Le debo a la Fundación Disenso el impulso para una nueva relectura de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Han decidido en Disenso celebrar las efemérides culturales e históricas. Es una buena estrategia, que permite aunar la actualidad que piden las redes con la valoración de lo auténtico y la recuperación de lo valioso que pide la cultura. Con las efemérides se puede estar en misa y repicando.
Claro que aquí soy parte interesada, porque he disfrutado muy profundamente con este libro que habré leído cinco o seis veces ya, contando con la primera vez, que me lo leyeron. Por supuesto, no he descubierto ahora lo bien escrito que está, su condición de poema en prosa. Pero sí he visto clara la intención que movió a JRJ. Defender que la delicadeza y la sensibilidad no son contrarias a la fortaleza y la acción social.
Emprendió el poeta de Moguer una cruzada a favor del sentido estético y la emoción con la que pretendía mejorar España. Sus referencias a los lacedemonios no son ocurrencias cogidas del perejil. Hay un valiente y quijotesco ánimo regenerador que pone su esperanza en la belleza y la fuerza de la mano.
El libro no deja lugar a dudas. No cierra los ojos a nada (ni la pobreza ni la tristeza ni la muerte), pero todo se transfigura y a todo se le hace frente. Cuando muere Platero uno siente el mismo temple que en las Coplas a la muerte de su padre. Sería un desperdicio de talento que nos quedásemos con una lectura esteticista de este libro, aunque su prosa la ampara, por supuesto. Pero es que necesitamos más que nunca su decidido arranque por la naturaleza, por la elegancia, por la sensibilidad. El barbero tampoco se quiere quedar atrás:
A la memoria de Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol que me mandaba moras y claveles.
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Un doble reír, caído y cansado, expresó desde el suelo el femenino rendimiento.
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Parecía de cerca, como una Giralda vista de lejos. [La torre de Moguer]
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Y pensé, de pronto, en Platero, que, aunque iba debajo de mí, se me había, como si fuera mi cuerpo, olvidado.
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Sueños, pensamiento sin cauce.
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¡Quién, como tú, Platero, pudiera comer flores… ¡y que no le hicieran daño!
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Te he dicho, Platero, que el alma de Moguer es el vino, ¿verdad? No; el alma de Moguer es el pan.
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Platero, avergonzado un poco de verse así, viene a mí, lento, mojado aún de su baño, tan limpio que parece una muchacha desnuda.
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Nos entendemos bien. Yo lo djo ir a su antojo, y él me lleva siempre adonde quiero.
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[Esta descripción de su perro Lord, que reconocerá cualquier que haya tenido un fox-terrier] Era blanco, casi incoloro de tanta luz, pleno como un muslo de dama, redondo e impetuoso como el agua en la boca de un caño. Aquí y allá, mariposas posadas, unos toques negros. Sus ojos brillantes eran dos breves inmensidades de sentimientos de nobleza. Tenían vena de loco.
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¡El pozo!... Platero, ¡qué palabra tan honda, tan verdinegra, tan fresca, tan sonora! Parece que es la palabra la que taladra, girando, la tierra oscura, hasta llegar al agua fría.
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Platero, si algún día me echo a este pozo, no será por matarme, créelo, sino por coger más pronto las estrellas.
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Todo va y viene, en trueques deleitosos; se mira todo y no se ve, más que como estampa momentánea de la fantasía... Y anda uno semiciego, mirando tanto adentro como afuera, volcando, a veces, en la sombra del alma la carga de imágenes de la vida, o abriendo al sol, como una flor cierta, y poniéndola en una orilla verdadera, la poesía, que luego nunca más se encuentra, del alma iluminada.
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Y el alma, Platero, se siente reina verdadera de lo que posee por virtud de su sentimiento.
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Es la noche tan clara, que las flores del jardín se ven de su color, como en el día.
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Dios está en su palacio de cristal. Quiero decir que llueve, Platero. Llueve.
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Entonces, acordándome de mí mismo, pensé que Platero tendría el mejor premio en su esfuerzo, como yo en mis versos. Y cogiendo un poco de perejil del cajón de la puerta de la casera, hice una corona, y se la puse en la cabeza, honor fugaz y máximo, como a un lacedemonio.
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[Disfrazados en la noche de Reyes] El año pasado nos reímos mucho. ¡Ya verás cómo nos vamos a divertir esta noche, Platero, camellito mío!
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En realidad, son dos mariposas; una blanca, ella; otra negra, su sombra.
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Dueños de la mejor riqueza: la de nuestro corazón.