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Reseñas
literarias
Enrique García-Máiquez

Ejecutoria, una hidalguía del espíritu

por:
Alonso Pinto
Editorial
Fundación Universitaria San Pablo CEU
Año de Publicación
2024
Categorías
Sinopsis
Bernardo de Claraval honraba más al valioso que al linajudo. En el mito caballeresco por excelencia, el ciclo artúrico, la espada espera clavada en la piedra al que sea capaz de sacarla y alzarla en virtud de su virtud. Un chico de borrosos orígenes que funge de escudero o de sirviente logra extraerla: se llamaba Arturo. Hay una espada para cada persona, lo mismo que cada cual tiene su propio corazón de piedra del que ha de desenvainarla. Saquemos de la piedra que somos la espada que seremos.
Enrique García-Máiquez

Ejecutoria, una hidalguía del espíritu

Hay libros en los que el escritor se guarda una bala en la recámara y libros en los que vacía el cargador y hasta arroja contra sus páginas la pistola misma. El último libro de Enrique García-Máiquez, «Ejecutoria, una hidalguía del espíritu», pertenece a esta segunda clase de libros. Adelantándome a la consumación de la bibliografía de su autor, para la llegada de la cual espero que falten todavía muchos años, me atrevo a predecir que Ejecutoria ocupará un lugar muy destacado en ella, y que en cierta manera sus otros libros deberán leerse, para ser entendidos completamente, a la luz de este último. Sus poemarios, sus artículos y sus obras en prosa pivotarán de alguna forma alrededor de esta obra, porque ella nos muestra mejor que cualquier otra la esencia de su autor, y expresa mejor que otra un leitmotiv que explícita o tácitamente recorre todos sus escritos, y no sólo sus escritos, sino su vida entera.

Ejecutoria es un ensayo. Su apariencia de miscelánea no debe confundirnos, ni llevarnos a buscar otro género en el que parezca encajar mejor. El academicismo moderno ha contribuido a que tengamos del ensayo la idea de un escrito lineal, esquemático, donde un argumento o tesis se va desplegando gradualmente, en un orden estricto, para llegar a una conclusión que nos espera cómodamente al final de sus páginas. Desde luego, no fue sobre este lecho de Procusto que Montaigne, al que se considera el fundador del género, escribió sus famosos Ensayos, ni tampoco es el caso de Máiquez. Ejecutoria, pues, es un ensayo con todas las de la ley, un ensayo sobre la nobleza de espíritu, y esta nobleza no es el resultado de un silogismo más o menos extenso, más o menos erudito, que se va desarrollando poco a poco hasta alcanzar su conclusión, sino una atmósfera que impregna todo el libro de principio a fin, y que sólo percibimos que estamos respirando mucho tiempo después de que vivimos gracia a ella.

Que nadie espere, por lo tanto, un ensayo-embudo, o una especie de persecución intelectual en la que la deducción será acorralada como una liebre por un mastín. Máiquez no va detrás de la nobleza para demostrarla, sino que se apoya en ella para proponer un brindis en su honor.

Hacia el final del libro, en el apéndice que el autor dedica a agradecer (nobleza obliga) a todos aquellos que han colaborado de alguna manera en su obra, Máiquez nos dice que Ejecutoria «es un libro hidalgo porque es el hijo de la amistad y se enorgullece, sobre todo, de lo heredado». Estas palabras, que parecen remitirnos únicamente a sus colaboradores contemporáneos y cercanos, deben entenderse en realidad como referidas a todos aquellos autores que desfilan por las páginas de su ensayo, y que hacen acto de presencia a través de las citas pespuntadas con destreza de maestro alfayate. Máiquez es tan valiente que pide ayuda. Desde todas las partes del mundo, desde todos los puntos del tiempo, los más grandes y heterogéneos hombres de letras acuden a su llamada y unen sus espadas: «¡todos para uno y uno para todos!» Este colosal séquito de ultra y de antetumba confluye en Ejecutoria para aportar su testimonio a favor de la nobleza de espíritu, y para oponerse a ese otro séquito moderno que la acusa de lesa relatividad y pide para ella el patíbulo.

