The Wire pasa por ser algo así como El Quijote de la ficción televisiva. Es decir, una obra que revolucionó el medio y que todo quisqui cita como referente ineludible, la hayan visto o no. Con razón, con razón: es una serie imponente que ha ido alcanzando una estatura mítica conforme ha pasado el tiempo. Cinco temporadas para un ensayo sociopolítico emboscado en un relato policíaco. O quizá fuera al revés.

Aquella mezcla de ambición naturalista de novela del XIX y de tragedia griega —donde, según el propio David Simon, el Capitalismo era Zeus— se ubicaba en Baltimore. Esta ciudad del estado de Maryland condensaba en la pantalla los males de la ciudad occidental: la corrupción política, los guetos sociales, el azote de la droga, la ineficacia policial, la prensa a la deriva o una educación pública impotente.

Se convirtió en un cliché de la crítica catalogar la serie de la HBO como una «novela televisiva», dado su ritmo moroso, su crítica sistémica y su ingente caudal narrativo. Balzac, Dickens, Zola eran escritores con los que se perfumaba cualquier reseña. Y, sin embargo, no era necesaria la comparación histórica. Porque en la sala de guionistas comandada por Ed Burns y David Simon había mucho novelista consolidado, no solo profesionales de la pequeña pantalla.

El nombre más ilustre era Dennis Lehane, un viejo conocido del noir estadounidense, que rotó por la writer’s room a partir de la tercera temporada. Lehane tiene lectores adictos a las aventuras de su pareja de detectives Kenzie y Gennaro, tan pegados al Boston que el propio autor ha mamado desde su infancia. Pero han sido especialmente dos novelas, adaptadas al cine, las que le han aupado al estrellato literario: la intriga alucinada de Shutter Island (en español Cualquier otro día) y la frialdad moral —»Enterramos nuestros pecados, lavamos nuestras conciencias»— de Mystic River.

 

 

Menos conocidos son en España otros dos novelistas que contribuyeron decisivamente en The Wire. George Pelecanos es un caso curioso, donde su pasión por contar se ha convertido en un fenómeno que hoy llamaríamos transmedia. Enamorado de Dashiell Hammett y Elmore Leonard, ha cultivado la novela policíaca con fruición: 21 títulos avalan su obra. Sin embargo, en la última década larga ha mostrado su predilección por la pequeña pantalla, ese nuevo paraíso del contador de historias. Ha sido productor ejecutivo y guionista de Treme y The Deuce (junto al propio David Simon) e, incluso, llegó a escribir el tercer episodio de la monumental The Pacific, la secuela bélica de Hermanos de sangre.

Al igual que Pelecanos, Richard Price es otro artista que le ha cogido el gusto a la serialidad televisiva. Price es el autor de una de las novelas negras más aclamadas de lo que llevamos de siglo: La vida fácil. Ambientada tras un asesinato en el Lower East Side, Price retrata una ciudad sonámbula, con su melting-pot y sus violencias y sus esperanzas tantas veces vanas. En The New York Times gustó tanto que las alabanzas se venían arriba: «Nadie escribe mejores diálogos que Richard Price, ni Elmore Leonard, ni David Mamet, ni siquiera David Chase». Price le ha cogido el tranquillo a la pequeña pantalla y entre sus últimos proyectos creativos destaca un frío drama carcelario-criminal (The Night Of) y una adaptación de Stephen King (El visitante), ambas series emitidas en HBO.

 

Estos tres novelistas son ejemplos y nombres de postín que avalan el aura de The Wire, esa propuesta serial que condujo a la televisión a olimpos donde nunca antes había morado.