la excepción de ‘All things must pass’, su brillante debut.
Lo que no puede discutirse es que estamos ante el cantante más persistentemente espiritual de la historia del pop y el rock. Y uno de los pocos que se tomó en serio la ‘vía India’ de exploración interior. Otros, como Bob Dylan, tuvieron su conversión y sus años de proselitismo, pero nadie como George Harrison fue tan coherente ni dedicó tantas canciones, durante tanto tiempo, al anhelo y la alabanza de Dios. ‘The inner light’ (La luz interior), ‘My sweet lord’ (Mi dulce señor), ‘Awaiting on you all’ (Aguardándoos a todos vosotros), ‘Hear me, Lord’ (Escúchame señor), ‘Give me love (give me peace on earth)’ (Dame amor, dame paz sobre la tierra), ‘The lord loves the one that loves the Lord’ (El señor ama a aquel que ama al señor), o ‘The light that has lighted the world’ (La luz que ha iluminado el mundo) son sólo algunos ejemplos que tratan expresamente la cuestión de Dios, pero podrían citarse más, y el número todavía crecería en mayor medida si incluyéramos aquellos temas que mencionan el asunto indirectamente o de forma lateral. Harrison tiene poca competencia en esta liga de los cantantes pop famosos entregados a la prédica religiosa y la reflexión espiritual.
Todo comenzó en realidad con ‘My sweet lord’, durante las sesiones de grabación de su primer disco en solitario (‘All things must pass’) que terminaría siendo un triple Lp. El talento de George se había visto opacado en los Beatles por el de Lennon y McCartney, que apenas le habían dejado hueco para uno o dos canciones máximo por disco. De modo que, cuando llegó la ruptura de los ‘fabulosos cuatro’, se encontró con un arsenal de temas imponente que dieron forma al que, sin discusión, es su disco más ambicioso y equilibrado. Su definitiva conversión en el Beatle espiritual comenzó con ‘My sweet lord’ porque era la canción más explícitamente religiosa que había compuesto hasta entonces, y porque el productor Phil Spector decidió lanzarla como single, lo que causó un gran nerviosismo a Harrison.
“Pensé mucho en si hacerla o no porque me iba a comprometer públicamente y preveía que un montón de gente reaccionaria de una manera rara. Muchas personas tienen miedo de las palabras ‘Señor’ y ‘Dios’ y, por alguna extraña razón les incomodan”, recuerda en su libro de memorias ‘I, me, mine’. “La cuestión era que estaba jugándome el pescuezo porque a partir de este momento tendría que estar a la altura de algo determinado, pero, al mismo tiempo, pensé: ‘Esto no lo dice nadie; ojalá fuera otro el que lo hiciera”. El vértigo que sufre todo el que se aleja del camino trillado lo sufrió también uno de los mitos del rock.
La canción, sin embargo, debió llegar en un momento adecuado porque fue muy bien recibida. Seguramente ayudó su explícito ecumenismo, que agrupaba a todas las creencias en Dios en torno a una misma alabanza común. Y así expresiones como ‘Hallelujah’ o ‘Hare Krishna’ convivían con naturalidad en un tema que apelaba a lo esencial. Y que no se presentaba de forma arrogante, como la exhibición de una certeza fuerte, sino como la expresión de un anhelo profundo que se reconocía como un deseo difícil de alcanzar. El disco fue un éxito y la canción todavía más, pero se vio enturbiado por una acusación de plagio que denunciaba las similitudes del tema de Harrison con ‘He’s so fine’, composición de Ronnie Mack para las Chiffons. Un juez reconoció la existencia de similitudes, pero decretó que no había existido voluntad de plagio, lo que no impidió que los royalties del tema estuvieran bloqueados durante años por esta causa.
“En realidad, nunca me he visto como una persona que compone canciones a modo de oficio”, admite Harrison en ‘I, me mine’. “Mi principal objetivo es desprenderme de algo que me inquieta, desahogarme, en lugar de intentar ser compositor”. En realidad así funciona toda creación: el resultado es mejor si quien escribe no lo hace por un propósito, sino por necesidad. Más adelante reconoce que “componer canciones es como ir a confesarse”.
En el epílogo de ‘I, me, mine’ Harrison justifica su contención en el recuerdo de su vida apelando a una sentencia clásica: ‘No digas todo lo que sabes, porque el que dice todo lo que sabe muchas veces dice más de lo que sabe’. El músico admite que esta máxima le acompañó de forma omnipresente durante todo el proceso de edición del libro y el lector encontrará en esta confesión la explicación de una cierta insatisfacción. Casi todo lo que el libro cuenta tiene interés y hay poco desperdicio, pero el repaso de su vida es muy somero -aún contando con el apoyo de los textos de Derek Taylor, testigo de muchos de los hechos que cuenta- y las explicaciones sobre muchas canciones todavía más.
