Que David Lodge sea un autor -en España- de escuela de idiomas o carrera de filología no debe despistarnos. Yo misma le conocí así. Compartía por aquel entonces dormitorio con mi hermana, estudiante de Traducción e Interpretación, y una noche le birlé el libro que tenía entre manos. Era “Therapy”. Mi flechazo con su humor fue instantáneo, de tal modo que podría citar al autor en dos de las respuestas -si yo misma contestara a mi propio cuestionario- de La Solapa: Autor del que ha leído toda su obra y primer libro que compró con su propio dinero.
Ninguna de las dos serían verdades absolutas porque de Lodge no he leído todos sus ensayos académicos y no recuerdo cuál fue el primer libro que compré apoquinando yo, pero sí que en mi primer empleo oficial trabajaba los sábados por la mañana y cuando acababa mi jornada cruzaba a la Pirámide Musical (emblemático espacio en Valencia perteneciente a El Corte Inglés, el Disneyworld de la música y los libros) y buscaba los colores chillones de Compactos de Anagrama casi como si estuviera con el “mono”. La característica encuadernación de la editorial era para mí un estímulo pavloviano; encontrar un título nuevo de Lodge significaba un gran fin de semana por delante.
Lectura crónologica
Al escritor británico no hay que leerle cronológicamente –ni siquiera hay que hacerlo, aunque sería conveniente, con su trilogía del campus, de la que hablaremos más adelante- sin embargo, desde sus primeras obras a las más recientes es fácil advertir las coordenadas del universo Lodge. A saber: el catolicismo, el sexo, la literatura inglesa y el existencialismo desde Kierkegaard a Unamuno. Si no les interesa nada de esto, da igual, no es óbice para quedar deslumbrado con su ironía fina, sutil autocrítica británica y sarcasmo paródico. Pero no mientan, el sexo les interesa.
La caída del museo británico es, probablemente su obra más conocida. Se trata de su tercera novela y fue escrita en 1965 durante una beca académica que el escritor disfrutó junto a su mujer e hijos en Estados Unidos, procedente de la Universidad de Birmingham donde era profesor de literatura inglesa.
En ella tratará por primera vez uno de sus temas recurrentes: el control de la natalidad en el seno del matrimonio católico. Cuando se publicó, hacía poco que empezaba a moverse el asunto dentro de la Iglesia y Lodge quiso aprovechar el tirón y subirse al carro de la disidencia dotándola de comicidad. Tres años después, Pablo VI zanja la cuestión en Humanae Vitae pero Lodge no queda conforme y sigue rumiando el asunto. En 1980 vuelve a la carga con Almas y Cuerpos, publicada en España en 2020 por Impedimenta y que felizmente tengo por leer en mi mesilla de noche. Según la contraportada: “Durante la década de los 60 un grupo de jóvenes católicos ingleses educados en la fe, la castidad y la “inocencia espiritual” ven flaquear sus creencias en plena revolución sexual […].Almas y Cuerpos, ganadora del Premio Whitebread, retrata, con un ingenio afilado, la transformación social que se produjo tras el Concilio Vaticano II y la encíclica papal contra la anticoncepción”.
Volviendo a La caída del museo británico, la novela está protagonizada por Adam y Barbara, un joven matrimonio con tres hijos. Adam prepara la tesis doctoral sobre novela victoriana (una de las especialidades de Lodge) y lo hace en la biblioteca del Museo Británico. Ante la posibilidad de que Barbara haya quedado embarazada por cuarta vez y lo que supondría eso en la economía familiar, Adam pierde su estabilidad emocional y llega a verse envuelto en situaciones absurdas.
Con ese contexto, Lodge trata de denunciar la “inhumana exigencia” a la que la doctrina de la Iglesia somete al catolicismo británico y norteamericano (da por supuesto que las culturas continentales europeas son más tolerantes con las contradicciones entre la teoría y la práctica). El hijo mayor de Evelyn Waugh, (puedes leer la semblanza sobre el autor aquí) Auberon Waugh, reseñó -de manera hostil, según Lodge- Almas y Cuerpos, afirmando -de manera festiva, añado yo- que : “no hay duda de que unos pocos católicos que se la tomaron en serio la encontraron opresiva; pero la mayoría vivía en alegre desobediencia”.
