Le debo a la Fundación Disenso el impulso para una nueva relectura de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Han decidido en Disenso celebrar las efemérides culturales e históricas. Es una buena estrategia, que permite aunar la actualidad que piden las redes con la valoración de lo auténtico y la recuperación de lo valioso que pide la cultura. Con las efemérides se puede estar en misa y repicando.

Claro que aquí soy parte interesada, porque he disfrutado muy profundamente con este libro que habré leído cinco o seis veces ya, contando con la primera vez, que me lo leyeron. Por supuesto, no he descubierto ahora lo bien escrito que está, su condición de poema en prosa. Pero sí he visto clara la intención que movió a JRJ. Defender que la delicadeza y la sensibilidad no son contrarias a la fortaleza y la acción social.

Emprendió el poeta de Moguer una cruzada a favor del sentido estético y la emoción con la que pretendía mejorar España. Sus referencias a los lacedemonios no son ocurrencias cogidas del perejil. Hay un valiente y quijotesco ánimo regenerador que pone su esperanza en la belleza y la fuerza de la mano.

El libro no deja lugar a dudas. No cierra los ojos a nada (ni la pobreza ni la tristeza ni la muerte), pero todo se transfigura y a todo se le hace frente. Cuando muere Platero uno siente el mismo temple que en las Coplas a la muerte de su padre. Sería un desperdicio de talento que nos quedásemos con una lectura esteticista de este libro, aunque su prosa la ampara, por supuesto. Pero es que necesitamos más que nunca su decidido arranque por la naturaleza, por la elegancia, por la sensibilidad. El barbero tampoco se quiere quedar atrás: