Mi hijo se sintió tan identificado con el título que me pidió que le comprase por lo que más quisiera ese libro que hablaba de él: Guapo, rico y distinguido.

 

De autoestima, anda bien la criatura.

 

El libro era de sir Pelham Grenville Wodehouse, alias «Plum», archiconocido autor humorístico. Su tono chispeante y aparentemente menor no le ha impedido ser muy alabado, entre otros, por W. H. Auden, George Orwell, Stephen Spender, Orson Welles, Hilaire Belloc, T. S. Eliot y Evelyn Waugh, que lo llamaba «El Maestro». Sir Iain Moncreiffe recuerda la reacción de su profesor T. H. White, autor de La espada en la piedra y El caballero mal fet: «Una mañana, Tim White entró en nuestra hermosa aula georgiana y anunció: “Ayer murió G.K.Chesterton. Hoy el gran maestro vivo de la lengua inglesa es P.G. Wodehouse”».

 

Frente a la autoestima certificada de mi hijo, el libro golpeó duro a la mía. Me empeño en leer en inglés, pero me dejo muchos pelos en la gatera del idioma no materno. Esta novela ya la había leído dos veces, pero ahora, en la lengua del Imperio (no del británico) me he divertido muchísimo más. La traducción de Luis Ignacio Bertrán resulta atrevida y desvergonzada, como pide Wodehouse. El lenguaje en sí tiene una comicidad intrínseca, que resulta la de la trama. Hay mucho trabajo detrás, como confesó alguna vez Plum. Cuatrocientas páginas de notas llegaba a escribir antes de saber que tenía una novela entre manos. «Luego», dejó dicho, «ya sólo es cuestión de detalles, mecanografía».

 

Y luego para nosotros ya sólo es cuestión de desternillarse por frases tan bien atornilladas como éstas: «El pueblo de San Roque tiene un casino que lo convierte en una Meca para quienes gozan viendo su dinero barrido por raquetas de crupieres de cara melancólica», que traen a la memoria otras de otras obras del autor. Entre las que recuerdo:

 

Entre los secretos del éxito de este hombre de negocios estaba el hecho de que cuidaba de sus negocios.

 

La tendencia humana a meter el dedo en la llaga es universal.

 

Un punto débil: Aquiles tenía su talón; Lord Tilbury tenía su bolsillo.

 

[Mentir a Ronnie] Tienes que acostumbrarte: es el secreto de una feliz y duradera vida matrimonial.

 

Los pronombres son endiablados. Empiezas diciendo “suyo” y acabas sin saber si de usted o de él.

Como tantos actos imprudentes, había parecido una buena idea en su momento.

 

[«Hablemos de algún tema razonable»] Esa brillante invitación tuvo el efecto que suele: exterminó la conversación completamente.

 

Obsérvese que, a menudo, hay una profunda (aunque con aparente superficialidad) psicología. En Guapo, rico y distinguido puede leerse esta idea, que hemos experimentado en nuestras propias psiques: «Este pensamiento no hizo más que asomar fuera de su subconsciente y volver a esconderse de nuevo en un instante, pero su meteórica aparición fue motivo suficiente para dejarla vagamente intranquila». O esta, menos sutil, pero igual de espléndida y empíricamente comprobada: «Jane Opal respiró profundamente. Si no hubiese sido una muchacha excepcionalmente bonita, hubiera podido decir uno que había resoplado».

 

Otro expediente de P. G. Wodehouse que no deja de sorprendernos aunque lo use sin parar son sus lecturas y citas cultas, a veces ligeramente trastocadas. Es entonces cuando caemos en que sus novelas tienen un aire a las comedias de Shakespeare. Véase Mucho ruido y pocas nueces, por ejemplo. La brisa de Jane Austen también se deja sentir. Pone a Sidney Carton de Historia de dos ciudades como modelo de entrega caballeresca en el amor desgraciado, lo que demuestra que hasta qué punto se sabía inserto en una tradición muy bien leída.

 

No recurre a la caballería a humo de paja o a efectos ornamentales. Hay una veta moral en su literatura. A veces directa: «Cuando un padre se porta como un orate, es menester decírselo —con dulzura, claro, que no con aspereza—, ponérselo de relieve y dejar que su inteligencia haga el resto». A veces, sutilmente: nadie se ha reído mejor del esnobismo y sus vinculaciones con el dinero fácil y ajeno. El protagonista Patrick B. Franklyn, modelo de caballerías, ante las molestias de los hijos pequeños de los veraneantes de clase media que atiborran la estación de Waterloo: «En ese mismo instante, en que lo encontramos despegando de sus pantalones a un par de pequeñuelos —Ralph y Florrie— y devolviéndoselos a sus padres, no había en sus maneras el menor rastro de impaciencia, y sí solamente de atenta solicitud». [p. 29] En cambio, la novia le comenta: «¡Qué chusma!». Patrick contesta, naturalmente: «A mí me gusta»; y el lector ya sabe en la pág 30 que esa relación, por muy guapa que sea ella y aristocrática, no llega al The End.