Sea como fuere, la novela, que contiene pasajes paródicos imitando a Joseph Conrad, Graham Greene, James Joyce, Henry James y el estilo ensayístico de Chesterton y Belloc, fue, curiosamente, mejor recibida por católicos, universitarios y el clero -quien la encontró particularmente divertida- que por ateos o creyentes de otras confesiones.
Cuenta el autor que si se pide leer La caída del museo británico en el mismo edificio, le invitan a uno a hacerlo en la biblioteca norte, lugar reservado al examen de libros especialmente valiosos o pornográficos (y no pretendo que sea una redundancia).
Veamos quién es Lodge
Pero, ¿quién es David Lodge? Nacido en el sudeste de Londres en enero de 1935, es hijo de un violinista que ambientaba películas de cine mudo con su orquesta. Durante la IIGM fue evacuado con su familia a Cornualles y Surrey y en 1955 se licenció en letras en la University College of London. Se doctoró y trabajó durante casi treinta años en el departamento de inglés de la Universidad de Birmingham como profesor de literatura inglesa moderna. Después se dedicó a la producción literaria con numerosas novelas, ensayos y guiones. Dos de sus novelas han sido adaptadas a series de televisión y él mismo hizo lo propio con Martin Chuzzlewit, de Dickens, para la BBC.
Su producción de ficción abarca 15 libros entre los que destacan la llamada “trilogía de campus” que comprende los títulos Intercambios: historia de dos universidades (1975), El mundo es un pañuelo (1984) y ¡Buen trabajo! (1988) y dos biografías noveladas sobre Henry James (¡El autor, el autor!) y H.G.Wells (Un hombre con atributos). En el apartado de ensayo, es recomendable que El arte de la ficción sea bien manoseado por cualquier aspirante a no hacer el ridículo. Lo de ser publicado ya es otra cosa.
En cualquier caso, su prestigio como experto en teoría literaria es indiscutible.
Incluso sin conocer toda la obra de Lodge, la lectura de cada una de sus novelas deja ver un fuerte componente autobiográfico. Patente, patentísimo, en Fuera del cascarón (1970). Se trata de un Bildungsroman en el que se narra el paso de la infancia a la adolescencia de un chaval londinense en el contexto de la IIGM. Cuando acaba la guerra aquel niño, ya adolescente, se traslada a Alemania invitado por su hermana que trabaja como secretaria de las tropas americanas radicadas en ese país. Con reminiscencias de H. James, la frontera a la vida adulta se cruza enmarcada por el choque cultural que supone el contacto con la cultura americana y la moral alemana.
Y, finalmente, la que para mí es la joya de la corona (dejando aparte las biografías citadas anteriormente) y atendiendo al criterio puramente humorístico: Terapia (1995).
“¿Sabes una cosa, Soren? Lo único que te pasa es que tienes la mala costumbre de andar siempre con los hombros caídos. Sólo con que enderezaras la espalda y caminaras erguido, todos tus males desaparecerían”- Christian Lund, tío de Soren Kierkegaard.
No me digan que no es maravillosa. Es una de las citas que inicia la novela y que predispone a encontrar una obra hilarante, con el consecuente riesgo de decepcionar. No lo hace en absoluto, si bien el lector español puede sentir cierto enojo cuando el protagonista visita un par de veces nuestro país y critica como turista, ferozmente a mi juicio, las Islas Canarias. Trata de redimirse, no sé si inconscientemente, en el episodio en que describe el Camino de Santiago. Al margen de lo anecdótico, Terapia es una crisis. La gran crisis de la mediana edad, del nido vacío, de la falta de estímulo profesional y conyugal. La madre de todas las crisis.
Tubby Passmore, el alter ego de Lodge una vez más, sin duda, es un escritor de sitcoms de televisión de notable éxito, con un matrimonio estable y una vida cómoda y placentera. Las tensiones de espíritu, la intuición de que su matrimonio hace aguas, la búsqueda subrepticia de, quizá, las últimas emociones de la vida, se manifiestan con un dolor en la rodilla. Como solucionarlo no va a resolver nada de lo que le atora espiritualmente, Passmore encadenará sucesivas terapias en busca de la paz interior que no harán sino complicar su existencia y dar lugar a situaciones cómicas y reflexiones profundas.
David Lodge es, en Terapia y en gran parte de su obra, un académico haciendo humor, lo cual puede no gustar en absoluto o entusiasmar como es mi caso. Y oigan, no sólo mío, me consta que escritores como David Gistau, David Jiménez Torres o Jorge Freire tampoco le hacen ascos.