Existía una clásica pregunta de Trivial para los amantes del quesito rosa: ¿cuál es el personaje de ficción que más veces ha sido llevado a la pantalla? La respuesta fumaba pipa, vestía una cervadora (ese inconfundible gorro de caza) y se alojaba, junto a su inseparable Dr. Watson, en el 221 de Baker Street. Imaginado por la pluma de Arthur Conan Doyle en 1887, Sherlock Holmes alumbró el paradigma del detective privado: un héroe que se valía del ingenio y la deducción para combatir el crimen en la Inglaterra victoriana.
El arquetipo creado por el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe alcanzaba en el Holmes de Conan Doyle una elasticidad narrativa sin precedentes: cuatro novelas y cinco colecciones de relatos cortos. Tanta fertilidad creativa también supuso una popularidad agotadora, que llevó al escritor a matar a su criatura literaria en las cataratas de Reichenbach… para tener que resucitarlo en una siguiente entrega debido a la presión popular.
Incluso tras el revolcón realista y rocoso que le pegó, décadas después, el noir de Hammett, Chandler y demás geniales barriobajeros, el detective por antonomasia siempre ha sido Sherlock Holmes. Sus historias eran enigmáticas sin resultar abstrusas, su peripecia narrativa vigorosa y placentera, su personaje sagaz y valiente sin olvidar ciertas adicciones y zonas grises. Entretenimiento de calidad, pues, para un público bastante amplio. De ahí su enorme éxito, imperecedero.
En esta época en la que la televisión se ha convertido en la sucesora de la novela por entregas, parece que olvidamos su labor como heredera de la colección de relatos cortos. Si The Wire remite a Dickens, los casos autoconclusivos de CSI Las Vegas y demás procedimentales emparentan con Conan Doyle. Por eso no es de extrañar que la adaptación del legendario detective aterrizara tarde o temprano en la pequeña pantalla del boom. Los mayores quizá recuerden la adaptación clasicista que la ITV británica realizó en los años ochenta, con Jeremy Brett encarnando al protagonista. Los cuarentones, por su parte, guardamos en nuestro imaginario nostálgico la canina adaptación de dibujos animados que hizo Miyazaki, el emblema del anime japonés.
Todo eso ha quedado barrido por esta década que agoniza. La televisión ha regresado a Sherlock Holmes, como también ha hecho el cine, para darle un revolcón al mito. Elementary (CBS, 2012-19) propone un procedimental clásico en el que Holmes es un adicto en recuperación que ayuda a la policía de Nueva York a resolver los casos. Cruza continentes y sexos: le acompaña la doctora Joan Watson (interpretada por Lucy Liu) y su némesis, rebautizada Jamie Moriarty, también se ha feminizado.
Hacia un juego posmoderno similar, pero más sofisticado, apunta Sherlock (BBC, 2010-17), una joyita contemporánea de la BBC. El apuesto Benedict Cumberbatch y el simpático Martin Freeman conforman una pareja canónica, que se mueve entre la diversión, la perplejidad y una suave autoparodia. Aquí también encontramos a un Conan Doyle actualizado, donde cada episodio adapta, con gracejo y estética rompedora, los relatos clásicos del XIX.
“Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan”, escribió Jorge Luis Borges. Hoy el escritor argentino probablemente añadiría a esos hábitos saludables el de visionar algún capítulo de vez en cuando.