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Reseñas
literarias
Viktor Frankl

El hombre en busca de sentido

por:
Carlos Marín-Blázquez
Editorial
Herder
Año de Publicación
2016
Categorías
Sinopsis
El doctor Frankl, psiquiatra y escritor, suele preguntar a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos: «¿Por qué no se suicida usted? Y muchas veces, de las respuestas extrae una orientación para la psicoterapia a aplicar: a éste, lo que le ata a la vida son los hijos; al otro, un talento, una habilidad sin explotar; a un tercero, quizás, sólo unos cuantos recuerdos que merece la pena rescatar del olvido. Tejer estas tenues hebras de vidas rotas en una urdimbre firme, coherente, significativa y responsable es el objeto con que se enfrenta la logoterapia. En esta obra, Viktor E. Frankl explica la experiencia que le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Prisionero, durante mucho tiempo, en los desalmados campos de concentración, él mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. ¿Cómo pudo él que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla? El psiquiatra que personalmente ha tenido que enfrentarse a tales rigores merece que se le escuche, pues nadie como él para juzgar nuestra condición humana sabia y compasivamente. Las palabras del doctor Frankl alcanzan un temple sorprendentemente esperanzador sobre la capacidad humana de trascender sus dificultades y descubrir la verdad conveniente y orientadora.
Viktor Frankl

El hombre en busca de sentido

En 1942, Viktor Frankl comenzaba a destacar como un prestigioso profesional de la psicología y un avezado estudioso de la conducta humana cuando se vio enfrentado a un dilema crucial. Ante la amenaza de que el régimen nazi lo deportara a un campo de exterminio, había conseguido un visado para emigrar a los Estados Unidos. Sin embargo, su huida dejaba a sus padres, ya ancianos, en un desamparo absoluto. ¿Qué debía hacer? La decisión que tomó de permanecer en Viena no evitó la muerte de sus padres, pero al menos fue el origen del que quizá sea  uno de los libros más estremecedoramente asombrosos del siglo XX: El hombre en busca de sentido.

En efecto, Viktor Frankl acabó como prisionero en un campo de la muerte y el testimonio de su estancia en el centro mismo del horror, allí donde “las pesadillas eran mejores que la realidad del Lager”, nos brinda, paradójicamente, una prueba de que incluso en las condiciones más atroces existe una vía para que el ser humano consiga mantener a salvo su dignidad. El libro se centra en la exploración de ese camino, pero al hacerlo no omite la descripción, si bien de manera un tanto sucinta, de las condiciones en que tal empresa debió realizarse. Sin embargo, como el propio autor precisa, su narración “no se ocupa de resaltar los grandes horrores, que en otros escritos ya han sido descritos exhaustivamente –y no siempre creído-, sino que se detiene en los pequeños sufrimientos diarios”. Lo que se deduce de esta particular actitud es la determinación de que el enfoque psicológico prime sobre cualquier otra vertiente de la terrible experiencia que supone la estancia en un campo de exterminio. Lo que interesa aquí es la huella que esta existencia en el límite de lo humano dejaba, día tras día, en la conciencia de los prisioneros. Es esta particularidad la que determina el carácter distintivo del libro frente a otros textos de la literatura concentracionaria.

No obstante lo anterior, El hombre en busca de sentido está muy lejos de limitarse a ser un frío tratado de psicología escrito por alguien con la capacidad necesaria para distanciarse de las brutalidades de que era, al mismo tiempo, víctima y testigo. Su valor se cifra en la consecución de un logro mayor: dotar de sentido al sufrimiento más extremo. Hay que considerar en este punto que tanto el Lager como el Gulag responden al mismo patrón de terror masivo difundido por el Estado que los dos grandes totalitarismos del siglo XX llevaron a unos extremos impensables hasta ese momento de la historia. Como si de un experimento macabro se tratara, el objetivo parecía -al margen del aniquilamiento del “enemigo” racial o de clase- conseguir despojarlo, como trámite previo, de hasta el último vestigio de su humanidad. Se trataba no sólo de acometer su eliminación física, sino de quebrantar completamente su espíritu. “Para una persona ajena a las condiciones de vida del Lager –escribe Frankl- resultaría incomprensible el poco valor que allí se concedía a la vida humana”. De ahí que los primeros enemigos de los prisioneros no fueran muchas veces sus carceleros, sino algunos de sus propios compañeros de infortunio, quienes en su feroz lucha por sobrevivir habían optado por despojarse de sus más elementales atributos humanos.

El libro describe, por medio de un lenguaje diáfano, alejado de los tecnicismos médicos, con palabras que logran ceñir pasajes de una concisión y una intensidad sublimes, las distintas etapas por las que iban atravesando los prisioneros en su proceso de aclimatación al campo. Quienes tenían la fortuna de eludir las cámaras de gas, debían adaptarse al frío, al hambre, a los piojos, al hacinamiento, la enfermedad, los insultos y los golpes diarios, al trabajo esclavo. El dictamen del autor no deja lugar a dudas: “Si alguien nos hubiera preguntado si la afirmación de Dostoyevsky que define al hombre como un ser que puede acostumbrarse a todo es cierta, habríamos contestado: Sí, el hombre puede acostumbrarse a todo, pero no nos pregunte cómo lo hace”. 

En realidad, es la lectura del libro lo que nos sugiere una respuesta a ese descomunal interrogante. El hombre se adapta y sobrevive, pero sólo unos pocos lo hacen conservando al mismo tiempo su dignidad. Esto es lo portentoso. La clave de ese triunfo debemos situarla en la atribución de un sentido a tantos padecimientos atroces. Para ello -subraya el autor-, se hacía imprescindible la conservación de un reducto de libertad espiritual que a  lo largo del libro se hace patente en instantes de concentrada emotividad. Esos instantes establecen un contrapunto salvífico respecto al tono general de deshumanización que caracteriza la vida en el campo, y son de esos momentos, tan puntuales como íntimamente celebratorios, de donde emerge la solución al enigma que supone la terrible peripecia de estos hombres, por otra parte inimaginable para aquellos que, como escribiera Primo Levy, otro superviviente del horror del holocausto, vivimos en nuestras “casas caldeadas”.    

Es cierto: sólo unos pocos hombres alcanzaron a superar la prueba. Pero el hecho de que lo lograran sin renunciar, en medio de esa atmósfera de implacable degradación, a un recóndito fondo de humanidad nos habla del misterio y la gloria de nuestra propia condición. “¿Qué es en realidad el hombre?”, se pregunta Viktor Frankl al cabo de su experiencia. Y en su breve formulación, la respuesta contiene el fulgor de una iluminación definitiva: “Es el ser que siempre decide lo que es. Es quien ha inventado las cámaras de gas, pero también es el que ha entrado en ellas con paso firme, musitando una oración”.    

 

 

 

 

Temática:
La persistencia de la dignidad en mitad de la barbarie.
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