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Reseñas
literarias
Francois Sagan

Buenos días tristeza

por:
Esperanza Ruiz
Editorial
Maxi Tusquets
Año de Publicación
2015
Categorías
Sinopsis

En una hermosa mansión a orillas del Mediterráneo, Cécile, una joven de diecisiete años, y su padre, viudo y cuarentón, pero alegre, frívolo y seductor como nadie, amante de las relaciones amorosas breves y sin consecuencias, viven felices, despreocupados, entregados a la vida fácil y placentera. No necesitan a nadie más, se bastan a si mismos en una ociosa y disipada independencia basada en la complicidad y el respeto mutuo. Un día, la visita de Anne, una mujer inteligente, culta y serena, viene a perturbar aquel delicioso desorden. A la sombra del pinar que rodea la casa y filtra el sol abrasador del verano, un juego cruel se prepara. ¿Cómo alejar la amenaza que se cierne sobre la extraña pero armónica relación de Cécile con su padre? A partir del momento en que Anne, que había sido amiga de su madre, intenta adueñarse de la situación, Cécile librará con ella, con el perverso maquiavelismo de una adolescente, una lucha implacable que, a pesar suyo, erosionará su vida y la conducirá lentamente al encuentro de la tristeza.

Francois Sagan

Buenos días tristeza

Adiós tristeza.
Buenos días tristeza.
Estás inscrita en las líneas del techo.
Estás inscrita en los ojos que amo.
Tú no eres exactamente la miseria,
pues los más pobres labios te denuncian
por una sonrisa.
Buenos días tristeza.
Amor de los cuerpos amables,
potencia del amor,
cuya amabilidad surge
como un monstruo incorpóreo.
Cabeza sin punta,
tristeza bello rostro.

 

Los versos de Paul Éluard (1895-1952) sirven a una jovencísima Françoise Sagan para titular su opera prima. La publicación de Buenos días, tristeza, en 1954, cuando la autora contaba con tan solo 19 años, no puede menos que traernos a la memoria el caso de Carmen Laforet que, diez años antes, en 1944, había ganado el premio Nadal de literatura con Nada, a la edad de 23 años. Ambas autoras no solo coinciden en precocidad, sino también mostrando una profunda sensibilidad que les permite captar matices del comportamiento humano y esparcirlos por sus narraciones, creando así extraordinarios perfiles psicológicos y mapas de emociones que sitúan al lector frente a su propia radiografía.

En los años 50 del siglo pasado  Buenos días, Tristeza  se consideraba un texto prohibido en nuestro país. El escándalo viene por el abordaje explícito de la sexualidad femenina a cargo de la protagonista, Cécile, una joven de 17 años. Setenta años después es motivo de asombro cómo la palabra “explícito” es hija de cada tiempo. Por ir a la anécdota, la primera vez que leí la novela fue como parte del programa de francés de la Escuela Oficial de Idiomas. Me quedó claro que Cécile tuvo un romance con Cyril, un joven algo mayor que ella que conoce en la Riviera Francesa donde ambos pasan el verano, pero, no crean que me enteré de mucho más. ¿Problemas con el idioma?- dirán ustedes. Y con el término “explícito”, añado yo.

En esa década de posguerra, Francia se preparaba para su etapa yéyé y para los gloriosos treinta años. Son los prolegómenos de un mundo que cambia y en el que empiezan a asomar, tímidamente, ciertas cuestiones sociales y culturales. El tedio, pariente del existencialismo que invade el pensamiento, es una forma de vida, un estado del espíritu del que no se pretende huir sino tan solo interrumpir a través de mundanidades. La risa, las seducciones fútiles, las copas, el agua del mar y la belleza de los cuerpos sobre la arena configuran el verano de los protagonistas, que no es más que una extensión de su vida parisina.

 

No se trata de melancolía ni de nostalgia; Cécile tiene 17 años, su madre ha muerto y hasta los 15 ha vivido en una institución religiosa. A su salida de la misma, practica la joie de vivre con un padre cuarentón, despreocupado, amante de las relaciones vanas y de las mujeres bellas, con ese aire fácil y ligero que atrae su posición económica y su apariencia, madura y atractiva. A la villa de vacaciones que alquilan el padre llega con una de sus jóvenes amantes, una chica superficial que no supone una amenaza para Cécile. Elsa no es el espejo en que se mira Cécile pero tampoco le hace plantearse grandes preguntas. La joven protagonista sólo aspira a disfrutar de la vida siguiendo el sendero de su padre. Si su alma es atenazada por incipientes cuestiones profundas, las resuelve mirando la felicidad que aporta la simpleza en los planteamientos vitales de su progenitor. A qué pensar si son felices alternando con amigos divertidos y bellos y tienen la mano cómplice del otro cuando la risa no alcanza a acallar la mente o a sosegar el alma. El perfil alexitímico de padre e hija es descrito con suavidad y en un ambiente amable y encantador. La narración en primera persona -es Cécile quien relata- dota de lógica a lo grotesco.

La astucia de Françoise Sagan consiste en introducir el personaje de Anne Larsen, una antigua amiga de su madre y confidente de su padre. Madura, elegante, inteligente y comedida, Anne pone el contrapunto a tanta necedad. Su sola presencia sacude la mente dormida de Cécile, la enfrenta a su modo de vida y a la vacuidad de sus propósitos. El clima de calor asfixiante, el dramatismo de la juventud y el primer amor y la deriva de los acontecimientos ayudan a Sagan a poner al descubierto la facilidad con la que el mal, los celos, la ausencia de moralidad y el egoísmo se abren paso cuando el propio bienestar se siente amenazado. Comienza entonces un implacable juego psicológico urdido por la mente de una post-adolescente consumida por el tedio, que no se estima en absoluto y empieza a entrever que fuera de su perímetro de seguridad -formado por su padre, algunos besos y muchos cigarrillos- estaría obligada a pensar y en consecuencia, a sufrir.

El desenlace de la historia es una metáfora del triunfo de la sensualidad, la ligereza y el culto del placer. Un triunfo relativo y que paga un alto peaje: la tristeza.

La juventud de la autora, a la que inevitablemente se relaciona con su protagonista, está detrás de la desnudez del relato, de la falta de rodeos para mostrar que es imposible esquivar la culpa y de una crueldad que contrasta con la delicadeza de la lengua francesa que utiliza desenvuelta y sin artificio.

Buenos días, tristeza se vendió como “un encantador  pequeño monstruo” que iba a causar escándalo. Cosechó una gran fama por parte de crítica y público que se mantiene en nuestros días (decidí escribir sobre él tras leer comentarios recientes en redes sociales) y que permitió a su autora descansar de la búsqueda del éxito a una temprana edad. No obstante, para Françoise Sagan fue tan solo el comienzo de una extensa carrera en las letras en la que destacan títulos como Las cuatro esquinas del corazón, ¿Le gusta Brahms? (1959) que fue llevada al cine por Alfred Litvak en 1963 o Un disgusto pasajero. Asimismo es autora de una biografía sobre Sarah Bernhardt publicada en 1987 y del guión de Landru, de Claude Chabrol. En 1985 recibió el premio de la Fundación Pierre de Mónaco por el conjunto de su obra.

 

 

Temática:
El devenir de una adolescente parisina
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