Me gustaría pensar que en el cielo de la literatura hay una isla reservada para los aventureros. Allí, Jim Hawkins brinda con Sandokan, Miguel Strogoff acaricia la cabeza de Colmillo Blanco, Allain Quatermain discute con Phileas Fogg cuestiones de política colonial y la joven Mattie Ross practica con el revólver. Si existe ese lugar, no tengo dudas de que dos personajes de esta novela, nada menos, tienen derecho a llamar a la puerta: John Trenchard, un joven huérfano sediento de aventuras, y su amigo Elzevir Block, viejo contrabandista y lobo de mar.
La historia comienza en Dorset, en la costa sur de Inglaterra, a mediados del XVIII. Y tiene que ver, claro, con un diamante legendario. Hay traiciones y desengaños, una historia de amor, unas cuantas tormentas, cadáveres que guardan secretos, muchos litros de ron y muchos sacos de pólvora.
Cuentan que Stevenson, al leerla, dijo: “Es la novela que siempre quise escribir, pero lo único que pude hacer fue La isla del tesoro”. A saber si es verdad, porque el libro se publicó después de la muerte de Stevenson, y de su famosísima opinión solo tenemos referencias indirectas (parece que le hicieron llegar el manuscrito). Comparaciones al margen -a mí me gusta un poco más la de Stevenson, que da nombre a mi sección, quizás porque la leí a la edad perfecta-, pocas obras del género son tan trepidantes, divertidas y bien trazadas como esta novela (que en inglés se titula Moonfleet a secas, y en español se ha traducido también como Los contrabandistas de Moonfleet).
John Meade Falkner, su autor, fue un empresario tan exitoso como excéntrico. Ejecutivo de una gran empresa armamentística, gran viajero, aprendiz de Indiana Jones -llegó a reunir una notable colección de arqueología-, amateur de disciplinas tan distintos como la heráldica o la demonología, apasionado del golf, hoy se le recuerda, sobre todo, por esta obra maestra. Aunque nunca terminó de convertirse al catolicismo, que sepamos, jugueteó toda su vida con esa posibilidad y varios de sus amigos sospechaban que era, en secreto, un papista, como tantos grandes escritores británicos. Recibió la medalla papal de Pío IX por sus investigaciones en la Biblioteca Apostólica, fue amigo de varios cardenales y un buen conocedor del arte y la liturgia de la Iglesia romana.
A diferencia de otros clásicos del género, esta novela tiene una adaptación cinematográfica que alcanza su nivel: Los contrabandistas de Moonfleet, de Fritz Lang. El director alemán supo captar a la perfección el tono complejo, sombrío y épico de la novela de Falkner, que tiene poco de infantil.
La edición de Zenda Libros, con una hermosa ilustración de portada de Augusto Ferrer Dalmau, es un justo rescate de un clásico que estaba demasiado olvidado en nuestro país. Basta con abrirla para que nos llegue a la nariz un olor picante a salitre, a misterio y a aventura.