Cuando llegues a Madrid, chulona mía, no te encierres en casa a leer libros, nos diría Agustín Lara, sino sal a empaparte de ella. Aprovéchate de las ganas de vivir que gastan por igual tanto los gatos como los nietos de los que vinieron y se quedaron como los provincianos ya hijos adoptivos de la villa. Déjate contagiar por su espíritu inquieto, rabiosamente inconformista, en constante rebeldía, insatisfecho siempre. Date cuenta, cada vez más, de que son ciertos los tópicos, de que la luz madrileña es distinta y de que el imposible abarcamiento de sus calles y sus ambientes es su mayor encanto. Nosotros, con la actualidad de nuestra parte, y a pocos días de San Isidro, seguimos el supuesto consejo de Lara, como no podía ser de otra manera, pero hay tiempo para todo; también, para nutrirse de buenas lecturas, y la capital ha sido marco y protagonista de estupendos libros. Muchos de ellos guardan un aire añejo, como la propia ciudad; castiza como pocas, despierta, revoltosa, chulesca, pícara y despreocupada de sí misma, muy poco vanidosa. Quizá por eso nos parezca tan excepcional y tan especial y la hayan retratado tantas veces (y las que queden) en las páginas de títulos como los que siguen a continuación. Sin embargo, debemos decirles, todos se quedan cortos. No esperen hacerse una idea de la Corte gracias a ellos, ni mucho menos. Si eso esperan, quedarán defraudados. Es más: nos desdecimos. No busquen libros sobre Madrid. Vengan acá, y, sin grandes pretensiones, sin las prisas del turista, bébansela, paladeándola, disfrutándola. Sólo entonces, después de saborear bien sus calles, de convertirse en su casa, de haberla sentido como una segunda piel, nosotros aconsejamos, en ese momento, ponernos a leer.
Madrid, Andrés Trapiello
En octubre del 2020, el Madrid de Trapiello salió de la imprenta. (Aquí puedes leer un artículo de Jaime García-Maíquez dedicado al libro). A día de hoy, sólo seis meses después, ha alcanzado ya la décima edición. ¿Qué es lo que ha hecho el autor para alcanzar semejante éxito? Quitando su incuestionable talento, la pregunta correcta sería otra: ¿qué tiene la capital de España, que siempre triunfa? Porque la apuesta de la editorial Destino y la del escritor fue arriesgada: se atrevieron ambos con un volumen de nada menos que 560 páginas, donde, contar, contar, no se cuenta demasiado, sino que los relatos autobiográficos van intercalados por otros sobre la historia de Madrid, que está al alcance de cualquiera que tenga un mínimo de interés por ella. Entonces, ¿cuál es el secreto? Pensamos, a nuestras cortas luces, que no es uno, sino dos: por un lado, la extraordinaria sencillez de Trapiello. Hay personas cuya naturalidad asusta. Su candor es tal que, piensa uno, llega a rozar lo descarnado y lo salvaje. La llaneza violenta, no sabemos si por su singularidad o por actuar de revulsivo contra nosotros mismos. Y así escribe Trapiello: con una franqueza que, efectivamente, indica que no tiene nada que ocultar, que está tan tranquilo, que es, en tres palabras, un hombre libre. Y eso es una maravilla, claro. Por otro lado, creemos que buena parte del éxito de este Madrid es su cuidadísima edición. Andrés Trapiello se ha hecho cargo personalmente de ella, así como del material gráfico que lo ilustra, junto con la ayuda de otros profesionales. Y, gustos aparte, se merecen nuestra felicitación, porque sus páginas están medidas hasta el más mínimo detalle: la anárquica maquetación de los “Retales madrileños”, las fotografías, los pies de foto, los jugueteos con los márgenes… Todo esto da lugar a un libro muy original, o muy raro, siendo honestos, pero un libro raro agradable, del género que hoy llaman de no ficción, y con el que conocemos a un tiempo al escritor, Trapiello, que se nos abre ante su Madrid, y a la propia ciudad, “completa, casi perfecta, humana”.
