Llevaba bastante bien esto de la pandemia. Durante el confinamiento me dio, como a muchos, por la jardinería de balcón, por restaurar algún mueble viejo y por pintar a la tiza cualquier cosa a la que no tuviera mucho aprecio. No he progresado mucho en ninguna de estas actividades; envidio a esa gente que en marzo preguntaba “qué significa baño maría” y en mayo subía fotos del soufflé de camarones que acababa de cocinar. 

 

En estos últimos meses, no sé muy bien qué he hecho: trabajar online, pasear a mi perro, ir a los bares del barrio que no han cerrado. La verdad es que leer, lo que se dice leer, no he leído mucho más que en los tiempos pre-covid.

 

Y es que no tengo muchas ganas de leer. Tengo ganas de viajar. No me refiero a visitar amigos en otras ciudades, ni volver a Roma y que no haya turistas, ni ver pasar el paisaje castellano arrullada por el tren. No. Lo que quiero es embarcarme, mejor en un carguero o algo así, rumbo a un sitio lejano con nombre evocador. Surcar los mares. Oír cantar a las ballenas y a algún viejo pescador con acordeón. Que el viento que me despeine huela a sal. Pasar miedo en las tormentas y en los bares portuarios de medio pelo. Luego remontar un río y dormir en una hamaca, bajo una mosquitera, y despertarme sobresaltada por un graznido extraño o porque junto a los rescoldos de la hoguera hay un bicho que no he visto jamás. 

 

Y como no soy libre para hacer nada de eso, ni sé si me atrevería, ni sé si existe, podría releer algún libro de Stevenson o de Joseph Conrad. O, mejor, Maqroll el gaviero de Álvaro Mutis, por barrer para casa. Claro que esta sección trata de próximas lecturas y no de próximas relecturas, así que me he decidido por Philip Hoare y El alma del mar. 

 

 

Philip Hoare (nacido en Southampton en 1958) tiene un libro maravilloso que se llama Leviatán o la ballena y que me cuesta mucho describir. Como en su día ganó el Premio de ensayo Samuel Johnson de la BBC, puedo arriesgarme a decir que es un ensayo. Habla, claro está, de ballenas, de Moby Dick. Pero también de naufragios y bestias marinas, de arte y literatura, de Jonás, del ámbar, de la biografía del propio Hoare y de lo bello y lo terrible.  “Leviatán o la ballena” es el primer libro de una trilogía que cerró con “El alma del mar”. 

Y resulta que una amiga se dejó ese libro en casa en 2018, cuando salió, y desde entonces por aquí lo tengo.  Según la solapa, “aborda la relación entre el planeta del agua y la sensibilidad artística, con su acostumbrada maestría literaria”. Veo que menciona a Shakespeare, a Bowie, a Kubrick o a Virginia Woolf. Quizá menos épico y aventurero que mis posibles relecturas, me gustará disfrutarlo en el balcón, entre mis plantas que ya han cumplido un año, sentada en la silla que desgracié con la dichosa pintura a la tiza.