Milo Manara es el más importante representante vivo del comic europeo, y también el más popular. Artista de múltiples recursos, y muy notable contador de historias, pronto descubriría que su habilidad para pintar mujeres idealmente hermosas y seductoras era su gallina de los huevos de oro. Tal talento emergió muy pronto y descolló en las series aventureras de Giuseppe Bergman -aunque también está presente en los trabajos que firmó con Hugo Pratt, el creador de Corto Maltés, o con el cineasta Federico Fellini- pero fueron obras como ‘El clic’ o ‘El perfume del invisible’ las que le encumbraron como la máxima figura del comic erótico internacional. Recientemente se ha volcado más hacia narraciones con fondo histórico (‘Los Borgia’, ‘Caravaggio’) pero sin privar nunca a sus lectores de su mayor talento, la belleza de sus mujeres, que tanto pueden ser sensualmente inocentes, como lascivas y perturbadoras.
El libro ‘El arte de Milo Manara’, que Norma Editorial acaba de publicar en un formato majestuoso en dimensiones y en edición, reúne dos obras suyas previas: ‘El artista y la modelo’ y ‘Mujeres’. Tanto en uno como en otro cobran protagonismo absoluto esos cuerpos femeninos inquietantemente perfectos que sus lectores conocemos bien, pero en ‘El artista y la modelo’ emerge otro Milo Manara: el dibujante estudioso de la historia del arte, el hombre que investiga las vidas de los pintores que idolatra, el que busca la trastienda de la creación y que finalmente la encuentra, en gran medida, en ese espacio misterioso, el estudio, en el que artista y modelo tejen una relación misteriosa que es el manantial nutricio del que nacen las grandes obras.
El dibujante italiano reivindica con pasión y entusiasmo el papel jugado por estas mujeres, de las que afirma que «ninguna era un mero cuerpo». Al contrario, «todas y cada una de ellas fueron una auténtica fuente de inspiración para los artistas». Manara está convencido de que «la historia de las modelos es inseparable de la historia del arte» y hay que decir que resulta extremadamente convincente a la hora de exponer su tesis. Una tesis que desarrolla a partir de pequeños textos que acompañan a sus dibujos con los que, de forma fragmentaria, pero suficiente, aporta las piezas que permiten tejer la historia de esa relación.
Una de las peculiaridades de ese vínculo entre artista y modelo es que «se trata de una relación exclusivamente visual», nos explica Manara. Antes y después, pueden ser amantes, y entrelazar sus cuerpos en un juego sexual y sensual, «pero durante la pose sólo un rayo de luz los une. No obstante, ese rayo de luz puede ser más poderoso que un cable de acero».
Y nos aporta una anécdota para dar cuenta de la especialísima intimidad que se crea en esa relación, tan difícil de entender por los ajenos. «Durante mis estudios en el bachillerato artístico, Suzy, nuestra modelo, pasaba horas desnuda, todos los días, delante de nosotros. Pero si, por casualidad, el bedel entraba en el aula, se apresuraba a taparse. Sentía el peso de otra mirada».
El arte de Manara apuesta decididamente por la belleza. Por la del cuerpo femenino, desde luego, pero no sólo. En sus obras más narrativas, está también la grandeza de los espacios, ya sean estos arquitectónicos o naturales. No cabe el feísmo en el estilo de Manara, lo que le sitúa en línea con la tradición más clásica.
En uno de sus textos recrea la historia de Finé, la modelo del escultor griego del periodo clásico Praxíteles, que fue llevada ante un tribunal por conducta licenciosa, lo que podía suponerle la muerte en caso de condena. Sorprendentemente, su abogado Hipérides se limitó a desnudar a la joven ante los jueces, sin añadir ningún argumento. Finé, nos cuenta el dibujante italiano, fue absuelta. «Además de salvar la vida de esta sublime mujer, y de no privar a Praxíteles de su modelo favorita, los jueces establecieron mediante esa deliberación que la belleza es una virtud», nos explica. Y esa misma convicción es la que parece guiar su obra artística. Es la belleza de sus mujeres la que las redime, incluso si, como Finé, incurren en actitudes licenciosas o se entregan a la lujuria. Porque Manara mantiene continuidad con algunos rasgos del arte clásico, pero es hijo de su tiempo, de la nueva mirada desacralizada sobre el cuerpo que impone la revolución sexual, como también de la emancipación de un deseo femenino que no teme desbocarse y lanzarse al abismo.
