Andrés Trapiello es un genio de la literatura. Ahora que todo el mundo es un genio encontrar uno que lo es de verdad no deja de ser un hecho desconcertante. Esto constituye un problema para nosotros: no se puede poner una misma portada a uno que publica libros que a un escritor, a un escritor que a un gran escritor, a un gran escritor que a un genio. Las primeras ediciones de estas portadas tienen algo de definitivo, simbólico, fetiche, de huella dactilar, de lacre definitivo en la historia de las letras. Las primeras ediciones de un genio hay que “leerlas” como libro y como símbolo de una época.

 

Además, Trapiello ha sido el editor más exquisito del último cuarto de siglo XX. Él dice, le debe mucho a unos pocos, pero en este posmodernismo resacoso, mareado de influencias e “influencers”, sólo un talento delicado y audaz como el suyo ha rescatado lo mejor de lo mejor -en sentido exacto de la frase hecha- de lo que se ha hecho.

A mí, con una tendencia sensiblera a descubrir cubiertas, a sentirlas, se le saltan las lágrimas viendo sus entregas de La Ventura, que comenzaron en los años 80 y que “copiaban” mejorándolas aquellos tomitos de Nueva Floresta editados por Francisco Giner de los Ríos y Joaquín Díaz-Canedo (hijo, por cierto, del estupendo poeta Enrique Díaz-Canedo). Y a estas ediciones no se le quedaron atrás las de Trieste, donde a la belleza de las anteriores se suman diversidad, experiencia, gracia… Y a estas, finalmente, las de La Veleta, cuya colección completa podría llamarse objetivamente “galería de arte”.

Y si a alguien le parecía poco todo esto hay que añadir que la cubierta de Madrid de Trapiello (1953) está diseñada por Trapiello (1985) hijo. Alguna vez he escuchado al escritor quejarse de que, tras haber sufrido en casa carreras complicas de sus hijos -ingeniería y arquitectura- estos “le habían acabado saliendo artistas”. Y si Guillermo Trapiello es oficialmente arquitecto tiene mucho más de artista visual, diseñador o dibujante. No hay cosa que no haga este chico (un mapa, una portada, una maqueta, una banqueta o la restauración de un secadero) con ingenio, eficacia y delicadeza.

La cubierta que diseñó para la actualización del castellano del Quijote de su padre es una pequeña obra maestra: sobre un tópico paisaje de la Mancha caen las alargadas sombras gigantes de los aerogeneradores de un moderno parque eólico. Qué bien traído y llevado el mensaje del propio libro, con una viñeta que se nos presenta sin una solemnidad sobrellevada, sino al contrario con una simpatía que podemos llamar cervantina. Impresiona, refresca, ver la elasticidad de la rígida y monumental sombra de la torre de contención serpenteando sobre el muro o el tejado del caserío…

Madrid (Ed. Destino, 2020) es un libro extraordinario por que es a la vez una guía de la ciudad y una autobiografía del autor, un álbum fotográfico y un diario, un libro de prosa poética y una novela. Esto y lo otro confluyen en la dificultad de acrisolarlo todo en una sola imagen única.

 

 

 

Esa dificultad -evidentemente- también la ha visto el propio Guillermo Trapiello que ha dispersado con imágenes icónicas otros rincones del libro: la guarda con un castizo clavel rojo sobre fondo negro, el frontispicio con una famosa imagen de Català-Roca, o con la que termina el Epílogo, una melancólica foto tomada por él mismo, de Atocha de noche (2020)… Todas podrían -y uno se imagina divertidas e intensas discusiones caseras para tomar la decisión- haber sido muy buenas portadas.

Pienso que la elegida imagen elegida para ilustrar la cubierta es la mejor de todas: una de esas postales que la empresa alemana Purger & Co. (aquí se puede ver la foto original: ) activa durante los primeros veinte años del siglo XX, hizo de gran parte de la Europa mediterránea, impresas en cromolitografía tricolor, que era lo más de lo más en la época. Esta mezcla real e irreal de un Madrid en blanco y negro a la vez que coloreado (pasado y presente), es un hallazgo muy vinculado con el interior del libro, y que se suma a la elección de un paisaje madrileño de muy oportunas reminiscencias goyescas.

Representa la vista de Madrid desde la ribera del Manzanares, perspectiva de la que el mismo Trapiello escribe: «De lejos Madrid es bonito, sobre todo desde las colinas que se sitúan al oeste, donde está el cementerio de San Isidro, frente al Palacio Real y San Francisco, con los capiteles de sus iglesias marcando el horizonte. Esa vista [de «Madrid en silueta», se lee en otro lugar del libro] es muy elegante, sí, y así lo han recogido sus pintores» (AT. MADRID, 2020, p.432). Tan chato es el perfil de Madrid, que alguien se ha tenido que disfrazar del Greco -probablemente el propio Guillermo, que tiene él mismo aspecto de Apóstol del Greco- para estilizar alargando la foto original.

Como en esta sección a lo que se dedica uno es a poner pegas, y lo haría si tuviera que hacer una crítica hasta de la Capilla Sixtina o Las meninas, diré que acaso me gustaría más la cubierta si las letras del titulo fueran un algo más pequeñas: parecen que no dicen Madrid, sino que lo gritan. Quizá sean para mostrar entusiasmo, agradecimiento, mostrar una grandeza que la Villa de Madrid no tiene por naturaleza… La silueta de Madrid se empequeñece bajo su propio nombre, parece un pequeño pueblo de los que se ven desde la carretera cuando uno va en coche, como Trujillo por ejemplo.

Por eso he probado empequeñecer las letras, y esquinarlas, dejarlas un poco por ahí, buscándose una esquina, perdidas en uno de sus variopintos barrios. Y el nombre de Trapiello debajo de ella, resguardándose. He cambiado la tipografía a Ibarra Real, la más madrileña de las tipografías, tostando el color amarillo miel hasta dejarlo naranja fuego… Uno se pregunta frente a estas férreas letras amarillas, ¿de qué color es Madrid?

La media encuadernación mordiendo la cubierta con una “tela” negra, eso que se llama “holandesa”, le da al libro un tono de tomo solemne, que impone. Contaba Andrés Trapiello en una entrevista que si publicáramos a la misma ciudad de Madrid, el libro sería una «novela» genial sin duda, pero su edición sería pobre, como las mohosas primeras ediciones de Galdós. Yo me imagino impreso a Madrid también en uno de esos libros del siglo XVII, con tapas de arrugado pergamino y uno de esos títulos barrocos, explicativos, sin ninguna prisa. La hemos recreado en un desliz retórico y juguetón, por hacernos la idea.

En fin, Madrid de Trapiello se ha publicado con la riqueza que se merece una ambiciosa obra maestra de nuestro tiempo, que ha venido a quedarse, a perdurar en la literatura. Y el alarde de su edición, la contundencia de su cubierta, están a la altura de semejante obra. No se me ocurre mejor elogio.