El de James Hadley Chase es uno de esos raros casos en los que el nombre de la partida de nacimiento –René Babrazon Raymond– es mucho más literario que el pseudónimo. Londinense, piloto de la RAF, escribió esta novela en pocas semanas, en 1939, inspirado por los autores del hard-boiled que empezaba a triunfar en todo el mundo, como Dashiell Hammet o James M. Cain. Por entonces, el mundo de los gánsters, divulgado en la literatura y el cine, causaba una rara fascinación en el viejo continente, y hasta Tintín había chocado con una peligrosa banda en su visita a América. La vieja novela-enigma, a lo Agatha Christie, tenía sus fieles, pero el lector popular buscaba emociones más fuertes. Raymond vio un hueco en el mercado y, con instinto de empresario, decidió llenarlo.
Había un pequeño inconveniente: Raymond, o Chase, nunca había vivido en Estados Unidos, y de hecho solo pisó el país dos veces, para dos breves visitas. Solucionó el obstáculo con una labor de documentación obsesiva, hecha de mapas, diccionarios y enciclopedias, sobre el hampa norteamericana. No es eso, claro, lo que explica el éxito de la novela a lo largo de las décadas, sino un talento narrativo de primera, capaz de trasladar al lector en los bajos fondos. Por algo ha sido adaptada varias veces al cine, incluida en los 100 libros del Siglo XX de Le Monde o apreciada por autores de la talla de Graham Greene. Por su parte, George Orwell -a quien no le gustó tanto, aunque reconoció la pericia técnica del autor- le dedicó un ensayo sociológico bastante sesudo.
Cuando Riley, un gánster local de poca monta, un poco chapucero, se entera de que una riquísima heredera –“tenía todas las cosas que las demás tenían y, además, algo que a las demás les faltaba”- va a lucir en una fiesta un collar de varios miles de dólares, planea un golpe redondo y limpio. Pero todo se acaba embarrando cuando el robo se convierte en un secuestro e intervienen en la trama nuevos actores: un mafioso más audaz que Riley y un detective privado decidido a liberar a la bellísima e inocente señorita Blandish.
Todo escrito en una prosa enérgica, un poco sensacionalista, escandalosa en su época por las descripciones de un mundo salvaje lleno de ambición, violencia, alcohol y drogas. El entorno: una Kansas City que podría ser cualquier ciudad, ya que el autor la usó para volcar su idea de lo que debería ser una urbe norteamericana de la era de la Depresión: gasolineras, coches Dodge, granjas desoladas a las afueras, timbas llenas de whisky y de humo, restaurantes prefabricados, tipos duros y rubias peligrosas. Lo hace tan bien que el resultado parece una acuarela y no una caricatura.
Ni la señorita Blandish ni el lector serán los mismos después de toparse con la banda de Riley.