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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Por caridad

El clima también tiene su coquetería y ayer, último domingo de agosto, se puso ceniciento, para despedirse de los veraneantes por todo lo alto, sin romperles el corazón. Un poco más y se podía recitar al joven Felipe Benítez Reyes:

TORMENTA DE VERANO

.

Confiados al sol y a las noches de estrellas,
¿quién diría que ahora oiríamos la lluvia
nuevamente, venida de improviso, cayendo sobre el mar?

.

Gotean las sombrillas en la playa,
cruza una barca blanca la bahía,
… un castillo en la arena se deshace.

.

¿Quién diría, sí, que hoy, día de agosto,
podría palidecer el oro del verano?
¿Quién podía esperar esta tormenta,
lamento de qué dios?
Lluvia liviana
que ahora, sin motivo, nos recuerda
que nuestra edad de estío
camina hacia el otoño, que a los días
de sol y juventud siguen las sombras
y la vejez, y un alba indeseada.

Los bañistas bromean en la orilla.

(1986)

Los niños (Quique y cinco primos diversos) decidieron ponerse sus toallas como capas, con capucha y todo, y corretear por la playa. Era natural con el frío que hacía. Yo, con la querencia, pensé que estarían jugando a los templarios. Pero ellos, hijos de su tiempo, iban de mendicantes, no, ni siquiera eso, sino de mendigos. Se aproximaban a las periferias de las sombrillas lejanas y pedían ¡limosna! Mi hijo, según confesión posterior, era el único discapacitado, y simulaba muy bien, según confesión de los primos, una gran cojera o incluso la falta de una pierna que escondía en la toalla.

Cuando alguien nos avisó de la mendicidad, dimos una carrera y cortamos por lo sano. Lo malo es que ya habían levantado una fortuna de 3 euros. Estaban dispuestos a gastárselos en chucherías. Ni hablar, clamamos. Pedir por caridad es una cosa muy seria y, si se hace sin necesidad, es tomar el nombre de Dios (uno de los nombres de Dios) en vano. No es un juego.

Como nos oían muy serios, pensamos que habían aprendido la lección. Ahora, ir por la playa devolviendo el dinero era demasiado, y además una plancha para unas personas que quizá le habían visto cierta gracia al juego. Hemos decidido que vayan a la Prioral y lo echen en el cepillo de Caritas. Dieron un respingo, pero enseguida, sin tener que explicárselo más, entendieron la justicia de la medida. Les gustó. Hacer que sea verdad lo que al principio fue mentira es uno de los mayores placeres morales. Algo así como cogerle las vueltas a la concupiscencia ¿No pedían por caridad? Pues para la caridad.

No penséis, sin embargo, les advertí, que tenéis ningún mérito. Lo tiene quien os dio el dinero, que, además, ha cumplido perfectamente el precepto evangélico y no sabe —ni se imagina— su mano derecha lo que ha hecho su mano izquierda.

Es un buen final de verano.

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