Con las muertes de escritores, cuando les toca, y la concesión del premio Nobel de literatura, una vez al año, me hago aún más consciente de mis lagunas culturales. Cuando todo el mundo se deshace en alabanzas del muerto o del premiado -bueno, para el premiado no siempre hay alabanzas, muchas veces lo que hay que hacer es reivindicar al finalista- yo tengo que callarme porque no he leído nada ni del muerto ni del premiado ni del finalista.
Para no quedarme tan fuera de juego, sopesé dar prioridad a los libros de gente mayor o enfermiza, pero eso no me garantiza nada. Así que se me ha ocurrido una idea mucho mejor: centrarme en las efemérides. Eso sí es apostar sobre seguro.
Por ejemplo, en 2021 se cumplen cien años del nacimiento de Carmen Laforet, y es de esperar que la elogiemos todos mucho. Jovencísima ganadora del Premio Nadal en 1945, su obra posterior no alcanzó, ni por asomo, la repercusión de su primera novela, Nada, que fue un tsunami editorial.
No recuerdo apenas nada de Nada. La leí por obligación en mis años universitarios, junto con otros muchos libros buenísimos también obligatorios. Entonces devoraba las páginas febrilmente no tanto por entusiasmo lector sino para acabar rapidito y seguir jugando al mus o tomando cañas por lo viejo o lo que fuera. Solo recuerdo de Nada que me pareció muy buena y que me dejó muy triste, con una especie de pesadumbre existencial como de día de lluvia.
Releeré Nada, por supuesto: ahora que ya no soy una joven estudiante en una ciudad que no es la mía, como la protagonista, veré si cambia mi reacción. Pero para intentar conocer a Carmen Laforet -tímida, esquiva y celosa de su intimidad- me he decidido por “Puedo contar contigo. Correspondencia” (Austral): las cartas que cruzó con Ramón J. Sender. Me interesará lo que se cuenten de sus vidas, sus libros y sus ideas. Pero sobre todo me gusta que sus vidas, sus libros y sobre todo sus ideas sean tan diferentes. Ya solo que mantengan su afecto constante a lo largo de los años resulta -me resulta- un antídoto contra la pesadumbre, un refugio para los días de lluvia. Como tener pares y juego jugando al mus.