Todos los años por estas fechas leo el mismo poema de Wendy Cope, A Christmas Song. Lamentablemente, no está traducido al español, pero les cuento de qué va: Cope empieza preguntándose por qué llora el niño justo en su día, cuando le hemos llevado unos regalos maravillosos y se los hemos dejado sobre el heno. Y luego nos cuenta que llora por todos aquellos que temen la llegada de la Navidad porque alguno de sus seres queridos está muy lejos o muerto; por los hombres y mujeres cuyas historias de amor salieron mal; por los padres separados a los que les toca estar tristes porque sus hijos cuelgan los calcetines navideños en otro sitio esta Nochebuena y por todos aquellos cuya carga se hace más pesada durante la Navidad, la época de la alegría. Es un poema precioso que siempre me ha llegado muy profundamente pero que ahora, que voy a pasar mis segundas navidades separada, siento de un modo aún más especial.
Siempre me ha gustado mucho la Navidad, aunque creo que lo que de verdad me gusta es la idea de la Navidad, que sospecho que tiene mucho que ver con el recuerdo que tengo de las que pasé cuando era pequeña y vivía en el campo y hacía frío y humedad, y mi padre nos frotaba con fuerza por encima de las mantas para que entrásemos en calor. Me gusta la sensación de recogimiento que guardo de las nochebuenas de entonces, cuando la oscuridad era más negra y el frío más penetrante, la luz de las velas más cálida y la chimenea más crepitante, la emoción por los regalos más limpia, las buenas intenciones más puras. No sé qué recordarán mis niños de las suyas cuando sean mayores, pero espero que sea algo lo suficientemente acogedor como para darles un calorcito que puedan compartir con aquellos que tengan alrededor.
Dentro de las cosas que nos trasladan a las navidades de cuando éramos pequeños están, por supuesto, los libros. Así que aquí dejo una lista de algunos que, aunque no todos sean estrictamente navideños, a mí me transmiten el recogimiento y el calor del que hablo.
El árbol de Navidad del señor Viladomat, Robert Barry (Corimbo, 2021)
Este libro también me lo encontré en una biblioteca, pero un poco más lejos que la de debajo de mi casa. Me encanta porque es un cuento rimado, el señor Viladomat parece el hombrecillo del Monopoly y las ilustraciones son ideales. El original es de 1963, pero yo diría que ha envejecido muy bien. El señor Viladomat pide un árbol de Navidad fastuoso pero cuando lo mete en el salón de su casa descubre que no le cabe: la punta se dobla contra el techo. La mejor solución es, evidentemente, cortársela, y eso hace Bartolo, el mayordomo. Bartolo coge la punta del árbol que parece un arbolito de Navidad en sí y se la regala a la doncella de la casa, que la usa para decorar su cuarto pero… ¡tampoco le cabe bien! Así que vuelve a cortarle la punta y la tira a la basura, donde la encuentra Tomás, el jardinero, que se la lleva a su mujer de regalo y… adivinen qué vuelve a pasar. Así hasta que el trocito del árbol es tan chiquitín que acaba con unos ratones muy simpáticos que viven, precisamente, en una casita a los pies del enorme árbol del señor Viladomat.
Cartas a Papá Noel, J.R.R. Tolkien (Minotauro, 2020)
Este es uno de mis libros favoritos, por varias razones. Uno, que me gustan los libros epistolares casi más que los rimados. Dos, que las cartas son las que le escribió Tolkien a sus hijos durante su infancia contándoles todo lo que sucedía en el Polo Norte con Papá Noel y sus ayudantes, y están firmadas por el Oso Polar, que es un todo un personaje. Tres, que están ilustradas por el mismísimo Tolkien y a mí las ilustraciones de este hombre me vuelven del revés. Y cuatro, que cuando mi hermana y yo éramos chicas y vivíamos en el campo, con un bosquecillo como jardín, mi madre se dedicaba a dejarnos cartas de parte de los gnomos en lo que ahora sé que eran madrigueras de conejo, pero que entonces creía que eran las casitas de los gnomos. Luego, cuando nacieron mis hijos, estuve años escribiéndoles cartas de parte de unos ratones –que es algo mucho más práctico cuando vives en un piso– y ellos les respondían y les dejaban trocitos de queso y vino de Jerez en un dedal. Nuestras cartas no son las obras de arte que son las de Tolkien, pero cumplían la misma función. Minotauro tiene ahora una edición de lo más elegante, con tapa dura y estuche, perfecta para regalar estas navidades, o cuando sea…
El cerdito de Navidad, J.K. Rowling (Salamandra, 2021)
Este le va a caer a Violeta estas navidades. No me leía nada de esta mujer desde Harry Potter, pero me gusta mucho cómo dibuja a los personajes y la poca morralla que mete en sus descripciones. El libro se lee volando. Me quedan 30 páginas porque llegaba Violeta del colegio y me iba a trincar con su regalo en las manos, pero sospecho que siendo la Rowling como es una maestra de los buenos finales, lo que me queda estará más que bien. El protagonista del libro, Jack, se ha criado con un cerdito de tela de toalla, Dito, que ha sido tanto su paño de lágrimas como su mejor compañero de juegos. El día de Nochebuena su hermanastra se enfada y lo lanza por la ventanilla de la autopista. Arrepentida de lo que ha hecho una vez que comprende lo que significaba Dito para él, le compra un cerdito igual, pero nuevo: el cerdito de Navidad. Por supuesto a Jack le parece lo peor, porque él quiere su cerdito, no uno nuevo por mucho que se le parezca, y pretende salir a buscarlo a la autopista cuando todos duerman. Y aquí empieza la aventura. Eso sí, yo diría que la acción del libro está situada en Nochebuena como podría estarlo en la noche de San Juan, pero bueno, no por eso es peor el resultado.
