Pese a lo que dice el tópico, muchas películas son mejores que los libros en los que se basan. Este es uno de los casos: la película de John Ford (1956) está por derecho propio en la lista de las grandes obras maestras de todos los tiempos, mientras que el libro de Le May (1954) es, sencillamente, una gran novela. Pero eso no va en contra de su calidad, ni le quita mérito. Tampoco haber visto la película, ni siquiera haberla visto unas cuantas veces, como es mi caso, perjudica la experiencia lectora. La novela es diferente en tono y en matices -más ruda, más compleja, con personajes distintos y una trama más larga-, y amplía mucho la información sobre el contexto histórico.
Y el contexto, claro, es el ocaso de la Comanchería, lo que algunos historiadores, quizás exagerando un poco, han denominado el Imperio Comanche. Una tribu secundaria y poco poderosa hasta la llegada de los españoles supo dominar como pocas el caballo, especie llegada de Europa, y sometió a otros indígenas hasta hacerse con un territorio amplísimo. A los españoles y a los ingleses no los subyugó, pero sí los mantuvo a raya, utilizando técnicas –el secuestro, la mutilación salvaje y el incendio de propiedades- que causaban terror entre los colonos. (Quien quiera profundizar en el tema desde una aproximación histórica, por cierto, puede leer El imperio de la luna de agosto, de S. C. Gwynne).
En la época en la que transcurre la novela, Texas ya se había incorporado a los Estados Unidos, pero la sombra de los temibles comanches seguía muy presente en la zona de frontera. En una de sus muchas incursiones, los indios secuestran a dos muchachas. Amos y Martin, los dos protagonistas de la historia, comienzan una búsqueda inscansable, convencidos de que el comanche “no concibe que exista una criatura que persista en una persecución hasta el final”.
Pero Centauros del desierto no habla principalmente sobre el conflicto con los comanches, sino sobre el ser humano, y en concreto el ser humano endurecido de la frontera, con las cuerdas tensionadas al máximo. Y sobre la persistencia, y sobre la familia, y sobre los vínculos sociales y cultuales que conforman una comunidad. Por eso es una gran novela, y por eso puede llevarse a otros contextos. Mi hija, mi hermana (Les cowboys), una notable película francesa de 2015, traslada la trama, más o menos, al mundo del islamismo actual, manteniendo la frescura de la historia.
Puede que la colección Valdemar Frontera, que está recuperando con buen criterio y técnica cuidada los clásicos del western, eligiera esta obra de Alan Le May entre las primeras de su catálogo por lo conocido de la película de Ford, que hará de gancho para muchos compradores. Pero si merece estar en su biblioteca no es por eso, sino sencillamente por sus méritos literarios, que son muchos y muy solventes. Una historia de acción con textura narrativa, épica, aventura, personajes inmortales y descripciones bellísimas. Sería una gran novela aunque nunca se hubiera adaptado al cine. Somos tan afortunados que podemos disfrutar de ambas.