Dix Steele, piloto de combate en la II Guerra Mundial, regresa a Los Ángeles. Lejos de los días de gloria que vivió a los mandos de un avión, se siente desubicado y busca la adrenalina en la caza de presas humanas. En una ciudad inquietante y brumosa, se reencuentra con Brub Nicolai, su viejo camarada, que se ha casado y lleva una vida ordenada y exitosa: se ha convertido en inspector de policía y está buscando a un escurridizo estrangulador de mujeres.
Esta es una novela negra de impronta americana, no inglesa. Es decir, es oscura y violenta, aunque sin perder la elegancia; es una historia de perdedores y fracasados, no un rompecabezas en el que todo encaja al final. Por si fuera poco, el malo se exhibe desde el principio. Bien construida y exquisitamente redactada, con prosa de carboncillo difuminado, se disfruta desde el comienzo, desde su enigmática primera frase: «Se estaba bien allí, de pie en el promontorio con vistas al mar nocturno, mientras la niebla se alzaba como un velo de gasa hasta rozarle el rostro».
«Somos una generación orgullosa, Dix, si nos pinchan no queremos que nadie sepa que sangramos», dice Brub al reencontrarse con su amigo. «Pero la autodefensa es uno de los pocos instintos primarios que nos quedan«. Aunque habla de la guerra, la frase sirve de adelanto de la acción. Ese instinto social de protección social, bien tenso y entrenado, sirve para defenderla de los agresores. Porque en esta historia hay lobos, ovejas y perros pastores.
En 1950, tres años después de la publicación de la novela, se estrenó una película homónima dirigida por Nicholas Ray y protagonizada por Humphrey Bogart y Gloria Grahame, nada menos. El guion, sin embargo, aplica varios giros significativos al material novelístico: además de trasladar la acción a un ambiente de la industria de Hollywood, suaviza el personaje de Dix, que sigue siendo inquietante, pero un poco menos. Con todo, es una de las grandes obras maestras del cine negro y uno de los mejores papeles de la última etapa de Bogart.
Autora de catorce novelas de género detectivesco, Dorothy B. Hughes (1904-1993) estudió periodismo y comenzó su producción literaria con un volumen de poesía. En 1978 fue reconocida como Grand Master por la asociación Mystery Writers of America, un merecido ascenso al Olimpo de la novela negra.
El libro es tan bueno que no necesita, desde luego, el ardid comercial de colocarle la etiqueta de «novela feminista», como si la gran literatura tuviera que recibir un barniz ideológico para volver a estar de moda. La autora es mujer y dos personajes femeninos tienen gran peso en la trama, sí, pero, por suerte, el resultado se parece mucho más a Raymond Chandler que a Simon de Beauvoir.