 

Por cierto, Wodehouse es el gran adalid del juego maravilloso —pese al momentáneo dolor— que dan los noviazgos rotos, que son la base sólida de una posterior feliz vida matrimonial para todos.

 

Pero sabe reírse de la supuesta abnegación de los caballeros con ironía finisima. Packy está ayudando a Joan con una gran entrega, a Joan que es muy atractiva y, además, simpatiquísima, pero todavía en la pág. 109: «… alguna noble cualidad innata de su carácter. A veces tropieza uno casualmente con individuos así: rectos, con gran corazón, altruístas, desprendidos, hombres que sin ningún incentivo de beneficio personal se lanzan simplemente a una empresa, haciendo bien a todo el mundo. Packy no podía por menos que autocalificarse como uno de ellos».

 

Todas las sutilezas y sugerencias están perfectamente medidas. La novela es también una graciosa ostentación de dominio del oficio, con muchos comentarios metanarrativos. El autor expone la importancia de no contarlo todo, la de repasar los autores, la de sincronizar acontecimientos, etc. También se gasta sus chanzas con los intelectuales, las conferencias, las exposiciones y, sobre todo, los novelistas de Bloomsbury.

 

He incluido muchas citas en la introducción porque quiero concentrar los recortes del barbero en una cuestión en concreto. En el cuestionario librero que me hizo Juan Marqués confesaba que a menudo los personajes de Wodehouse me habían configurado. ¿En serio? Sí, todo lo en serio que Wodehouse permite, que es —como espero haber dejado caer— más de lo que parece. He recogido momentos de esta novela en la que, dejándole lo de Guapo, rico y distinguido a mi niño, yo me miro en el espejo de Plum:

 

Y si fracasa, ¿qué puede suceder en total?… Una tumba más, ¿qué importa al mundo?

 

*

 

Aunque prometido a lady Beatrice Bracken, Packy Franklyn no había renunciado del todo a la vieja costumbre de mirar cumplidamente a las muchachas bonitas.

 

*

 

La experiencia me ha enseñado que nunca se sabe con quién va a casarse uno en este mundo.

 

*

 

Hombre sociable ante todo, Packy simpatizaba con la mayoría de la gente a primera vista, pero no podía recordar haber experimentado nunca una atracción tan completa como la que, ya en el primer encuentro, había experimentado con Jane Opal.

 

*

 

Sin embargo, aun existía alguna esperanza. Todavía no había fumado su pipa habitual tras del desayuno, ejercicio que, como todo el mundo sabe, da frecuentes pruebas de ser un manantial de sutilísima inspiración. [En mi caso el manantial es el segundo café de la mañana]

 

*

 

Se dispuso a ser —ya que no el alma y la sal de la fiesta, pues el Vizconde cuidaría por descontado de asumir tales papeles—cuando menos menos un voluntarioso oficiante.

 

*

 

El porvenir se le presentaba radiante, y el deber manifiesto que tenía ante él era el de hacer el presente más esplendoroso todavía.

 

*

 

«Dispénseme. Estaba meditando. Se me ha ocurrido una idea, y esto no me pasa a menudo. Cuando las cojo, me dejan atontado».

 

*

 

Y por añadidura, aparte de recitarle poesía en un momento en que la más ligera prosa se hacía precariamente resistible, este ofensivo joven pretendía…

 

*

 

Siendo él mismo experto en materia de falsedades, poseía una especie de sexto sentido para las ocasiones en que la veracidad de una historia había de analizarse por lo que él solía llamar la eufonía.

 

*

 

Oprimido el corazón con la dolorosa añoranza de los tiempos pasados —tiempos en que, ciertamente, no hubiera permitido a una muchacha tan guapa como aquella salir de su órbita sin antes probar fortuna—

 

*

 

Era bien patente, a medida que se aproximaba, que el joven novelista no se encontraba de un humor sonriente. Pero esto no fue obstáculo para que Packy rehuyera su conversación. Su temple optimista bastaba para dos personas.

 

*

 

Una nueva prueba de la verdad del aforismo que dice que raras veces los autores se parecen a lo que puede deducirse de los libros que escriben.

 

*

 

—Pero, ¿no comprendes?
—¿Qué es lo que no comprendo?
—Que me he entregado a este asunto únicamente por diversión.
—¿Y cuál es la diversión?
—Bueno, quiero decir… Por eso que llaman «espíritu de aventura»…