Tuve la suerte de participar en el volumen colectivo Vidario (Pre-Textos, 2009), que reunía artículos y estudios para festejar los 20 años de Salón de pasos perdidos, el proyecto diarístico de Andrés Trapiello. Allí expliqué tres cosas que sigo pensando: 1) que sus diarios son una de las mayores aventuras literarias contemporáneas, los episodios nacionales de nuestra época, idea que luego he visto que también han pensado otros, como es natural; 2) que toca uno de los asuntos más medulares de hoy en día: la defensa de la personalidad frente a tantas corrientes que quieren estandarizarnos y uniformarnos; y 3) que los lectores también se benefician de esa defensa de la vida propia. Uno es más uno leyendo a Trapiello. Los diarios, en general, y los de Andrés Trapiello en particular son una de las más inteligentes defensas de la libertad de ser uno mismo (por eso, el uso del «uno» pronominal de Trapiello no es casual).
Pero todo eso, que sigue estando en los diarios de ahora, ya estaba. Han pasado 14 años y ¿qué ha mantenido y acrecentado el interés y el valor de estos diarios, más allá de lo que ya sabíamos? Este sería, sin lugar a duda, el argumento de mi artículo para cuando nos reunamos de nuevo sus lectores para celebrar en otro libro conjunto los 50 años de Salón de pasos perdidos. Apunto aquí mi esquema.
Como introducción advertiría que la buena prosa, la agudísima capacidad para observar la realidad y el sabio ritmo de los ritos anuales, todo eso, estaba en los primeros diarios y está en los últimos, y los lectores agradecemos su perfecto estado de conservación. Pero también hay tres razones nuevas: 1) El diario se ha ido narrativizando. Cada vez son menos apuntes al margen de lo que pasa que casi relatos breves o medianos. 2) También ha ido ensanchando el registro: del humor se pasa a la elegía, podemos tener una diatriba furiosa al lado del más fino apunte sentimental y, de pronto, la poesía te aprieta el corazón o se roza el astracán en páginas humorísticas inolvidables. Esto ya estaba desde el principio, pero ahora el abanico se ha abierto más en extensión y en intensidad. Y 3) por último y más complicado, hay un sutil proceso de mejoramiento moral del protagonista, muy acompañado aquí, justamente, por M. y sus hijos. Si la épica ya estaba implícita en el propio planteamiento del proyecto diarístico, cada vez se le adivina más ese temple.
Pero esto ya lo escribiré y ahora tocan sólo unas notas apresuradas del último volumen Éramos otros. Aquí estamos en el barbero, y los fragmentos recogidos son:
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[La totovía] Canta igual que el ruiseñor, pero sin tanta fama. La totovía es muy estudiada, porque a veces da dos notas a la vez. Lo que querríamos todos. [Obsérvese, ahí, en la primera página de la última entrega la advertencia de esa variedad de notas que yo, que me había olvidado de la totovía, acabo de señalar].
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Qué rara es siempre la luna de día, como la bombilla que alguien se ha dejado encendida a pleno sol.
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En la vida puede uno victimizarse, y te irán bien las cosas a corto plazo, o inmolarte, y tienes asegurada la posteridad.
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… el ruido de los dos o tres borbotones de la botella de vino recién descorchada. Este del vino saliendo de una botella llena es uno de los sonidos más bonitos que hay en el mundo.
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[Museo Romántico] Abierto al fin después de diez años de obras. Lo han dejado… nuevo. O sea, se lo han cargado.
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Ha llegado el verano sin que se haya ido la primavera, y ahí los tienes a los dos, primavera y verano, sentados a la misma mesa.
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Lo primero que hacen los que no saben a dónde van es borrar las huellas que delatan de dónde vienen.
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Lo difícil no es tener futuro, sino pasado. El futuro es de lo más democrático, lo tenemos todos. Un pasado decente, solo los privilegiados.
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Se diría que los gallos estuvieran en una subasta y pujara cada uno, enardecido, para quedarse el sol.
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En arte lo difícil no es la magia, sino el milagro.
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Del pueblo no queda casi nadie. Ahora, «de pueblo», zoquetes, ordinarios y brutos cada día hay más. Y los de pueblo cosmopolitas (algo que hoy resulta muy fácil ser), los peores.
