A Francisco Pérez de los Cobos (Murcia, 1962) se le conoce muchísimo más como jurista que como aforista. Es catedrático de Derecho Laboral y fue presidente del Tribunal Constitucional, nada menos. Este no es el sitio para analizar su trayectoria político-jurídica. En mi columna de opinión del Diario de Cádiz ya he hablado de la melancolía de contrastar la inteligencia, talento y rectitud moral que demuestra en sus aforismos con sus logros prácticos en el TC.

Mucho más felizmente, éste es el sitio de aplaudir su talento, desplegado en la segunda edición de Parva memoria (Tirant lo Blanc, 2022). Es verdad que el Barbero del Rey de Suecia se queda con lo mejor, pero lo mejor suyo es mucho y muy bueno, como verán ustedes en dos o tres párrafos, en cuanto muestre mi selección. Si Francisco Pérez de los Cobos no tuviese una carrera fuera de la literatura, nada más que por su aforística, reunida en este libro breve, ya se merecería nuestro tiempo y nuestra atención.

El planteamiento que inspira el título es que sus aforismos no son sino sus memorias quintaesenciadas, libres de toda anécdota, dejadas en la escamondada categoría. Resulta una perspectiva admirable y verdadera. Los aforismos brotan de la vida, muy pegados a las circunstancias, aunque desprendiéndose de ellas. Eso está muy bien visto. Sobre todo, cuando el aforista se dedica en exclusiva al género. Es el caso de Nicolás Gómez Dávila, que, como salía muy poco de su biblioteca, afirmó —en esta línea— que sus escolios eran la quintaesencia de sus lecturas. Y es el caso de Ramón Eder, que ha abandonado los géneros que practicó en su primera juventud para concentrarse en sus aforismos.

Esta condición de memorias reconcentradas se transparenta especialmente en Pérez de los Cobos porque dedica aforismos a las materias de su trayectoria. Como el Derecho: «El Derecho es, en primer término, una coartada moral. Su primera y más perversa función consiste en conjurar el peligro de las conciencias»; «No hay pueblo que crea menos en el Derecho que el italiano, que tiene, por otra parte, una vasta cultura jurídica.  Ergo la cultura jurídica —como toda, quizá— conduce al cinismo»; «La creación de obligaciones jurídicas —verbigracia, las de asistencia social— desvanece la percepción de la existencia de las obligaciones morales»; o «La ignorancia de la Ley no exime de su cumplimiento, mas pareciera a veces que su conocimiento sí»; etc.

También la política provoca profundas reflexiones: «Ser revolucionario es la forma más histriónica de ser superficial»; «La falta de pluralismo es la peor de las censuras»; «No desdeñes la ineficacia del Estado, por lo regular sirve a tu libertad» y «Hay quienes no creen que exista un derecho natural a la vida, pero sí a la negociación colectiva», entre otras cargas de profundidad.

Podríamos espigar otras divisiones temáticas recurrentes como la religión católica y la pasión literaria. De ambas dice cosas muy atinadas, inteligentes e iluminadoras. Pero ya va siendo hora de que el barbero nos dé su selección sin más compartimentos estancos. Además, todo el libro está punteado, más allá de los magnetismos temáticos, por la luz del lirismo, la gracia de la greguería, la intensidad de la inteligencia y el bálsamo de la bondad.

La única mirada certera es la piadosa.

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La belleza del mal es relamida.

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Sin premeditación no hay cursilería.

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La inteligencia es presupuesto de toda virtud.

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Toda relación humana que se precie es una relación pedagógica.

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El antónimo de la muerte es la música.

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El que hace siempre lo que quiere acaba por no saber qué quiere.

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Al reino de los cielos se llega herido.

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Cuando la vanidad es clamorosa, casi es inicua.

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Quien no tiene hijos vive otra forma de orfandad.

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La envidia que se confiesa se amortiza.

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Hay quien confunde la coherencia con la redundancia.

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Para ver bien hay que mirar bien y miramos poco y mal.

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La Biblia, experta en humanidad, nos encarece hasta cuatrocientas veces a no tener miedo.

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Cuando la reina de Saba visitó a Salomón, éste le regaló, como su más preciado don, varios consejos y aforismos.

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Sólo hay que darle confianza a quien sea incapaz de tomársela.

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Quien en la realidad no ve matices, ve por doquier incoherencias.

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La presencia vívida de Dios da a la existencia una dimensión mágica.

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Es terrible pensar que cada hombre que no hace lo que ha venido a hacer al mundo crea un vacío definitivo.

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El mejor aforismo tiene el recorte de la media verónica.

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Algunos escritores tienen la delicadeza de limitarse a escribir su propia antología.