Hay gente que nos saca lo peorcito que llevamos dentro, como sabe todo el que ha tenido una relación tormentosa. No vamos a entrar en detalles porque no tienen mucho interés, y porque me parece mucho mejor cuando sucede lo contrario. Es decir, cuando conocemos a alguien que logra desbloquear sin esfuerzo aparente algo en nuestro interior –una inseguridad, un talento escondido, un entusiasmo– que nos estaba impidiendo desarrollarnos plenamente. Esa persona puede ser cualquiera: un socio, una pareja, una musa, un vecino, un amigo… y cruzarnos con ella es como verte envuelto en un escudo fantástico, mezcla de agradecimiento y calidez y energía, que te hace avanzar varias casillas en tu vida. El libro Quién, qué, cuándo. Los cómplices olvidados por la historia (Nórdica, 2018), de Jenny Volvovski, Julia Rothman y Matt Lamothe, es un homenaje a todos esos amigos, parientes, colegas, entrenadores, profesores, amantes y cuidadores cuyos nombres apenas se conocen pero que han sido fundamentales para que muchos otros sobresaliesen en sus carreras.
Son más de sesenta historias sobre colaboraciones tan fructíferas como –la mayoría de las veces– desconocidas. Kurt Andersen cuenta en el prólogo que su experiencia personal es un ejemplo perfecto de este tipo de relación, y distingue claramente tres apoyos inequívocamente indispensables en su carrera. Viene al caso especialmente el de su colega y socio en la fundación de la revista Spy: «Nuestros temperamentos y nuestros perfiles editoriales eran perfectamente complementarios, y juntos dirigimos la revista cinco de sus doce años, durante los cuales cada uno comprendió implícitamente que el otro era esencial para su existencia y ocasional grandeza». Y concluye: «Puede que la moraleja de esta historia –de este libro– sea que los más afortunados son aquellos que cuentan con cómplices secretos, y que ese secreto debería ser revelado».
Entre los cómplices secretos que aparecen en Quién, qué, cómo. Los cómplices olvidados por la historia están, entre muchos otros, Michael y Joy Brown, mecenas de Harper Lee, Yakima Canutt, doble de acción de John Wayne, Jack Sendak, hermano de Maurice Sendak, John Allan, padre adoptivo de Edgar Allan Poe, Rose Mary Woods, secretaria de Richard Nixon, Louis Karnofsky, benefactor de Louis Armstrong, Eileen Gray, colega de Le Corbusier, o el capitán Arthur Edward «Boy» Capel, amante de Coco Chanel.
Es maravilloso que incluso las mentes más brillantes, las personas más especialmente dotadas para algo en concreto –la música, la escritura, la ciencia, el diseño, la arquitectura– hayan necesitado también del apoyo de gente en apariencia menos capaz pero que quizá tenía justo aquello que a ellos les faltaba o les daba la estabilidad necesaria para poder avanzar y hacer historia. Nos alzamos sobre los hombros de gigantes, pero esos gigantes también se apoyan sobre personas que a primera vista podrían parecernos normales y corrientes. Este libro es estupendo porque aparte de descubrirnos relaciones fantásticas –aunque algunas fueran muy breves y otras incluso tormentosas–, nos deja entrever esa especie de cerebro gigante y común a toda la humanidad en el que todos participamos, cada uno en nuestra medida; porque nadie puede abarcarlo todo solo, por fuera de serie que sea. Ya se sabe: solos vamos más rápidos, pero juntos llegamos más lejos.