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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Pequeño Aljubarrota

 

Ya lo conté en un artículo:

 

A  Jorge Luis Borges le pasaba como a los japoneses y a mí como a Jorge Luis Borges: preferimos que el otro tenga razón. Una señora le llamó «José Luis», y le pidió un autógrafo. Él firmó «José Luis Borges» sin rechistar, por galantería. Más tarde se preguntaba, incluso, si no tendría razón aquella señora, porque «no urge repetir el sonido ´Jorge’´».

 

Quizá extrañe en mí porque se tenga la idea de que yo defiendo las mías a capa y espada. Pero si se fijan son siempre o principios básicos de Derecho Natural o evidencias de sentido común o dogmas desvalidos de la Iglesia. Mío, mío, nada. Me pasé seis años fingiendo ser hiperglucémico porque el del bar de mi instituto, al ver que tomaba café con sacarina (por mi régimen de adelgazar, que consiste en eso), infirió que era diabético. No me pude tomarme un bollo hasta que aquel señor se jubiló.

 

 

Me temo que esa actitud me va a tener hablando, recibiendo referencias bibliográficas por whatsapp y leyendo sobre liberalismo una buena temporada. Compartiendo mesa ayer con un encantador portugués, me atreví a preguntarle qué le parece el iberismo, ya saben la corriente de pensamiento y sentimiento (de Unamuno a Miguel Torga) que desearía una unificación peninsular. El buen portugués no entendió «el Iberismo» sino «liberalismo», del que se ha revelado como un ferviente partidario. Me dijo que le alegraba sobremanera que tuviese tanta pasión por la doctrina económica y política verdadera. Y ahora, ¿hasta cuándo?

 

 

Sólo me amosca la posibilidad de que me entendiese a la perfección, pero que, fino estratega, prefiriese hacerme una envolvente. ¿No estaremos ante una pequeña Aljubarrota dialéctica en la que mi Iberismo recalcitrante está siendo burlado con un liberalismo de pega? Moriré con esa duda, porque tampoco se lo voy a preguntar. y, encima, por pura reacción, acabaré más reaccionario y redundante que nunca. Ya estoy sopesando comprarme, cual cota de malla, el viejo libro famoso.de Sardá y Salvany. ¡A esos extremos voy a llegar!

 

 

 

 

 

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