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Ayer prometía explicaciones. De la estampa navideña de Enrique me llamó enseguida la atención el freudiano intento de cargarse al padre. Lo di por bueno porque hay una tradición muy venerable de tomarle el pelo a san José en los villancicos, que llega hasta a roerle los calzones. La tradición cubre multitud de pecados.
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Escaneé corriendo el dibujo y lo mandé a mi hermano Jaime, el diseñador. Le hice la defensa de la viga vacilante, entre Freud y la tradición. Él lo vio menos complicado y me recordó el transcurso de los acontecimientos.
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Hacía unos días que teníamos el dibujo de Carmen y mi nana. Faltaba lo de Enrique, que remoloneaba. Eran las 7:30 de la mañana y había que componerlo ya, así que le dije a Jaime que iba a sacar al niño de la cama y a ponerlo a dibujar sin excusas ni desayuno ni nada. Jaime, desde Madrid me pedía paz, piedad, perdón, pero el niño hizo el dibujo. Salió la viga, y ahora Jaime no tenía dudas de los motivos psicológicos que habían llevado al niño a ponerle una viga de Damócles al padre putativo sobre su cabeza.
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Yo vi, a mi pesar, que la interpretación —tan poco navideña— sí que encajaba.