Fabricante de mantas, miembro del consejo de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, coleccionista de pintura holandesa y flamenca, solterón, políticamente liberal, algo despistado, testarudo, curioso y bromista: Athelstan (¡vaya nombre!) Digby se colaría fácilmente en la lista de mis detectives favoritos si hubiera protagonizado más de una novela (aparece en una colección de cuentos, anterior a este libro, que por desgracia parece inencontrable). Lo cierto es que su creador, W. F. Harvey, no tuvo tiempo de darle otra oportunidad a su personaje: murió tres años después de publicar El misterioso señor Badman, un clásico de la narrativa de intriga inglesa.

El libro mezcla las dos grandes ramas que marcaron el género en su tiempo y su país, antes de que irrumpiera el hard-boiled americano: la novela-enigma a lo Agatha Christie, Dorothy L. Sayers o E. C. Bentley, y el thriller de intriga política, inaugurado por Los 39 escalones de John Buchan. Participa, además, en un subgénero muy fructífero: el bibliomistery: la historia comienza cuando tres personas muy diferentes irrumpen en una librería buscando el mismo libro, el oscuro y olvidado Vida y muerte del señor Badman, de John Bunyan (1628-1688)

Al señor Digby, claro, eso no le parece una mera casualidad. Y no, no lo es:  es el principio de un misterio embrollado con varios muertos, robos, persecuciones, raptos, suplantaciones, cartas y telegramas, altas intrigas políticas y secretos familiares. Le ayudarán a resolverlo su sobrino, Jim Pickering, doctor en medicina, y la distinguida señorita Diana Conyers. La trama está bien trenzada; es rápida, pero nunca acelerada, y se enmarca en el contexto de la lucha por la independencia irlandesa.

Si el esquema narrativo es sólido y los personajes creíbles, el principal encanto de la novela es su ambiente: la historia, salvo por las puntuales excursiones a Londres, transcurre en el Noreste de Inglaterra, entre aldeas pintorescas, cottages, casas rectorales y pubs, colinas y acantilados, y trenes, muchos trenes (¿cómo iban a faltar los trenes en una novela de intriga británica?). Un entorno en el que apetece quedarse, al menos por un par de semanitas, cuando termina la novela.

Del autor, W. F. Harvey (1885-1937), sabemos que fue médico de formación, cuáquero de religión y aficionado a las historias de fantasmas. La bestia con cinco dedos (1946), basada en una de sus historias góticas, es una película de terror de serie B que vale la pena disfrutar.

Frente a otras novelas de su tiempo, que hoy resultan anquilosadas, meros ejercicios de ingenio deductivo, El misterioso señor Badman mantiene toda su fuerza y su efecto, como el espectáculo de un buen mago al que no se le ven los trucos. Quizás, sencillamente, porque es buena literatura, como tantas otras joyas olvidadas del género detectivesco que está rescatando, con gusto exquisito, la Biblioteca de Clásicos Policiacos de Siruela.