No pensaba traer aquí el nuevo libro de aforismos de Ramón Eder. Aforismos y serendipias. Hacerlo es brillar como barbero, seguro, pero poniéndomelo como se las ponían a Fernando VII. Porque Eder conlleva dos ventajas: 1) Ya he hablado mucho de él, hasta le he escrito una contracubierta y lo he plagiado involuntariamente (que es lo máximo). Así que no tengo que adentrarme en terra ignota. Me lo sé. 2) Los aforismos le dan al barbero el trabajo hecho. Vienen recortados de fábrica. Aunque Eder dice que no, también pide barbero y yo, por un prurito profesional, se lo agradezco: «Los libros de aforismos hay que leerlos como quien busca pepitas en un río».
Lo propio, con todo, sería barberizar a otro. El problema es que aquí hay aforismos tan deliciosos que con qué deontología barberil voy a dejar sin ellos a los asiduos, acostumbrados a lo mejor. Por ustedes, todo, incluso apuntarme al éxito fácil e ir al rebufo del trabajo ajeno. A veces la humildad consiste en asumir la vanidad y la honradez en aceptar que también hay que ser ladino de vez en cuando.
Es verdad —como consuelo— que tiene razón Eder y no la tengo yo. En Aforismos y serendipias hay que buscar las pepitas de oro. No mucho, pero un poco sí. No todos los aforismos son mineral precioso. Otros son fragmentos de conversación, deliciosos. ¿O acaso no es estupenda esta observación?: «El “tonteo”, aunque no acaba en amor, permite que dos personas “tonteando” disfruten de una de las situaciones más agradables, simpáticas y efervescentes de la vida». Te sirve para mandársela a tu mujer de 22 años y preguntarle: «Ea, pues ¿y a ver qué hacemos, guapa?». Otros, una columna de opinión jibarizada: «La cuarta España podría ser la que promueva una colaboración institucional más grande con Portugal» o «Los progres cuando se hacen conservadores siempre conservan un ramalazo iconoclasta». Bastantes, una microcrítica literaria. El lector los agradece, porque así, no tiene que agacharse a recoger todo el tiempo y disfruta de la charla, el paseo y el fluir del río, entre pepita y pepita de oro.
Incluso para que ustedes no se agachen, aquí van las pepitas de oro que yo les recogí:
El aforista es una mezcla de filósofo sin sistema y de poeta sin ripios. [La genialidad, más allá de decir que el aforismo se dan la mano el lirismo y el pensamiento está en la equiparación del sistema filosófico a las rimas por sistema y, de fondo, cierta guasa con la poesía hegeliana.]
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El mejor piropo es un silencio admirativo.
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El latín de las misas católicas lo entendía todo el mundo porque se sentía el misterio y así se comprendía todo.
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El amor si dura mucho, tiene las cuatro estaciones: la amena primavera, el sensual verano, el bello otoño y el lúcido invierno.
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La belleza de la verdad es la verdad de la belleza. [que si no es mejor que el verso de Keats, ahí se andan.]
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Ver arrodillarse con devoción a una mujer hermosa en una iglesia da que pensar.
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Los hay que por no exagerar siempre se quedan cortos.
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Estudiar a fondo a un gran escritor es convertirlo en nuestro profesor particular de literatura.
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Habría que inventar la caballerosidad del siglo XXI
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Los arqueros prehistóricos siguen en las pinturas de las cuevas dándonos lecciones de ética y estética.
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A veces es mejor contraatacar con el silencio.
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El aforismo es el género literario más fácil de escribir, pero el más difícil de escribir bien.
Una novedad trae este libro con respecto a los anteriores. Se ve que su puesto de aforista de referencia en el panorama actual español no se lo discute nadie. Eder defiende su originalidad, fustiga a sus plagiarios (ay ¿también a los involuntarios?) e incluso reivindica su primacía: «Mis primeros aforismos los publiqué en 1985, cuando publicar aforismos en España era caer en la tentación del fracaso». Está seguro de sí mismo: «Si me entero de que a alguien no le gusta un libro mío siempre recuerdo la frase de Lichtenberg: “Cuando un libro choca con una cabeza y suena a hueco, no siempre la culpa es del libro”». No son talmente aforismos, pero son verdad. Se pueden calificar de pre-aforimos o post-aforismos o para-aforismos; y sirven para situarnos en el espacio de los aforismos. Yo los agradezco.