El prestigio de la filósofa francesa Simone Weil (1909-1943) ha venido engrandeciéndose con el tiempo. Ha pasado de ser una pensadora citada sólo por quienes estaban en el secreto a un nombre leído y venerado por muchos y distintos. La amistad (Hermida Editores, 2020) contribuirá a esa divulgación. Reúne su ensayo sobre la amistad, que estaba aún inédito en español, más una selección temática de fragmentos extraídos de los Cahiers y de Attente de Dieu. Es un tomito delicioso (99 páginas) de una rara densidad: en sus pocas páginas ofrece mucha y elevada sustancia, en transparente traducción de Belén Quejigo.
Weil intenta —y logra— conocer la naturaleza de la amistad y separarla de movimientos del alma afines, como el amor o la caridad. Hablando de separar, una de sus claves es precisamente la importancia de respetar (casi ascéticamente) la distancia entre amigos, el respeto a la individualidad ajena, a diferencia del amor. Ha querido mi buena estrella que leyese este ensayo a la vez que el epistolario entre María Zambrano y Ramón Gaya, titulado Y así nos entendimos (Pre-Textos, 2020), que es la historia palpitante de una larga amistad. Y los dos libros se han iluminado mutuamente, la teoría y la práctica, de una forma casi musical.
Los pequeños fragmentos que el barbero propone nos ofrecen grandes atisbos de la esencia de la amistad, y también ventanas a la propia personalidad sacrificial de Simone Weil. Hay un continuo contraste entre la profundidad católica de su pensamiento y el hecho de que ella se decidiese firmemente a no bautizarse. No explica ese misterio, por supuesto, pero nos permite un atisbo, este otro contraste, tremendo: «Cada vez que pienso en la crucifixión de Cristo, incurro en el pecado de envidia». La frase porta en sí una radicalidad que ni Léon Bloy. Así era Simone Weil y así nos habla ella de la amistad:
Amar al prójimo como a sí mismo no significa amar todos los modos de vida por igual, porque tampoco amo todo lo que hay en mí.
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Es la gracia por la que el tiempo camina fuera del tiempo.
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Hay una amargura inseparable de la belleza en todas sus formas.
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La creencia en la existencia de otros seres humanos es amor.
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Creer y amar la realidad del mundo es una y la misma cosa.
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Concederle a Dios en sí mismo el mínimo que no podamos no otorgarle —y desear que un día, tan pronto como sea posible, ese mínimo sea todo.
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Los seres que amo son criaturas. Nacieron del azar de un encuentro entre un padre y una madre. Mi encuentro con ellos también es un azar. Morirán. Cometen actos que combinan el bien y el mal.
Lo sé desde lo más profundo de mi alma y no los amo menos.
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El amor es la medicina del pecado original.
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Sólo con Dios tiene el hombre derecho a ser uno.
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La amistad es el milagro en el que un ser humano acepta mirar con distancia y sin acercamiento alguno al ser que le es necesario como alimento.
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Si al contemplar el fruto [Eva, en el paraíso] hubiera tenido hambre y se hubiera quedado contemplando indefinidamente sin acercarse a él, se habría celebrado un milagro análogo al de la perfecta amistad.
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[La amistad] Consiste en amar a un ser humano como se querría amar a toda la humanidad.
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El simple hecho de participar del punto de vista del ser amado por un placer del pensamiento o el hecho de desear una concordancia de opiniones, es un atentado contra la pureza de la misma y, al mismo tiempo, contra la integridad intelectual.
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La amistad pura, como la caridad con los otros, contiene elementos sacramentales. […] La amistad pura es una imagen de la […] Trinidad y que es la esencia misma de Dios. No es posible que dos seres humanos sean uno y se respeten radicalmente en la distancia que los separa si Dios no se hace presente en cada uno de ellos. El punto de encuentro de las paralelas es el infinito.