Cuidado con el título del libro de Joan García del Muro Solans. Se llama Good bye, verdad (Milenio, 2019), pero también podría titularse Welcome, verdad. Es, ciertamente, «una aproximación a la posverdad», como reza el subtítulo, pero con tanta claridad de análisis que se sale de su lectura convencido de que hay que abrir los brazos de nuevo a la objetividad si no queremos caer de cabeza en la barbarie y los nuevos totalitarismos.

 

El libro, que en su versión original en catalán ganó el Premio de Ensayo Josep Vallverdú 2017, no entra en derroteros partidistas ni casi en discursos opinativos. Con una pluma muy limpia y transparente expone, con multitud de ejemplos pertinentes y de citas muy atinadas, el estado de la cuestión, sus causas y, ay, uf, sus consecuencias.

 

Tiene cierta gracia uno de sus argumentos recurrentes: la reductio ad Trumpum. Esto es, que mientras la negación de la verdad (aquí le hace un traje a Vattimo) tenía como objetivo declarado debilitar a las sociedades occidentales (este libro se lee muy bien como pareja aséptica del combativo Retorno de los dioses fuertes) todo iba de lujo. Se decía que no había verdad para arrimar al ascua a la sardina políticamente correcta. Uno de los legados más importantes de Trump ha sido demostrar que la posverdad se podía utilizar igual en sentido contrario. Lo que ha despertado una inédita preocupación por la verdad, por los hechos y por las consecuencias temibles que, realmente, puede traer la frívola negación de la verdad. Aunque «ni los posmodernos lo consideran ‘uno de los suyos’ ni él se lo considera», Trump ha entrado como un elefante en la cacharrería del pensamiento único.

 

 

Hasta ahora Vattimo confesaba que se sentía «como los heliocentristas del renacimiento; avanzado a su tiempo e incomprendido por la gente ignorante, la que se guía por el sentido común, la que todavía cree que tiene derecho a no ser engañada. La gente de la calle somos como los medievales que se aferraban, recalcitrantes a la creencia que la Tierra es plana. La verdad no existe, pero la noticia no ha llegado a todos». Eso, por lo visto, era antes del trumpazo.

 

Ahora urge recuperar a Aristóteles, que considera que el hecho de ser tan extraordinariamente eficaces [los argumentos patéticos] no justifica su uso. Desde el punto de vista moral, son inaceptables. Y también a Hannah Arendt: «La libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos». No reduzcamos Good bye, verdad  a la reductio trumpiana. García del Muro levanta una muralla contra la posverdad con muchísimos argumentos más y muy sólidamente construidos. Resulta muy difícil no estar de acuerdo. Más que nada, porque todo lo que dice es verdad.

 

Sin verdad, no hay manera de apuntalar ningún principio moral de validez universal. [p. 83]

 

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La idea de que hay una justicia por encima de nuestras concepciones pasajeras de la justicia es una invención socrática-cristiana. [p. 91]

 

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O eso [alcanzar la universalidad desde nuestra tradición particular] o resignarnos al dominio de la posverdad y, a la larga, de la barbarie. [p. 92]

 

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En la medida en que perdemos profundidad de pensamiento, lo que estamos perdiendo es nuestra propia individualidad. [p. 99]

 

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Para bien o para mal, en la mentalidad de nuestro tiempo se ha ido abriendo paso, desde el final de la segunda Guerra Mundial, una convicción cada vez más explícita que nos lleva a identificar libertad y debilitamiento de las certezas. [p. 102; talmente la misma tesis de R. R. Reno en Retorno de los dioses fuertes]

 

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Esta actitud de abdicación intelectual […] nos hace extremadamente vulnerables a otras formas renovadas de dominación. Es la paradoja de la posverdad: una respuesta o, más bien, una fuga del totalitarismo clásico que nos acerca, peligrosamente, a una situación que podríamos caracterizar como totalitarismo banal. [p. 108]

 

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Es, me parece, otro de los legados malignos del nazismo: convertir en intocables los dogmas del liberalismo moderno. [p. 111]

 

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Totalitarismos tan sutiles —o, últimamente, tan poco sutiles— como los de la posverdad. [p. 113]

 

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En un mundo donde la objetividad, se ha disuelto lo que resta es la pugna de subjetividades. [p. 119]

 

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[En consecuencia] La verdad es simplemente la versión de la tribu dominante [p. 139]

 

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El criterio de verdad es el beneficio: cuanto más beneficioso sea un discurso, más verdadero [p. 157]

 

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Al perder objetividad, la verdad no ha ganado exactamente carácter democrático, sino más bien parece que ha allanado el camino a subyugaciones interesadas o, en todo caso, menos claras. Los poderosos han adquirido una nueva prerrogativa, decretar lo que es verdad y lo que no. [p. 217]

 

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Una de las confusiones más clásicas del hombre moderno, ya desde lo inicios de la nueva ciencia en el renacimiento: confundimos dominio con conocimiento. [p. 246]

 

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Al despedir la verdad hemos despedido, también, la falsedad. […] Posverdad, al fin y al cabo, es sinónimo de poder. […] El good bye a la verdad, pues, ha sido paradójico: ha contribuido a liberar a aquellos que ya eran libres (y a someter aún un poco más a aquellos a quienes, en teoría, tenían que liberar). [p. 254]