X
LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Perro honorario

No hay nada peor que querer hacerse el listo y que no te salga. Hoy Gonzalo Altozano ha visto a la primera un error en Gracia de Cristo que lo era gatafal, y que se me ha pasado –patitas suaves– en todas las correcciones. Contemplando el milagro de la mujer cananea, se me ocurrió un guiño –que en mi cabeza sonaba estupendo– a Jorge Luis Borges. Él, en su poema «Golem» cuela con mucha gracia un gato:

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,

ya que a su paso el gato del rabino

se escondía. (Ese gato no está en Scholem

pero, a través del tiempo, lo adivino.)

¿No era bonito ver un perrillo en esa escena en la que Jesús habla de un perrillo? Así que procedí a perpetrar mi intertextualidad: puse un perrillo, y abrí este paréntesis pseudoborgiano: «(Ese perro no está en el Evangelio pero, a través del tiempo, lo adivino)». Tan convencido estaba de que el efecto merecía la pena que me permití una excepción a la regla de no añadir cosas que no estuviesen en los Evangelios. Todo bien, hasta que mi subconsciente escribió «gato» en vez de «perro» con una desafortunada fidelidad a Borges.

Me he pasado la tarde desconsolado, hasta que he recordado aquel perro honorífico oxoniense del poema de Jiménez Lozano:

DOCTORADO

Parece que en Oxford, o esto se asegura,

un don poseía un gato, y las leyes de la casa

lo prohibían, aunque no poseer un perro;

así que, considerando la ley un tal amor por el felino,

tras cinco horas de debate académico encendido,

se decidió nombrar Perro Honorario al gato,

y se extendieron acta y título. ¡Dios mío!

Yo querría tener así un doctorado honoris causa

de Mirlo o Cuco, por ejemplo.

¡Poco iba yo a pavonearme!, y Oxford

tendría a un pájaro de cuenta.

¿No podríamos nombrar al gato que se me coló perro honoris causa hasta la segunda edición?

También te puede interesar