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Anoche presenté mi libro en mi pueblo, en mi club, por mi hermano, entre mis familiares y amigos. Tanta intimidad intimida.
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Lo más agobiante es que se me bloquea la memoria de los nombres cuando tengo que firmar dedicatorias. Tuve que preguntar sus nombres a amigos de la más tierna infancia. Dos los escribí (inmortalicé) mal.
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Lo más interesante es que se me ocurrió, mientras hablaba del encuentro de Jesús con la samaritana en el pozo, una aplicación ascética. Mi tesis es que la chica samaritana empieza a emocionarse con el diálogo con ese judío tan guapo y atractivo. Entonces Jesús, para cortar por lo sano le pregunta: «¿Dónde está tu marido?» En mi libro me tengo que limitar a eso, a leer el Evangelio y no a dar consejillos ascéticos, pero es tentador [sic] pensar que a la buena mujer que en su oración empieza a emocionarse mucho, Jesús también puede preguntarle: «¿Dónde está tu marido?» Un amable recordatorio para que no se olvide del pobre mortal al que se debe.
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Un fallo fue cuando me preguntaron, tan amablemente, si mi libro serviría para las clases de Religión en un colegio. Se me fue la respuesta en loar las clases de Religión. Pero lo que tendría que haber contado es que un gran lector me dijo que él veía Gracia de Cristo como un libro muy propicio para una lectura infantil, pero que tendría que quitar palabras técnicas como «ironía sofoclea», «anagnórosis» o «Derecho Positivo». Yo, como soy muy simple de por mí, soy muy contrario a simplificar tantos las cosas, ni siquiera para los niños, pero menos para los mayores, como también nos piden. Con lo fácil que es hoy buscar un dato en internet, no sé por qué hay que darlo todo tan fácil. Perdí la oportunidad de contar esto.
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Y también me hubiese gustado dar las gracias uno a uno, y no a bulto.
