Es asombroso todo lo que uno no ha leído. La novela Un caballero en Moscú (2016) de Amor Towles (Boston, 1961) me la habían aconsejado mucho. ¿En qué estaba pensando? Toca un racimo de temas que me interesan vivamente: la caballerosidad, la enología, la literatura rusa, el sedentarismo, el arraigo, algo de poesía, bastante de paternidad, la amistad… Dos o tres ideas me habrían venido de lujo para Ejecutoria, y ahora tendrán que esperar a la segunda edición, si llega. ¡Mira que he tenido siete años largos para leerla, ay!

Pero la dicha es buena. Trata de un aristócrata ruso, el conde Rostov, en medio de la revolución soviética. Le perdonan la vida gracias a un poema de tema social que firmó de joven. Le condonan la condena a cambio de un arresto domiciliario en el elegantísimo hotel Metropol de Moscú. Éste hace de La Mancha, más o menos, porque se trata de una novela cervantina, en el sentido de que pesa más el personaje que la trama. Los acontecimientos o episodios van un poco al tuntún. Aunque tanta soltura no quita para que los cimientos de la construcción de esta novela sea muy firmes, con sus estribillos o temas recurrentes, sus giros inesperados, sus magistrales elipsis —ante ellas me quito el sombrero— y sus ironías estupendas. Un ejemplo de esta última. El conde Rostov hace cada mañana sus flexiones, pero según pasa los años hace menos. Vemos la constancia de un carácter y el carácter del tiempo.

Towles es listo y trabajador. Se sabe sus tradiciones o bibliogenalogías: «Viendo las líneas esbeltas de la primera junto a las formas achaparradas de la segunda era inevitable pensar en don Quijote y Sancho Panza en la meseta castellana. O en Robin Hood y el fraile Tuck en el umbrío bosque de Sherwood. O en el príncipe Hal y Falstaff». También se ha trabajado los títulos esenciales de la literatura rusa.

El libro está escrito con voluntad de estilo. Gasta un fraseo ligeramente pomposo. Quizá no sea una gran novela porque entiende mejor la gastronomía que el patriotismo, aunque, a cambio, sí sabe lo que es el arraigo. Se le escapa transmitirnos en algún momento una ligera claustrofobia, que no tenía por qué enturbiar la felicidad, pero nos hubiese explicado mejor el personaje y el desenlace. Lástima que no haya tenido presente el Viaje alrededor de mi cuarto del menor de los De Maistre. Tampoco ahonda mucho en el amor, y hubiese podido, porque tenía la historia. Parece que la frivolidad del personaje principal se le impone o le pasa por encima y yo, o la hubiese negado sutilmente o la hubiese enfocado un poco más. La crítica a Stalin brilla por su ausencia y, lo que me duele más, no hay ni un guiño a los rusos blancos. Towles tiene un concepto de la nobleza bastante bostiniano (Historias de Filadelfia, digamos), pero ése sí lo conoce y lo expone estupendamente.

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