En esta sección suya y mía, la revista Leer por leer apuesta contra mí. Yo escribo el «barbero» con el propósito declarado de ser fiel al rey sueco original. Esto es, para que ustedes se ahorren tener que comprar otro libro. Pero la casa juega a que yo fracase, y que ustedes terminen interesándose lo suficiente por el título y paguen visita a la librería. Me parece muy bien, porque soy muy buen perdedor, y está bien que a uno lo contraten en su especialidad.

 

Esta vez, sin embargo, haré trampas, porque barberizo un libro inencontrable. Los aforismos de José Luis Coll, publicados en 2001 en Ediciones B y titulados: Pensaciones. Es una suerte, porque es un libro muy barberizable y, por tanto, la calidad de lo escogido podría inducirles a error. En volumen completo es muy confuso, porque el autor parece no ser capaz de distinguir entre los textos maravillosos y las tonterías más evidentes. Hay mucho juego de palabra sin fuego dentro. Frases brillantes que parecen estrellas pero son fuego artificial. Mucho chiste sin más. Tampoco el personaje resulta simpático ni admisible. Asume un pesimismo existencial que da dolor en las cervicales. El humor a menudo no lo alivia, sino que lo subraya.

 

Pero a la vez hay otros aforismos que son extraordinarios. El paraíso de un barbero comme il faut. Quizá algunos aforismos sean irónicos y uno los lee en serio y viceversa. Pero qué importa. «Cuando mis amigos son tuertos, los miro de perfil», que dejó dicho para siempre Joseph Joubert, que es un aforista que hay que leer de arriba abajo incansablemente, sin perderse ni uno. Vayan a la librería a por él, y así todos contentos, mientras aquí barberizamos al Coll más hondo y más brillante:

 

 

Vivir despacio. Morir deprisa.

 

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El llanto es un grito humilde.

 

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Soñar es la poesía de la imaginación.

 

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No es lo mismo servicial que servicioso.

 

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Cuando mi padre murió me dejó en herencia todo lo que tenía y todo lo que no tenía, que era mucho más.

 

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¡Dios mío, lo que yo daría por volver a creer en ti!

 

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Los buenos poetas escasean. Los malos casi no existen. Pero la poesía es abundante.

 

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Buster Keaton fue la orquídea del humor.

 

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La poesía es la cocaína del idioma.

 

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Llorar, reír, llorar, reír, llorar, reír… ¿qué será lo último?

 

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Si es con la mano, se trata de una bofetada. Si es con el pie, se trata de una coz. Y si es con la boca, se trata de una mentira.

 

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La diferencia que hay entre lo que no se puede arreglar y lo que no se quiere arreglar es que esto último no tiene solución.

 

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El ingenio es la chulería del cerebro.

 

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Una lágrima tiene más agua y más sal que cualquier mar.

 

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Dios, quiero pedirte un favor, pero dime cuál.

 

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Ser persona es un privilegio.

 

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El odio impide el amor. Incluso el propio.

 

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La canción es la aspirina del triste.

 

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Romeo y Julieta se amaron tanto que estuvieron a punto de ser verdad.

 

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Llorar es fácil. Lo difícil es saber por qué.

 

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Yo la quería tanto que la hubiese querido igual, aunque ella me hubiese querido a mí.

 

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El amor y el odio no tienen nada en común. Sobre todo uno de los dos.

 

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Es mejor no saber lo que se murmura, porque así tal vez seas el único que sepa la verdad.

 

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Callar a tiempo es un buen discurso.

 

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Callar es un punto de sabiduría, si nadie te obliga.

 

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El hombre está constantemente haciendo el mal o el bien. El mal muy bien. El bien muy mal. Nunca acierta.

 

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Lo difícil es hacer las cosas fáciles.

 

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Con el poco tiempo del que disponemos, y cuánto nos repetimos.

 

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