Aquel hospital no tenía wifi. Bien es verdad que esto fue hace un porrón de años: quizá entonces ningún hospital tenía wifi. Por suerte, tampoco sé si lo tienen ahora. La cosa es que iba a pasar la noche acompañando a un familiar y, ya que no no podía perder el tiempo buscando chorradas en internet, me había llevado lectura. Tenía ganas de que acabara la hora de visita y se marchara todo el mundo para seguir devorando la trilogía esa de Stieg Larsson de las cerillas. Recuerdo que mi cuñada llegó a la habitación relativamente tarde, y me trajo un libro. Vaya, pensé, pues hago como que lo leo un ratito y en cuanto me quede sola sigo con Lisbeth Salander.
Así que abrí aquel libro por la primera página, aislándome de la tertulia alrededor de la cama del enfermo, y empecé a leer. Y luego me lo llevé a la calle cuando salí a fumar. Y esa noche seguí con la lectura en el sillón cama de acompañante. No sé si lo acabaría del tirón, supongo que al final dormí, pero en cualquier caso dormiría poco, porque estaba muy enganchada.
Aquel libro que desbancó al best seller sueco era “En tiempo de prodigios”, de Marta Rivera de la Cruz. Hay que decir que la novela tiene mucho que ver con la orfandad, y justo en aquel momento y en aquel hospital y con aquella larga y penosa enfermedad que tenía al lado, debió de poner el dedo en la llaga. Pero “Que veinte años no es nada”, una obra anterior, y “La importancia de las cosas”, que leí más tarde, confirmaron que en cualquier caso, proyecciones aparte, Marta Rivera de la Cruz escribía divinamente.
Luego el azar me convirtió en vecina suya. Aunque por si las moscas prefiero no conocer en persona a los autores que admiro, resultó que en las espantosas juntas de propietarios era la voz de la sensatez y la mesura (es decir, que estaba en mi mismo bando), y le deseé mucha suerte cuando se lanzó al ruedo político. La misma suerte que se desea a un cristiano que van a echar a los leones, quiero decir: una mezcla de admiración y penita anticipada. Me he alegrado de sus éxitos como Consejera de cultura de la Comunidad de Madrid, y de los elogios que le han dedicado -milagrosamente coincidentes, por una vez- la gente del mundillo y la presidenta. Ya sé que todo esto no es motivo para leer su última novela, editada en 2017… pero es que esos no son los verdaderos motivos.
Resulta que hace poco leí la noticia de que la habían asaltado con violencia en nuestro barrio, cuando entraba de noche en su portal. El atracador acumula treinta y siete detenciones. Imagino su rabia y su sensación de impotencia, y me solidarizo totalmente con la pereza de tener que renovar toda la documentación. Mi forma pudorosa de expresarle mi apoyo es encargar, de la misma, “Nosotros los de entonces”, convencida de que me va a encantar.