Ya que no podemos salir al exterior, viajemos con los sabores. Nuestros días pasan estoicamente resignados con la responsabilidad de saber que esta pandemia sigue ahí fuera y toca no bajar la guardia. Algunos intentamos vivir, esperanzados, en un estado mental cercano al verano. Este Covid arruinó más de un viaje y más de una aventura. Vidas. Ahora pasamos los días soñando con hacer la maleta y subirnos al coche o al avión para embarcarnos hacia algún destino especial y vibrante.
Mientras, nuestra imaginación es nuestra valedora. Vi el maravilloso Recetas para un verano italiano en el estante de la librería con esos tomates en la portada. Me estaba diciendo a gritos “llévame contigo”. Tuve que comprarlo. Y después de éste otros dos más sobre Italia y su estilo. Y ya en casa empecé a cocinar. Nos trae el placer del sabor del verano italiano en tu mesa, “estés donde estés”. Italia sería uno de mis primeros destinos cuando toda esta tragedia pase. Los italianos y sus sobremesas convierten los días en más largos y relajados, ya sea en la costa o en el campo. Siempre bajo un sol brillante. Soñemos. Qué mejor que estas 380 recetas para todos los amantes de la comida italiana, ¡auténticamente italianas! Y fáciles, con los ingredientes de temporada más deliciosos. La mayoría de los platos están hechos con productos frescos: pepinos, berenjenas y, por supuesto, tomates. Prometo que conocerán sabores interesantes. Por ejemplo, el Risotto de fresa. Para los enamorados del arroz contiene varios risottos, y todos sabrosos, incluso cuando están hechos con frutas. Desde picnics informales hasta barbacoas familiares al aire libre. El libro está deliciosamente encuadernado. Destaca también el tipo de letra, Courier, que lo hace especialmente bonito. 100 hermosas fotografías de platos así como 30 preciosas imágenes de la campiña italiana del reconocido fotógrafo Joel Meyerowitz. Escenas de la dulce vida en Italia. Todo un aliciente para soñar con tiempos mejores. Recetas para un verano italiano (Ed. Phaidon).
El Gobierno de Pedro Sánchez ya nos ha lanzado las medidas de Navidad: toque de queda a la 1:30 horas, reuniones de 10 personas y desplazamientos a la residencia familiar y “allegados”. Todo esto, por supuesto, puede variar porque, desgraciadamente, este virus no avisa y los datos van cambiando a diario. Por favor, sean responsables. Cómo será lo del toque de queda que en un pueblo de Sevilla van a sacar a los Reyes Magos a esa hora para que los niños se asomen al balcón como cuando la policía les felicitaba el cumpleaños en los primeros meses del confinamiento. Este toque de queda al ciudadano nos ha hecho a muchos recuperar la figura del sereno.
Aunque ya no los encontramos por las calles con el manojo de llaves abriendo portales, sí aportaban un toque de seguridad. ¿Sabían que la mayoría eran asturianos? ¿Saben que, en realidad, comenzaron como faroleros? En el diario La Razón entrevistaron hace un tiempo al último sereno, Manuel Amago: “Era duro por el frío, en 1951 cayeron once nevadas y murió mucha gente”. Y recordaba el dinero que ganó en su primer día de trabajo: 32 pesetas, “mucho para la época”. Todos nos acordamos hasta del uniforme, ya sea por filmes clásicos o lecturas de Valle-Inclán: el guardapolvo, la gorra, la pistola y el palo. Manuel recorría la calle atento al sonido de las palmas con las que los vecinos le indicaban su llegada para que les abriera el portal. “Aunque la profesión de sereno desapareció oficialmente en 1986, cuando muchos de estos empleados se integraron en la plantilla del Ayuntamiento de Madrid, este asturiano prefirió continuar por su cuenta con un trabajo que, según señala con orgullo, se remonta a la época del rey Carlos III”. Hay un libro exquisito que trae la figura de estos personajes inolvidables y el Madrid de la época: Las doce en punto y sereno. Historias, avatares y anécdotas de los serenos de Madrid, de Gómez Montojano. “– ¡Ser sereno es lo más bonito del mundo! – exclama uno, seguido de un coro de carcajadas.
– ¡Tiene razón, no os burléis! – interviene el protagonista – Alguien me dijo una noche que los serenos somos “los guardianes del paraíso”, porque el paraíso de los hombres está en los sueños.”
¿Acabará la pandemia con la clase media?
He recuperado entre mis lecturas No society. El fin de la clase media occidental, de Christophe Guilluy. Hace unos días, la Cadena SER nos avisaba con titulares a gran tamaño: “La clase media ha entrado en decadencia”. Nada nuevo, desgraciadamente. Ya en la crisis de 2008 se habló de esta decadencia. Desafortunadamente, la brecha salarial sigue creciendo. Y el virus está acelerando esta crisis. La crisis sanitaria actual está abocándonos a un escenario similar al de la crisis de 2008 donde tres millones de españoles abandonaron estos niveles de bienestar. Para colmo, esta semana nos despertábamos con otra mala noticia: España sufre la peor recesión del mundo después de la de Argentina, según la OCDE.
