He aprendido otra forma de leer que hasta ahora solo me parecía “decorativa”: leo las dedicatorias con las que los autores comienzan sus libros. Luego si puedo me leo el libro. Es verdad que lo hago empujado por la precariedad de mi tiempo de padre, por el “no me da la vida”. Pero como en otras tantas cosas, esta supuesta renuncia me ha desvelado un gran bien: las dedicatorias son como los preámbulos de las leyes, no sirven para nada, pero solo describen el espíritu de la ley (casi nada). Y así me disponía a embarcarme en los libros del poeta Miguel Ángel Herranz (a.k.a. Miki Naranja), cuando en el delicadísimo Palabras de perdiz (Editorial Comba) me topé con:
A mis padres, por poner los libros a mi altura.
A Lucía, por ponerme los puntos sobre las íes.
A mis hijos, por ponerme en órbita
Y en esa afirmación maravillosa de que somos un conjunto de yoes que proyectan una sola sombra que es Aquí estuvo Kilroy (Renacimiento, y con magníficas ilustraciones de Luis del Árbol From the Tree), insiste:
A mi madre, por guardarme sitio.
A Lucía, por dejarme espacio.
Es una tríada maravillosa para todo padre: los padres, la mujer y los hijos.
Primero recuerda que uno está configurado por lo que ha visto a sus padres. A veces vamos de cabeza con “la emergencia educativa” o “el problema de educar”, cuando en realidad no existe tal problema. En todo caso la emergencia está en la pregunta de cómo vivimos, del sentimiento de nuestra vida, pero de los padres. Y es que mientras se vive, se educa. Como recordaba con mucha gracia, y con mucha verdad, Franco Nembrini en El arte de educar (Ediciones Encuentro): ellos (los hijos) nos miran siempre, incluso cuando pensamos que están dormidos en su habitación, nos siguen mirando.
Mirad cómo lo expresa Miki en “Tanatorio”:
Y allí, en los ojos
de mi padre,
yo vi
por primera vez
el mar.
El mar que han tenido que ver a su vez los hijos de Miki cuando hace un año este marchó Duc in altum. En aquellas dedicatorias, Miki también nos recordaba eso de que codo a codo somos mucho más que dos. Hay una frase de Lucía Benavente, su mujer, en el reportaje para El Debate que María Serrano ha publicado con motivo de su primer aniversario, que describe muy bien esa necesidad del padre, ese agradecimiento a su mujer por ponerle los puntos sobre las íes, y a la vez por dejarle espacio: “Tú no te lo creías mucho, pero te fiaste, un poquito, de mí. Y así, nos has ido mostrando a todos esa manera de mirar, esa belleza escondida en los días más triviales, esa lírica tuya de lo cotidiano. Y es precisamente eso a lo que me agarro –nos agarramos– para seguir por aquí”. Palabras que desautorizan misteriosamente a la muerte, que responden con claridad ¿quién nos quitará la piedra? Qué mujer.
En “A Lucía” le dice eso de “Me azoteas”, es decir, me llevas a lo más alto
Me proclamas, me bien dices,
me azoteas.
Me aterrizas, me columpias,
me detienes.
Me acentúas, me deslíes,
me jaleas.
Me jalonas, me atraviesas,
me sostienes.
Me cursivas, me repicas,
me recibes.
Me reúnes, me levantas,
me tropiezas.
Me vendimias, me rocías,
me remueves.
Me conjuras, me leyendas,
me contienes.
Unas líneas después, Lucía recordaba el poema “No lo olvides, hijo”
Tu avión de papel
tiene más de avión
que de papel.
El padre, autoridad, siguiendo el verdadero significado de la palabra, hace crecer al hijo. Y en esa tarea, como finísimamente apuntaba Miki, nos ponen en órbita.
Destino
Mi tatarabuelo fue maestro;
mi bisabuelo, militar.
Mi abuelo fue industrial;
mi padre, médico.
Y yo soy
un burócrata.
Confío en que mis hijas
e hijos
Mantengan en pie la tradición familiar
y sean
lo que les venga en gana.
Miren, les confieso que detecto entre los padres de mi generación (que es la misma que Miki) una nota dominante: el miedo. Familias asustadas con el mundo, con lo que sucede. Tenemos el peligro de ceder ante la dificultad y de renunciar a educar. El miedo es el gran enemigo de la paternidad.
Cierro los poemarios de Miki Naranja, esta vez sí me he leído el libro entero. Y lo hago con el ánimo encendido, con el temor aplacado. ¿Qué ha sucedido? ¿pero este poeta es que tiene una teoría de la educación? ¿O es que su secreto está en que no existe tal problema, sino que, al contrario, educar es este testimonio que sucede inevitablemente?