Pero entre todas esas figuras que el autor invoca con el nombre de «nobilitas literaria» o «bibliogenealogía» destacan dos que se ofrecen para el oficio de cicerones y guían a Máiquez en su particular viaje por las regiones de la hidalguía espiritual: Don Quijote y Dante. El personaje de Cervantes, paradigma de nobleza metafísica, de alma elevada por encima del resto a fuerza de no acusarlo, se pasea con la cabeza elevada por las páginas de Ejecutoria, y rompe su lanza allí donde Máiquez pone la pluma. Incluso pueden verse las huellas de Rocinante. En las páginas 87, 106, 189

y 283, a modo de letras capitulares, unas C gigantes nos recuerdan la marca de una herradura, y en tres de esas páginas —¿coincidencia?— se nombra a don Quijote. Su escudero, «don Sancho

Panza» (que es como Carmen, la hija de Máiquez, llamaba a este personaje de elevado rango espiritual) también acepta la llamada y se suma al cortejo de autoridades que desfilan con paso militar haciendo eco a las consignas de un Máiquez a la vanguardia.

La otra figura destacada es Dante, que no es, como don Quijote, un simple personaje, ni como Cervantes, un simple escritor, sino que es a la vez autor y personaje de su Divina Comedia, y es en esta doble vertiente que aparece una y otra vez, a veces citado como autor, a veces rememorado en una escena, por las páginas de este ensayo sobre la nobleza espiritual. Dante es para la Ejecutoria de Máiquezlo que Virgilio es para la Comedia de Dante: el guía experimentado que señala con su dedo índice a los réprobos y a los bienaventurados de la hidalguía del espíritu, el guardagujas en los cambios de vía que el libro va siguiendo, el poeta laureado que lleva al gaditano en lomos del Gerión para salvar los precipicios inviables. Máiquez podría habernos dado un soliloquio, pero ha preferido rodearse de Cervantes y Dante (y de Ramón Llull, Chesterton, San Bernardo de Claraval, Shakespeare y tantos otros) para darnos un panegírico coral. Elogiar la nobleza en solitario es innoble.

En la lectura de Ejecutoria apenas he notado la prosa, y esa es una muy buena señal. Georg Gänswein, el que fuera durante once años secretario personal del Papa Benedicto XVI, solía comparar su función a la de un cristal, ya que este cuerpo cumple mejor su cometido cuanto menos se ve. Es la luz que pasa por el cristal, y no el cristal mismo, lo que debe atraer la atención. Máiquez ha conseguido que en ningún momento desvíe mi atención de lo que dice para ponerla en el medio que utiliza, y sólo después de acabar el libro me he dado cuenta que todo lo que había recibido en la lectura lo había hecho a través de algo llamado «prosa». Como ocurre con el cristal, cuando la prosa no está limpia no deja pasar bien la luz, y por lo tanto no cumple bien su función. La tarea del escritor, entonces, es la de diafanizar (verbo en desuso, como su realidad) el material lingüístico por el que va a llegarnos su luz intelectual, y esta tarea Máiquez la ha cumplido con creces, pues, imperceptible de tan limpia, su prosa sólo nos advierte de su presencia cuando no la estamos leyendo.

Ejecutoria es uno de esos libros inquietos que no pueden permanecer durante largo tiempo inmóviles en la biblioteca, que frecuentan las mesitas de noche, los alféizares, las butacas de casa y las mochilas de viaje, pues su dueño lo lleva consigo para consultarlo una y otra vez sin necesidad de comenzar siempre por el principio, releyendo capítulos sueltos, abiertos al azar, y no pudiendo decir por lo tanto, al final de su vida, cuántas veces lo ha leído por completo, como no podemos decir cuántas veces hemos visto esa película que tanto nos gusta y que, si hemos visto de principio a fin varias veces, otras tantas la hemos visto una vez comenzada, o la hemos dejado a medio acabar, por circunstancias de la vida. Después de leerse como ensayo, Ejecutoria puede leerse como vademécum o prontuario de la nobleza de espíritu, y así debe estar siempre a mano, sobre todo en esos momentos en que la plebeyez de espíritu nos tienta con su utilitarismo.

Máiquez nos ha dejado por escrito lo que todos los que le conocen saben que tiene, y ha cumplido así con uno de los aforismos que aparecen en su obra: «nobleza es darla». Libro necesario, entonces, que está respaldado por una vida, que es coherente con su mensaje, que prueba su tesis por el mismo hecho de plantearla, y que con su sola presencia nos convence de una verdad: la nobleza que no se comparte no se tiene.