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Reseñas
literarias
Javier Ocaña

De Blancanieves a Kurosawa

por:
Alberto Nahúm García
Editorial
Ediciones Península
Año de Publicación
2021
Categorías
Sinopsis
Ver cine con los hijos es una experiencia reseñable para cualquier mortal. Pero si eres crítico y das clase de historia del cine, el reto es mayúsculo. A través de estas páginas, de capítulos que transitan del cine animado al de aventuras, del terror a la ciencia ficción, Javier Ocaña acompaña a sus hijos y a los lectores en un viaje que nos lleva desde Blancanieves a Kurosawa, desde la infancia a la madurez, emocional e intelectual. Un libro en el que alta y baja cultura se entremezclan dejando espacio solo a la curiosidad y a la intuición, y que nos transmite la emoción de volver a ver nuestras películas favoritas como si las estuviéramos viendo por primera vez.
Javier Ocaña

De Blancanieves a Kurosawa

Javier Ocaña es crítico de cine desde hace más de dos décadas. Cada viernes se cita con los lectores de El País, pero también se le puede escuchar en el Hoy por hoy de la cadena SER y ver en los diálogos de Historia de nuestro cine, en RTVE. Frente a la imagen de crítico permanentemente enfadado e insatisfecho con el universo, Ocaña exhibe afabilidad y desborda pasión con suave acento jienense. Es de los que prefiere animar a contemplar buenas historias antes que tostar al lector con filípicas en las que le gotea el colmillo. Por eso no extraña que su libro combine a los hijos con el celuloide, ambos elementos trenzados irremediablemente por el amor sincero, esto es, el tan dedicado como exigente.

De Blancanieves a Kurosawa. La aventura de ver cine con los hijos es un ensayo sin pretensiones grandilocuentes. Al contrario: su brillantez radica en la honesta simplicidad de la propuesta. Ocaña pasea por las películas que le han emocionado junto a sus hijos, hilando géneros, geografías, temas o directores, desde el Chaplin mudo o Pasión de los fuertes hasta Coppola o Paranorman. La lectura del libro es como un dulcísimo paseo en barca por la historia fílmica: deteniéndose aquí o allá, sin prisas, para explicar a los críos el porqué de un dilema dramático o ayudarles a encuadrar mejor esa foto visual que pervivirá en la memoria.

Alejado tanto del rígido estilo academicista como de la verborrea conceptual posmoderna, la prosa de Ocaña es limpia y su atención al detalle —una mirada, un ligero movimiento de plano, un acorde— siempre sabrosa. Quizá por esa ligereza, De Blancanieves a Kurosawa se erige, sin buscarlo, en una estupenda guía para revisitar clásicos o descubrir joyas desconocidas: “Umm, esta descacharrante comedia de la Ealing no la tenía localizada; oh, qué ganas de regresar al heroísmo callado de Atticus Finch, esta vez en familia; vaya, nunca había oído hablar de Revuelta en Haití, de Jean Negulesco”. Anotaciones así imagina el lector en cada capítulo, hasta el punto de que tras pasar la última página podrían agendarse las sesiones de bocata y cine en familia para los próximos cinco o seis años.

De Blancanieves a Kurosawa. La aventura de ver cine con los hijos exhala sentido común, amor profundo al celuloide y una escritura vibrante, casi de confidencia. No es casualidad que muchas de las obras que cita sean amores compartidos por los amantes al cine que rondan la cuarentena: hay una sensibilidad (generacional y estética) compartida entre los amantes del cine nacidos en los setenta, carne de videoclub, cines de verano y clásicos grabados en VHS.

Pero hay algo aún más relevante en el libro: a Ocaña le repelen los dogmáticos y buenistas que se empeñan en secar las historias, convirtiéndolas en artefactos higiénicos y sin sustancia. Lo explica en prólogo, a porta gayola, recordando su infancia entre fútbol y cine en un pequeño pueblo andaluz:

“Tampoco veía cine para ser más solidario ni más más justo ni más tolerante ni más culto ni más respetuoso, que son teorías muy en boga en ciertos sectores de la educación actual. Una conjetura que es probable que dé sus frutos y se llegue a ser todas esas cosas tan buenas con la visión y el análisis de determinadas películas, pero que también lleva sin remisión a que te tragues unos bodrios infumables, sobrecargados de mensaje, buenas intenciones y cursilería”.

Como bien expone Ocaña, la vida es como el cine: es contradicción, ambigüedad, duda, imposibilidad, grandeza. Por eso, resulta tan reconfortante, por contracultural, la reflexión de fondo que lo atraviesa: en la educación y en el cine hay que enfrentar a los niños también a relatos que les hablen de miserias e injusticias, de valores antiguos, de heroísmos olvidados. Dejar que se arriesguen, se magullen. Que conozcan el dolor, el amor, el horror y la risa. Porque pueden ser niños, pero no son estúpidos. Una de las grandezas del cine, observamos en De Blancanieves a Kurosawa, es el permitirnos vivir vidas ajenas. Más allá del mero disfrute, ese encuentro con el arte sirve, en definitiva, para conocer mejor lo humano. Con sus luces y, también, sus sombras. Esas que con tanta pasión alumbra Javier Ocaña en estas páginas deliciosas.

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