¿Que quién es Roger Ackroyd? Es el hombre más famoso y respetado del pueblo de King’s Abbot. Un próspero industrial de rostro rubicundo y carácter jovial que emplea una buena porción de su fortuna en financiar las causas que considera dignas de apoyo, desde los partidos de criquet hasta los clubes para mutilados de guerra. Su muerte violenta no es ningún spoiler, ya que se anuncia en el título. El narrador de la historia es el doctor James Sheppard, el médico local. En cuanto a Hercules Poirot… No pretenderá, mon ami, que le explique a estas alturas quién es el gran Hercules Poirot, ¿verdad?
En pocas novelas de Agatha Christie, y les aseguro que he leído unas cuantas, brilla tanto la ingeniería de la trama como en esta, muy temprana en su producción -publicada en 1926, es la cuarta aventura de la serie de Poirot-.
Todas las piezas en el argumento están ajustadas a la perfección, de modo que al gusto de sumergirse en la lectura se suma el placer intelectual, casi matemático, de ver un puzle que encaja sin el más mínimo error. Un puzle, además, especialmente complejo, porque este libro tiene dos asesinatos, no uno. Y la solución, por cierto, es bastante atípica. Pueden descartar al mayordomo.
Si identificamos a Poirot con los escenarios exóticos -de las vías del Orient Express a las aguas del Nilo, pasando por una excavación arqueológica en Mesopotamia o un avión Prometheus que surca los cielos franceses- y a Miss Marple con las estampas de la Inglaterra rural, aquí los papeles están cambiados: es el detective belga quien mete el bigote en un misterio lleno de sabor campestre británico. Y es precisamente ese contraste el que genera varios episodios de humor, elegante y levemente irónico, que la autora sabe aprovechar para oxigenar la narración.
El asesinato de Roger Ackroyd no es solo una de las mejores ficciones de la Christie, para muchos la mejor, sino también una de las cumbres de la escuela británica de la novela de detectives, la de la novela-enigma -muy alejada de la novela negra americana, mucho más sucia y violenta y menos obsesionada con la pulcritud argumental-. Por eso hay que acercarse a ella con ánimo juguetón, sin obsesionarse con el realismo, como quien lee el enunciado de un problema al que va a dedicar una tarde placentera. ¿Quién ha matado a Roger Akroyd?