Por el título podría ser la historia de mi madre. Por el contenido podríamos ser cualquiera. Corrijo. No cualquiera todos los días, pero quizás muchas en algún momento.
E. M. Delafield comenzó su procesión literaria despotricando en su diario personal por entregas, que la revista Time and Tide tuvo a bien convertir en columna. La misma que acabó publicando después en forma de cuatro volúmenes, en las que se reía sin piedad del mundo que le rodeaba, vertiendo sus conversaciones con su yo interior con tal gracia y desparpajo, que se convirtió sin casi quererlo en una de las novelistas más populares y queridas de su época.
Este desternillante relato por fases demuestra dos cosas: que las piruetas sociales no las hemos inventado ahora y que la ironía es el mejor de los antídotos literarios.
La autora trata temas de jugosa actualidad. Quizás no había Instagram en esa provincia ni en ninguna otra parte del mundo, y tan a gusto que vivían, pero la necesidad de aparentar e influir en el entorno eran exactamente iguales. Delafield sufría por agobios que ella misma se inventaba para tener algo que hacer y jugaba su particular partida de póquer cínico, en la que le apasionaba ganar a Lady B., su mayor rival y vecina. Mientras, Robert, su marido, dormitaba bajo las páginas del Times.
Las estrecheces a las que podía verse sometida una familia de clase media inglesa le llevaban por la calle de la amargura, pero no le impedían vivir flotando por encima de sus posibilidades, con tal de seguir representando el personaje que ella misma se había creado. ¿Quién quería Wallapop en esa época, teniendo las tiendas de empeño (discretas) como Dios manda, para salir del apuro puntual? El anillo de brillantes de su abuela se movió más que un teatro chino, con tal de poder pagar una obligada y «puntual» parada en la peluquería.
Las minucias del día a día le soliviantaban y retorcían su acidez mental, pero le divertían enormemente. Quería parecer feliz viviendo fuera de Londres en una buena casa de campo, de hecho, lo era, pero el apasionante momento que vivía la capital hizo que las escapadas a casa de su amiga Rose le atrapasen como un imán. Al día siguiente quería volver rauda y veloz a su vida tranquila, la de verdad, no el slow life que tenemos ahora. Si esa vida le parecía rápida, se tendría que pasar un rato por esta.
La absurda competencia de un concurso imaginario entre vecinos, los azotes de lo invisible y sus propios monstruos en el armario, en el fondo domesticados, eran su mejor compañía. Los mismos monstruos que nos acechan hoy en día y que también sabemos domesticar y con más mérito, porque nos persiguen a través de las pantallas haciéndonos correr a todas horas.
Algo así le pasaba a esta pobre y afortunada dama de provincias. Solo que en vez de no comer y volar con tal de llegar a hot yoga o pilates, antes moría que no aparecer en el concurso de zurcido o en el Club de Lectura de su pueblo.