El gnomo no duerme, Astrid Lindgren (2021, Corimbo)
Llegué a este libro a través de la biblioteca que hay debajo de casa en una edición antigua, cuando aún se llamaba El Tomten. Me da pena el cambio de título porque se pierde la idea del tomten, que es una especie de gnomo o duende casero escandinavo al que nadie ve pero que cuida del hogar por las noches o se ocupa de los animales en la granja, por ejemplo. Cuando simplificamos quitando palabras porque pensamos que van a sonar demasiado complicadas, el mundo se hace más pequeño. De cualquier modo, las ilustraciones nuevas, que son de Kitty Crowther, son preciosas, y el cuento sigue siendo estupendo, perfecto para leerle a niños pequeños antes de dormir en las noches de invierno. El gnomo no duerme era originalmente un poema que escribió Viktor Rydberg en 1881. En 1957 una revista lo publicó con las ilustraciones de Harald Wiberg, y Astrid Lindgren se empeñó en publicarlo en la editorial Rabén & Sjögren, donde trabajaba. Lo logró en 1960 y fue todo un éxito. Lindgren insistió en que se publicase también en el extranjero, y la editorial accedió a cambio de que ella escribiese una versión, cosa que hizo, y por eso tenemos esta versión en nuestras manos.
La Navidad de Ernesto y Celestina, Gabrielle Vincent (Kalandraka, 2020)
Aquí uno de los que me trasladan a mí a las noches de mi infancia, cuando compartía cuarto con mi hermana Bibi en el campo. Nunca nos llamó la atención la convivencia de un oso y una ratona, que nos parecía de lo más natural, aunque nuestro libro no era este sino Ernesto y Celestina han perdido a Simeón. Me alegra muchísimo que este libro esté disponible, me encantan las ilustraciones de Gabrielle Vincent y me parece tan bonito el lomo verde oscuro de la edición de Kalandraka que le perdono las guardas un poco brillantes. Celestina quiere hacer una fiesta de Navidad con sus amigos a toda costa, pero Ernesto le dice que no tienen dinero. La ratona insiste en que no hace falta dinero para una fiesta de Navidad y le recuerda que él se lo prometió el año anterior, así que Ernesto acaba accediendo y así llegamos a una fiesta hecha con todo el cariño, aprovechando las cosas que tienen a mano para decorar y disfrutando de lo que realmente importa, que es pasar ese día con sus seres queridos. Estupendo para niños pequeñitos.
Nuestra última Navidad como familia, los cuatro juntos, la pasamos por circunstancias que ahora no vienen al caso en un B&B que llevaban unos monjes benedictinos en Chicago. Siempre recordaré la misa de Navidad, el árbol de Navidad grande y simple, cargadito de luces, al fondo, y las velas sobre los escalones de la entrada, señalando el camino; los poquitos que éramos, lo recogidos que estábamos, el canto gregoriano maravilloso de los monjes y el muy entusiasta pero algo desafinado de la señora que teníamos detrás. Violeta se durmió en el banco y Lucas se portó muy bien. Yo no sabía que sería la última que pasaríamos todos juntos, pero me alegro de que el recuerdo que nos quedase a los cuatro fuera el de una Nochebuena recogida y acogedora, aunque estuviésemos tan lejos de casa; aunque estuviésemos rodeados de extraños –que, al fin y al cabo, no lo eran tanto, pues allí estaban con nosotros compartiendo aquella misa del gallo–.