Los enamoramientos, Javier Marías
La suerte de habernos colado entre las firmas de Leer por leer es que van apareciendo ante nosotros nuevos libros que estamos encantados de conocer. Así, Los enamoramientos, de Javier Marías, ha sido un descubrimiento gratísimo y muy entretenido, una extraña novela ¿negra? en la que, entre abundantes monólogos, que recuerdan a los del maestro Delibes, nos adentramos en la intimidad de los personajes mientras nos sentamos con ellos a la mesa de una cafetería de El Viso o paseamos por la Castellana, metiéndonos en el Madrid de los niños bien que se hacen mayores y se convierten en empresarios, o médicos, o arquitectos, o en miembros de cualquier otra profesión liberal, y llevan vidas acomodadas, y adoran a sus mujeres, y disfrutan de la vida, y son felices… hasta que… Marías, con el arte de un barman, mezcla unas descripciones difícilmente sencillas, una buena dosis de misterio (casi de morbo), un dominio de la psicología admirable; unos personajes tiernísimos, otros bastante perturbadores, y otros que son ambas cosas a la vez; y unos cuantos giros en la trama, y nos ofrece un cóctel bastante atractivo con una reflexión desasosegante pero no por ello menos oportuna (pensamos): ¿hasta qué punto puede llegar a confundirse el enamoramiento con el amor? Se lo aseguramos, por si les entran dudas: lo nuestro por Madrid, que es de lo que hablamos, es serio, no pasajero.
La busca, Pío Baroja
Nos encontramos entre los que pecan de impaciencia con los escritores de la llamada generación del 98, y decimos pecamos porque hay que comprender, en parte, a quienes tuvieron que asistir al bochornoso fin decimonónico de nuestra España. Hay disgustos muy amargos y difíciles de olvidar. Eso es cierto, pero también lo es que los del 98 podrían haberse arremangando ante el desastre con un flamenco “dichoso siglo, vaya con Dios”, en lugar de darles vueltas y más vueltas a las desgracias patrias cada vez más obsesivamente, como se va cerrando la espiral de la concha de un caracol. Dicho esto, creemos que, en efecto, Pío Baroja era un escritor con mucha miga (“se nota que es panadero”, dijo de él Rubén Darío, y bien escaldado que salió por ello), buen conocedor del Madrid que le tocó vivir, aunque lo retratara sólo sórdido y feo. Así nos lo enseña en La busca, primera novela de la trilogía La lucha por la vida. Las andanzas de Manuel Alcázar por los arrabales de la capital están narradas con la perspicacia que sólo puede tener un médico ávido de síntomas y detector de enfermedades. Fue Baroja de los primeros en describir el atardecer madrileño como “un crepúsculo rojo que esclarecía el cielo, inyectado en sangre como la pupila de un monstruo”. Sí, su idea era seguramente transmitir angustia, la que padece un muchacho ensordecido por la algarabía de la gran ciudad por no haber conocido otro lugar que la silenciosa aldea. El optimismo hecho novela, la plasmación de la alegría. Dejando a un lado las ironías, Baroja fue un fatalista, lo sabemos, pero eso no quita que quisiera como quiso a la capital, y eso se nota; la madrifilia es difícil de disimular. Por eso, y por su brillante escritura, aquí le incluimos, con todos los honores.
Madrid, de corte a checa, Agustín de Foxá
Reprochó Foxá a los comunistas que no le hubieran dejado más remedio que hacerse falangista. Si ello le llevó a escribir Madrid, de corte a checa, pues hizo muy bien Foxá, pensamos, porque le salió una novela magnífica, que, de no haber sido por la incomprensible indiferencia de los sucesivos mandamases, sería mucho más y mejor conocida. Aunque dejáramos a un lado toda la trama bélica, el libro destaca por su finura, su narración inteligente, con acertadas elipsis en las que Foxá, delicadamente, nos deja libertad para llenar la escena como queramos. Eso, a veces, porque en otras ocasiones, no nos ahorra un detalle sobre la crudeza de las vivencias de tantos en el Madrid rojo. La furia de los milicianos, aplacada ante la despampanante belleza, de formas casi brutas, de la mujer a la que iban a detener, de alta cuna, y en cuya casa habían entrado por la fuerza, sobrecoge, cuanto menos. Y tantas otras imágenes en las que Foxá no ahorra, sino que derrocha sensaciones no aptas, quizá, para lectores demasiado sensibles. La segunda y la tercera parte del libro se desarrollan en Madrid, y escuece pasear por el barrio de Salamanca, el de Cuatro Caminos o el de los Austrias tras haber asistido al testimonio de Foxá, novelado y muy bellamente escrito, del paso de esta ciudad tan especial de corte a checa. Contagiados siempre del buen humor que tenía el autor, imploramos que ese paso no lo vuelva a dar.