Mucho le debe la literatura universal al sistema penitenciario. Más allá de la propia literatura carcelaria, de las Prisiones de Silvio Pellico o de las andanzas de Casanova en los Plomos, grandes obras han surgido de la reclusión, a empezar por la más grande de todas, El Quijote, que, si hemos de dar pábulo a la tradición, fue ideado en la prisión de Sevilla o, según otros, en la de Argamasilla de Alba.
De Maqroll el Gaviero, protagonista, a veces in absentia, de las siete novelas agrupadas en el ciclo Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, no sabemos ni su origen o filiación ni su ciudad de nacimiento. Es consecuente con el retrato que hace Álvaro Mutis de este personaje esquivo y apátrida, un exiliado interior tanto como un irredento vagamundo. Lo que sí sabemos son las circunstancias de su alumbramiento como personaje. Y ahí es donde volvemos a prisión.
La forja de Maqroll es posible rastrearla desde bien pronto en la obra de Mutis, que fue poeta de juventud y tardío novelista. Ya en los años 40, en el poema Hastío de los peces, se habla de un «gaviero de la ballenera Garvel, de matrícula holandesa». Ese gaviero tomaría la palabra en la famosa Oración de Maqroll en el poemario Los elementos del desastre (1953), que concluye así:
¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante
y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades,
recostado en las graderías de una casa infame e iluminado
por todas las estrellas del firmamento.
Recuerda Señor que tu siervo ha observado
pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro.
Amén.
Muchos años después, por un extraño asunto de manejos de dinero para la multinacional Esso, Mutis acabó en la prisión mexicana de Lecumberri. De esos 15 meses de internamiento en los años 60 saldrían, dos décadas después, estas siete novelas hermosas y tristes sobre un hombre ante todo errante. «Jamás hubiera conseguido escribir una línea sobre las andanzas de Maqroll el Gaviero, que ya me había acompañado a trechos en mi poesía, de no haber vivido esos quince meses en el llamado, con singular acierto, El Palacio Negro», declaró el escritor colombiano.
El ciclo de Maqroll comprende las siguientes novelas: La nieve del Almirante (1986), Ilona llega con la lluvia (1988), Un bel morir (1989), La última escala del tramp steamer (1988), Amibar (1990), Abdul Bashur, soñador de navíos (1990) y Tríptico de mar y tierra (1993). Lo que aquí se narra, en novelas breves que son como tramos de un mismo y grande río, son las andanzas crepusculares de un hombre transfronterizo. Mutis, amigo de García Márquez pero fruto tardío del ‘boom latinoamericano’, creció entre dos mundos, entre Europa y una finca cafetera de Tolima, Colombia. Ese cosmopolitismo nostálgico, junto con un ansia impotente de aventura que bebe de Conrad y Melville, lo trasladó al carácter de Maqroll, un hombre empeñado en embarcarse en empresas de dudosa solvencia y en atracar en puertos desangelados y mujeres pasajeras, siempre con la conciencia de la futilidad y la presencia de la muerte.
«Ahí estabas, Gaviero loco, despistado como siempre. Nunca aprenderás, con tu aire de marinero desembarcado a la fuerza», le dirá Ilona, su amante triestina, en una de las novelas. Rodeado de legendarios secundarios que a veces pasan a primer plano (la propia Ilona Grabowska, Flor Estévez, el libanés Abdul Bashur, Jon Iturri…), Maqroll resale como una figura trágica y épica en la literatura de la segunda mitad del siglo XX. Nunca, y ese es uno de los alicientes de este ciclo novelístico, encontraremos al Gaviero anclado a un sentido: la suya es una búsqueda incesante, un lento bogar por el discurrir de los días y sus afanes, ganándose la vida en ciudades sin nombre y dejando retazos de su memoria en prostíbulos y en tabernas donde se hablan cinco idiomas.
Mutis, hermano bastardo del ‘boom’, envuelve al lector con una prosa tremendamente sensual sin ceder jamás al barroquismo de muchos de sus contemporáneos. El paisaje, interior y exterior, se manifiesta con fluidez y gracia mientras asistimos a cada nueva y descabellada empresa del Gaviero. Novela a novela, el dibujo de este personaje es al cabo tan enérgico y sugerente como el que hizo Hugo Pratt de su Corto Maltés. Ambos son de la estirpe de Conrad, tipos cuyo destino es pasar por la vida como por una pensión destartalada y no saber jamás donde desayunarán mañana.