Confluyen varios ríos de interés para que Desde que tus pasos me abren el camino (Vison, 2020), de Luis Rosales Fouz y Cova Sánchez-Talón , no deba pasar desapercibido. Lo escribe un hijo sobre su padre, que es uno de los temas más apasionantes de la cultura actual, al que dediqué la antología de poesía Tu sangre en mis venas. El padre del hijo en cuestión, es Luis Rosales, poeta al que he dedicado una antología general, y una recopilación recreativa de aforismos. En tercer lugar, el libro gira alrededor de la vida cotidiana y los horarios de trabajo y las rutinas de un poeta, que es algo que me inquieta mucho, porque es algo que yo no estoy gestionando bien, si me permiten la confidencia.

 

Por último, es en buena medida otro libro de Madrid, coincidente con el de Trapiello. Eso también nos atañe a los provincianos, tal y como son, por cierto, Rosales y Trapiello. Porque, como dice el granadino: «Con tanta capacidad de acogida que todos los españoles podemos decir certeramente que tenemos dos patrias chicas, la de nacimiento y Madrid».

 

Esta diversidad de temas, se recoge muy bien tipográficamente. Distintos tipos de letra para lo que escribe el hijo y para las muchas citas de lo que escribió el padre, una generosa y variada colección de fotografías, tanto familiares como turísticas, páginas facsímiles de cartas de unos y de otros, y de poemas; y reproducciones de caricaturas del poeta.

 

Se nos ofrece una perspectiva interior de los poemas y los libros. Algunas ya sabidas, como la historia de amor con Lola Monereo que inspiró el primaveral Abril (1935): «Lola/ la pena fue tan amarga/ más que por pena por sola». Aquel amor universitario era tan intenso que el joven poeta fue incluso capaz de lamentar sus largas vacaciones. Hazaña romántica, si se piensa:

 

            Durante noventa días

            no volveremos a vernos

            y mis ojos, poco a poco,

            irán quedándose ciegos.

 

            Nunca se acaba el verano

            lento, lento, lento, lento,

            ¡y estoy tan solo, tan solo

            como un aprendiz de muerto!

 

Algunas informaciones son realmente sorprendentes. Yo no salgo de mi pasmo tras haberme enterado de que la angustia metafísica universal del poema «Autobiografía» tiene «mucho que ver» con la pena de no haber llegado a ser catedrático. Lo dice el mismo Rosales, tras confesar que «ha sido una de las mayores, probablemente la mayor, frustración de mi vida». [Pág. 54]

 

Abundan los datos curiosos. Por ejemplo, el del origen (o golpe de manivela del motor de la inspiración, como diría T. S. Eliot) para La casa encendida (1949) tras ocho años sin escribir poesía. Quedó Rosales con un amigo dominicano para cenar, pero éste tenía que hacer una gestión de dos horas y le pidió que le esperase. Rosales que tenía el ánimo muy bajo se dijo: «Qué clase de vida es la mía, perdiendo el tiempo en una larga espera inútil», y de ahí arrancó el poema.

 

En general, las anécdotas suelen ser menos llamativas. Aunque muchos de esos chascarrillos reconstruyen el ambiente de una época. Así las chuflillas que escribió José García Nieto sobre la Academia de la Lengua. Cuando las he buscado en Google para hacerles un grácil enlace, he visto con asombro que no estaban en la webesfera. Así que las pico aquí, como acto de servicio público:

 

EL ELECTO

 

Mírenle todos pasar.

Desde la feliz noticia

hasta el día de ingresar,

¡oh, cima de la delicia!,

algo tiene de novicia

a punto de profesar.

 

 

ELECCIÓN DE CANDIDATO

 

Hay treinta excelencias

con cara de mus.

Abran la enigmática

urna, «Fiat lux».

Se barrunta el riesgo

de algún patatús

en torno a la mesa

que talló Hartzenbusch.

 

 

DIÁLOGO EN LOS PASILLOS

 

Entre las cosas nefastas,

el asunto de las pastas

creo que no tiene enmienda.

(Interviene en la contienda,

absorto, el recipendario)

—¿Cuáles, las del diccionario…?

No, no, las de la merienda.

 

Son mucho más conocidas las letras que Dámaso Alonso escribió al autor de este libro, cuando era niño, pero que recogidas por él mismo tienen un plus de emoción al que no queremos ser indiferentes. Cuenta un detalle muy bonito (y profundo) Rosales Fouz. Estos versos fueron un regalo personal hasta tal punto que cuando Dámaso Alonso quiso recogerlos en su obra completa le llamó para pedirle permiso.

 

Hay un sinfín de detalles menores muy significativos a los que cada lector le puede sacar punta como que en el despacho los lápices estaban siempre muy afilados. A mí me ha parecido una imagen muy fina de un hombre siempre a la escucho y a la espera de la inspiración más leve, como fue Rosales.

 

Hay un último detalle, aunque invisible, precioso. El libro está escrito mano a mano por Luis Rosales Fouz y Cova Sánchez-Talón. La poeta, sin embargo, ha sabido desaparecer hasta de la voz narrativa, para dejar más espacio a la emoción de los recuerdos del hijo. Hay una generosidad literaria entre líneas que sostiene el libro por debajo.

 

He tenido que vencer la tentación de hacer un barbero de las muchas citas espléndidas que se hacen de libros del propio Rosales. Pero eso —si bien se mira— es justo lo que hace ya el libro, y aquí hemos venido a barberizar éste:

 

     Afortunadamente la vida, a veces, concede una segunda oportunidad. He buscado a mi padre y lo he encontrado.

Bien pensado,

responder cuando nos llaman

es un milagro.

*

 

Mi padre tenía un fino sentido del humor. Su carácter coincidía con la definición que hacía de sí mismo: «Soy un optimista que parte del desengaño».

 

*

 

Julián Marías: «Rosales es de las personas más resignadas que conozco».

 

*

 

 

*

 

Mi padre no leía periódicos. Eso sí, recibíamos todos los días el ABC, en cuya tercera escribió durante muchos años.

 

*

 

[Una lección de mi padre] «¿Ves, Luis? Para ver, hay que mirar y hay que saber»

 

*

 

Dámaso Alonso: «Luis Rosales está hecho de una prolongada y densa sucesión de retrasos, discusiones, ternura, teorías, ilusiones, ensayos, delicadeza, ceceos, un corazón como una casa, poemas, amigos, inteligencia inventora, tabaco negro y coñac».

 

*

 

 

*

 

[Recuerda la casa de Cerdecilla] Había una chimenea frente a la cual todavía ensueño a mis hijos y mis padres.

 

*

 

Mi padre solía despedirse con un «hasta luego, de esto tenemos que hablar». Y con el alma conmovida, le respondo: «hasta luego, padre, lo hablaremos».