Perder el tiempo (Isla Elefante, 2023) es el segundo libro de poemas de Guillermo Marco (Madrid, 1997). En 2018 había ganado un accésit del premio Adonáis con Otras nubes (Adonáis, 2019). Este libro lo convirtió en una de las voces emergentes de la poesía joven española. El segundo es el libro más difícil de escribir, según me repetía José Mateos cuando yo estaba escribiendo el mío, para darme tantos ánimos como temblor. Tiene razón Mateos. Con buen gusto, afición lectora y algo de mano, se puede escribir un dignísimo primer libro. Para el segundo se exige una hondura, una vocación y un desarrollo.

Guillermo Marco supera la prueba con creces. Me consta que una versión primeriza de este libro se tituló Una manera de relacionarse con el tiempo. Se ve que, con la madurez, ya ha comprendido en qué consistía concretamente esa relación: en perderlo. Ahora bien, leer el libro es aprovecharlo.

La evolución está clara: es la desenvoltura. Se propone «dejar el léxico excesivo para los adolescentes y los documentales». No deja el juego, en cambio. A conciencia. La poesía es juego, pero arriscado. O «Jugar con fuego», como nombró García Martín su revista mítica, o Jugar en serio, como tituló un gran libro García-Máiquez (Jaime). ¿Cómo juega Guillermo Marco? Con poemas con las líneas en blanco para rellanar los espacios, como pasatiempos, precisamente. El juego es en serio: es una manera muy lúdica (gamificada) de recordar que la poesía es un trabajo en equipo, que el lector es el coautor de un poema. La apoteosis de la gamificación sucede en el final del libro, abierto, con dos puntos y ya en blanco, en un poema que promete desvelar el sentido de la vida. El sentido de la vida, por tanto, ha de encontrarlo el lector. ¿El poeta se escaquea? En absoluto: el poeta le ha dicho, si no dónde encontrarlo, sí quién, que nos poco, y, además, que parece posible. Yo doy las gracias.

Pero que no se nos olvide el fuego con el que se juega. Estos guiños hacen, de paso, una cosa muy seria: tradicionan la vanguardia. Hallamos dosis muy bien puestas de biografismo, que siempre aparece cuando la poesía es verdad. Los ecos de César Vallejo y Vladimir Holan contestan a la pregunta que el autor se hace: «Si habré hecho bien en abandonar toda formalidad,/ en tender hacia la prosa». Ha hecho bien, porque la poesía y la emoción no pierden.

Ejerce un dominio absoluto del correlato objetivo, como en el poema «Regalo», donde el reloj que le dio la amada tiene todo el temblor del tiempo juntos y su incertidumbre aneja. El poema «Acto reflejo de huida» es quizá lo más estremecedor –en su dulzura y sencillez– que he leído sobre el tema de la separación de los padres. Entre los fragmentos que propone el barbero, cuela, jugando a hacerse trampas en su propio solitario, ambos poemas: