En Colorado, en invierno, hace un frío de mil demonios. Mil son demasiados, por eso muchos de ellos se entretienen asolando a Jack Torrance, el protagonista de El resplandor. Citar este emblemático título ubica a cualquiera ante un hotel espectral, un escritor con problemas de creatividad y alcoholismo, y una familia aislada, en medio de la nada. Porque esta es una de las historias más célebres de Stephen King y a todo quisqui le suena El resplandor. ¿Por qué empleamos el genérico «historia» en lugar del específico «novela»? Pues, precisamente, porque El resplandor cuenta con la adaptación fílmica más icónica del «maestro del terror». 

Publicada en 1977, la novela fue un éxito y se ubica entre las favoritas de los fans del escritor de Maine, sin duda. Constituye un ejemplo señero de la voz de King: una intriga creciente e infartada, presencia agazapada de lo sobrenatural y detalles que van revelando una cara siniestra. Es, entonces, cuando el lunático rostro de Jack Nicholson coloniza la memoria lectora y la steadycam de Kubrick nos conduce por los pasillos del hotel Overlook: «Redrum», «ven a jugar con nosotras, Danny» y demás escalofríos.

Es bien conocido el desprecio de Stephen King por la película que Stanley Kubrick realizó en 1980: «Un escéptico visceral como Kubrick no podía comprender la pura maldad inhumana del hotel Overlook». Lo que en la novela es un protagonista problemático al que el entorno va devorando, en la obra de Kubrick se convierte en un ser malvado al que, simplemente, el Overlook le quita el antifaz. King prima lo psicológico; Kubrick lo terrorífico. Es la diferencia de mayor calado —dramático y moral— entre el libro y la película, pero hay muchas más: un jardín con esculturas vegetales que parecen cobrar vida en lugar del laberinto del filme, un mazo de croquet y no un hacha, unas calderas —metáfora del propio carácter de Torrance— que pueden hacer estallar el hotel, o un final frente al mar. Estas diferencias son una razón de peso para que quienes conozcan la historia solo por la pantalla se animen a darle un tiento a la novela. El juego de espejos puede ser apasionante: «Danny huía del ruido ensordecedor, a través de retorcidos y laberínticos corredores, mientras sus pies desnudos susurraban sobre la suavidad de una selva azul y negra. Cada vez que, a sus espaldas, oía el estruendo del mazo del roqué al estrellarse contra la pared quería gritar. Pero no debía. Un grito lo delataría y entonces… REDRUM.“

Más allá de adaptaciones y versiones, la novela de El resplandor exhibe una prosa absorbente, con ese estilo directo, sin adornos, tan característico del autor, su capacidad para pensar en imágenes, su fino oído para los diálogos y las continuas alusiones a la cultura popular. Decir que un clásico de Stephen King engancha es como afirmar que Messi define los partidos con una genialidad. Por eso compensa alumbrar el regate concreto de El resplandor: es un libro que mezcla el desasosiego de una casa encantada (el quinto protagonista) con la debacle mental de Jack Torrance, un buen padre incapaz de lidiar con la frustración. Su peripecia es el contraviaje del héroe: un tipo que, ante las adversidades, va cavando bajo sus pies hasta precipitarse a un pozo de locura y violencia.

Así, la mezcla que el libro propone de terror y parábola familiar ubica a El resplandor como una de los hallazgos más poderosos del fecundo Stephen King. Un intento por sanar las heridas domésticas que deviene pesadilla. Una lucha, en el fondo, contra uno mismo. Una derrota para la que solo lo sobrenatural puede ejercer de escudo. Porque, como exclama uno de los personajes, “los monstruos son reales. Los fantasmas también. Viven dentro de nosotros y, a veces, ganan».