Aun así, el lector se encontrará con referencia a asuntos de la vida de los Beatles no demasiado conocidos. Entre ellos, por ejemplo, el dato de que durante su polémica gira en Estados Unidos -en la que fueron acosados a causa de las declaraciones de Lennon diciendo que eran más populares que Jesucristo- su avión fue tiroteado. Una circunstancia que ellos ignoraron en su momento y que Harrison descubrió al reencontrarse, tiempo después, con el hombre que había pilotado aquel aparato.
Otro episodio tiene que ver con la visita de los Beatles a Filipinas donde se vieron atrapados en un penoso enredo provocado por intermediarios que generaron falsas expectativas sin contar con ellos. Al día siguiente de dar su concierto, descubrieron con sorpresa en la televisión que el presidente Marcos les esperaba en el palacio presidencial, aunque nadie había hablado con ellos. Obviamente no asistieron, lo que fue interpretado como una gran ofensa y desaire que tendría consecuencias. Todos se negaban a ayudarles a llegar al aeropuerto y sólo consiguieron abandonar el país tras serles arrebatadas casi todas las ganancias de la actuación.
El libro incluye también algunas confesiones sobre el clima de camaradería que, en general, imperaba en la banda y que era un auténtico refugio para todos ellos. “Los fabulosos cuatro eran algo bueno porque, si uno de nosotros no las tenía todas consigo, los otros le cubrían. Nos protegíamos mutuamente”, recuerda el guitarrista. “En cambio, ahora tienes que estar más en guardia cuando estás solo. A veces los echo de menos. Nos teníamos muchísimo cariño”, recuerda George Harrison, que fallecería veinte años después, en 2001, de un cáncer de pulmón.
También resultan reveladoras sus explicaciones sobre una de sus aficiones más incomprendidas: las carreras de Fórmula 1. Para muchos esta pasión tenía que ver con ese apego a lo material que intentaba combatir, pero al que cedía de vez en cuando. Sin embargo, Harrison no lo veía así. “Ya se que, para mucha gente, las carreras son algo absurdo desde un punto de vista espiritual. Los coches a motor contaminan, matan, mutilan y hacen ruido”. Sin embargo, “ser un buen corredor implica alcanzar una percepción más elevada”, y eso conectaba la experiencia de la Fórmula 1 con sus otras inquietudes. “Aquellos que brillan entre los mejores han alcanzado algún grado de la conciencia” porque tienen que tomar decisiones difíciles a velocidades extremas y buscando algún tipo de equilibro que es muy difícil lograr.
El libro dedica también páginas a su relación con el sitarista Ravi Shankar, que fue para él mucho más que un maestro, amén de contar la génesis y algunas historias poco conocidas del concierto de Bangladesh, el primer megaconcierto benéfico del rock. “La primera persona que me impresionó fue Ravi Shankar, que no hizo nada para impresionarme. Me impresionó por su forma de ser. Me enseñó muchas cosas sin decir una palabra, solo con ejemplos”, reconoce en la película ‘Living in the material world’.
“George no decía gran cosa a propósito de sus propias letras”, reconoce su viuda Oliva Harrison, la mujer que le acompañó los últimos 27 años de su vida. Y en muchos casos el libro ‘I, me, mine’ es la confirmación de esa tendencia. Pero, ay, ese puñado amplio de casos en los que se explaya para explicar el origen de la canción o su sentido dejarán al lector más que satisfecho.
Ya hemos dicho que la dimensión espiritual de Harrison no se limitaba a las canciones de alabanza o plegaria a la divinidad. Hay toda una línea de canciones amorosas en las que el amor no es sólo una cuestión romántica, de atracción sensual, sino uno de los motores espirituales del mundo. Y también hay temas, claro, en los que ambas líneas confluyen, como ‘Fish on the sand’, que es una canción de amor a Dios, pero puede pasar por un tema romántico dirigido a una mujer absolutamente extraordinaria. Y luego otros temas centrados en criticar el apego a los bienes materiales y a los engaños del mundo, como ‘Brainwashed’.
De entre sus temas más místicos destaca ‘La luz interior’, basado en unas frases del ‘Tao te king’ que le envió el profesor de sánscrito español Juan Mascaró, que daba clases en la Universidad de Cambridge. Todavía hoy impresionan sus versos: “Sin salir por mi puerta/ puedo conocer cuanto veo en la tierra / sin mirar por mi ventana / puedo conocer los caminos del cielo. / Cuanto más lejos se viaja / menos se sabe /menos de veras sabe uno”. Un conjunto de versos con un rotundo colofón: “Llega sin viajar / Velo todo sin mirar / Hazlo todo sin hacer”.
Es muy probable que Harrison se acercara bastante a esta forma de estar en el mundo. Aunque también le gustaran los coches, las mujeres y los placeres de la existencia. Y sin olvidarnos de su jardín, que cuidaba personalmente como si fuera una metáfora de su vida interior. Y en sus canciones siempre buscaba el modo de ayudar a abrir la mente de los demás. Como en ‘The answer’s at the end’, en la que afirma: “Conoces mis defectos, deja pasar mis flaquezas / La vida es un largo enigma, amigo mío /Sigue viviendo, sigue viviendo / la respuesta aguarda al final”.