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[Qué crónica maravillosa hace de la final del mundial de Sudáfrica. Le llama un amigo que] Me dijo, emocionado: «Me he acordado de mi padre. Lo que no habría dado por vivir este momento». Su padre hace casi cuarenta años que murió y lo ha convocado el gol de un manchego en Sudáfrica.
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Ruiseñor/Risueño/Risueñor. Bendito idioma.
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Así es como llevan los ancianos sus años en la cabeza, como metas volantes: es lo primero que te recuerdan, no la edad que tienen , sino la que van a tener.
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Qué bonito. Madre, al referirse a una nieta un poco atolondrada, dijo: «¿Y esa golondrina?».
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A esto hemos llegado: lo mismo a tocar jazz con partitura que a enseñar informalismo en una academia. A un tris de abrir escuelas de gastronomía donde enseñen a preparar gambas con chocolate. El buen conservador tendría hoy por delante una tarea ingente: sólo en dinamitar la tontería cultural se le iría la vida.
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Equis debería escribirse con x, equix. Y a mí, por estos cuadernos, titulárseme, como hay un duque Essex, duque de Equix.
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Es increíble lo poco que la gente ve, acorde con lo poco que mira.
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A mí me da vergüenza fotografiarme en las tumbas de nadie, parece uno el cazador de un safari literario.
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Me alegro de haber esperado tanto para leerlo, porque igual, de más joven, me habría impresionado. [La piel, de Curzio Malaparte.]
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[Cádiz] Hoy por hoy es la gran ciudad española, aquella en que la vida nos imaginamos que seria más grata, la de mejor clima, la de perspectivas más abiertas y proporciones más cerradas.
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[Manuel Alcántara] Al final del tercer whisky resumió su vida del modo en que parecía habérsela ya resumido a otros, porque no vaciló: «De las potencias del alma, memoria, inteligencia y voluntad, yo de memoria bien, de inteligencia regular y de voluntad mal…»
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[Murcia] ¿Y por qué no tuvo uno la suerte de nacer en esta ciudad?
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Belfast está de Dublín a dos horas en coche. No sé si ese trayecto es bonito, porque lo hicimos de noche y en castellano, de modo que era como ir de Barajas a Zaragoza.
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«Lo importante es estar bien en cualquier parte», le dijo nuestro hijo pequeño a su abuela, cuando esta le decía que sentiría mucho estar «criando malvas» cuando él se echara su primera novia.
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«Pero vas a ser como tu padre», le recordé [al hijo que decide que quiere dedicarse al arte] «sin oficio ni beneficio, y tendrás que acostumbrarte a vivir pobremente y a trabajar mucho; es posible que, en alguna ocasión, para salir adelante, tengas que recurrir a la limosna, porque emprendes una carrera mendicante. Los artistas y artesanos como nosotros hemos de mendigar los trabajos, el aplauso o, peor aún, la palmada en la espalda. Te pasarás solo el resto de tu vida, tú y tus sueños, tratando de hacer de ellos algo verdadero, algo real. Nunca tendrás tampoco la certeza de que has llegado a ninguna parte. Dejar de ser soldado no te convierte en guerrero, pero tendrás que aprender a ser un luchador y a batallar sin esperanza de ganar, sin poder compartir con nadie ni derrotas ni victorias».
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Los corros estropean mucho el arte. A veces, cierto, lo mejoran, pero a menudo, si no lo estropean, lo convierten en otra cosa. Se lo dijo Belmonte a Chaves Nogales, él jamás había toreado mejor que solo y a la luz de la luna, de maletilla.
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[Le venden un grifo de baño feísimo a su mujer y a él] Los dos sabemos que si es capaz de funcionar los próximos cien años se pondrá bonito. No falla.
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Ya lo dice nuestro amigo EAdelaE., del Rastro: «Me gustaría llevar la vida que llevo, pero pudiendo».
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[Un pájaro que canta] De no haber tenido tantas cosas que hacer dentro, me habría quedado fuera de casa escuchándole. Ninguna de esas tareas era mejor ni más necesaria que oírle a él, pero esto es también la vida, tener que elegir lo que vale menos.
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