La historia de las modelos que se va entretejiendo en la primera parte de ‘El arte de Milo Manara’ nos desvela que algunas fueron artistas ellas mismas. Como Camille Claudel, que posó para ‘El beso’ de Rodin durante horas y terminaría dedicándose a la escultura, como su maestro; o como Flaminia Trivio, de la que Manara asegura que es la modelo de ‘La Venus del espejo’ de Velázquez; o Artemisa Gentileschi, que fue musa de sí misma. Pero también nos habla de Suzanne Valadón, de la que no duda en asegurar que es la persona que más ha aportado a la historia del arte. ¿Las razones? Como modelo posó para los pintores más importantes, como Renoir o Toulouse-Lautrec, con el que vivió una tormentosa relación, pero, además, tuvo vida propia como artista y se hizo muy popular por sus dibujos de bellos desnudos femeninos. Finalmente, logró algo que no estaba al alcance de sus colegas masculinos en ningún caso: «dio a luz a un niño que se convertiría en el mayor artista del París proletario, Maurice Utrill».
En el repaso histórico de Manara, que va siempre acompañado de reinvenciones gráficas de las obras y personas que cita, aparece también la figura de la cantante Suzy Solidor. De ella afirma que probablemente es la modelo más retratada de la historia del arte, pues 52 artistas la tomaron como fuente de inspiración para sus obras (entre ellos Raoul Dufy, Picabia, Kisling, Laurencin…), aunque, entre todos ellos, destaca la figura de la pintora Tamara de Lempicka, con quien tuvo una relación que trascendió lo estrictamente profesional.
Como en este caso, no es infrecuente que la relación entre artistas y modelos vaya más allá del lazo estricto que les une puntualmente en el proceso de creación. El monje pintor Filippo Lippi y la bellísima monja Lucrezia Buti que posaba para él se vieron envueltos en una pasión que llevó a que ambos colgaran los hábitos. También muy intensa debió ser la relación entre Rafael y La Fornarina, su musa, de la que se dice que reclamaba su presencia de forma constante, incluso cuando no la pintaba a ella, como si de su presencia extrajera la fuerza vital.
También Saskia van Uylenburch era para Rembrandt más que alguien a quien pintar. Era su esposa, ambos se amaban con locura, y demostró ser la modelo perfecta para el artista alemán, como reflejan sus cuadros de esa época. Pero muere con apenas 30 años y deja a Rembrandt desesperado. «Naturalmente, su pintura se resiente. Las ganas de pintar lo abandonan», explica Manara, lo que le hunde en un pozo del que sólo logra salir cuando aparece otro ángel inspirador en su vida: la dulce modelo Hendrickje. «Ella calma su dolor, le devuelve energía y deseo, cura sus heridas. (…) La historia del arte nunca se lo agradecerá bastante».
Y así, a partir de pequeños esbozos biográficos por los que desfilan muchos grandes artistas, las modelos aparecen como mucho más que meros cuerpos bellos: son la encarnación de distintas ideas de belleza que conmueven, agitan y hacen posible el trabajo de los creadores. A veces, como en el caso de Tiziano, una peculiarísima tonalidad de rubio de sus cuadros debe su existencia al pelo de la modelo Violante que retrató. Manara nos hace ver que aquellas mujeres influyeron incluso en la paleta de los pintores que las retrataron, y triunfa en su propósito de reivindicarlas y ofrecernos una mirada distinta a la historia del arte.