En cuanto al mercado laboral, nuestro país tendrá el próximo año la segunda mayor tasa de paro. Y el ritmo de salida de los ERTE se ha ralentizado. Si esta crisis se prolonga, como así parece, empresas hasta ahora viables están conduciéndose a la insolvencia. Christophe Guilluy, un geógrafo e importante estudioso de la sociedad francesa, retoma la famosa declaración de Margaret Thatcher: “No hay sociedad”. Existe un desajuste entre la oferta política que no ofrece respuestas y lo que muchas personas esperan. En un mundo que el autor bautiza como el “mundo de abajo” en contraposición al “mundo de arriba”. Es un clamor silencioso la ira de la clase media empobrecida, y en los últimos años se ha traducido en el voto de protesta a favor de los llamados movimientos populistas. Puro marketing aprovechando la situación. Ya estamos viendo los terribles resultados.
El contraste entre el mundo de abajo y el mundo de arriba es efectivo y existe en el imaginario colectivo. No society hay que leerlo sobre todo para comprender el “mundo periférico” y las demandas que vienen de una clase media empobrecida y frustrada, y para darse cuenta de cómo las desigualdades se reflejan en el mapa geográfico. Porque ciertamente Guilluy tiene razón en una cosa: hay cada vez más áreas olvidadas y excluidas de la historia.
Mujeres sobre las que hay que leer
Recientemente, la actriz Macarena Gómez declaraba: “Estamos forzando el feminismo, hay un discurso de odio contra los hombres”. Con estas declaraciones se distanciaba públicamente del discurso que impera, sobre todo en el mundo del cine, sobre el feminismo. Fue valiente. Otra actriz, Marta Etura, ya fue criticada por ciertos sectores del cine y de la izquierda por pedir que el PSOE permitiera la investidura de Mariano Rajoy. Tan solo por dar su opinión. Hace poco, Etura ha criticado, además, al independentismo, tanto catalán como vasco así como la impunidad de la que goza Otegi: “Que una persona que ha formado parte de un grupo terrorista, que ha matado y ha secuestrado, se presente a un cargo público, no me parece normalizar las cosas en absoluto. Al contrario: no es normal. Por supuesto que estoy a favor de la convivencia y el respeto de todas las ideologías, pero ellos no respetaron nada. Mataron y no hay ideología o religión que justifique el asesinato y el secuestro”. Los mensajes de odio y críticas furibundas no tardaron en salir. Las actrices que no siguen el discurso oficial aún están esperando el apoyo y la solidaridad de otras actrices compañeras. Nadie ha alzado la voz para proclamar que la opinión es libre y que estas chicas son totalmente libres para decir qué opinan en el país en el que viven.
Pero esa solidaridad que tanto pregona la ministra de Igualdad se echa de menos con según qué mujeres. Sin ir más lejos, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, sigue siendo objetivo de la izquierda a base de noticias falsas e insultos. Desde la voz de la periodista Angels Barceló soltando aquello de que “la sacan a pasear como a Miss Daisy” a artículos de opinión tildándola de “loca”, “ida” con la cancioncita “la llamaban loca”, de Mocedades, sonando de fondo en las emisoras de PRISA. Patético. Francisco Igea, vicepresidente de la Junta de Castilla y León reconocía que “la estrategia de la CCAA de Madrid ha funcionado y alguien debería pedirles perdón por algunos comentarios. Yo también”. Hace una semana, Irene Montero pedía entre lágrimas la unión del feminismo. Desde un ministerio creado a su imagen y semejanza de la mano de su pareja, Pablo Iglesias. Todavía estamos esperando que su Ministerio investigue la red de abusos a menores, el escándalo de las menores prostituidas, ocurrida en Baleares.
Si tenemos que hablar de mujeres sabias no hay mejor modo que trasladarnos a la Antigua Grecia. Ovidio escribió Cartas de las heroínas. Dedicadas a sus hombres ausentes. Leyéndolas las sientes asombrosamente actuales. Dado que prácticamente todos los escritores clásicos cuya obra sobrevive eran hombres, rara vez hemos tenido la oportunidad de considerar la perspectiva de una mujer. Poemas apasionados, ingeniosos, a veces con el corazón roto. Ovidio es muy sensible a la verdad, poco comentada, de que esperar a que alguien a quien amas regrese de peligrosas hazañas puede ser mucho más traumático que estar en peligro ¿Cómo contarán su historia en primera persona Penélope, Helena, Fedra, Dido, Ariadna, Medea y otras? Mujeres asustadas, vengativas, enamoradas, decepcionadas, independientes, solitarias, poderosas, nostálgicas, crueles, dulces: sentiremos nuestro corazón junto al de Phyllis, esperando que el hijo de Teseo, Demophoön, regrese con ella como ha jurado hacer. “Maldije el clima por arruinar tus velas; / Teseo por detenerte… Cuando el cielo y el mar estaban quietos, me dije: / ‘Está en camino’, urdí obstáculos”. Y otra de nuestras heroínas: “Vuelvo una y otra vez al último lugar que compartimos, para encontrarte, pero lo único que queda de ti son tus huellas y las sábanas que te abrigaron. Entonces me tumbo en la cama y, después de haberla inundado de lágrimas, la maldigo […] Eres hijo de las rocas y del mar”. Ovidio murió en el exilio, expulsado de Roma por carmen et error : un poema y un error. Estas cartas nos recuerdan que él entendió la difícil situación de la persona que se queda atrás esperando noticias. Sabía que incluso las malas noticias eran menos atroces que la falta de noticias.
En cualquier cabeza con un mínimo sentido común, inaugurar un hospital supondría una gran noticia, más aún durante una pandemia tan grave. Sin embargo, sí han sido noticia, absurdamente, las numerosas quejas de la izquierda a esta construcción. Madrid sigue siendo el objetivo preferente de las críticas. Como saben, la Comunidad de Madrid inauguró hace unos días un nuevo hospital público, el “Enfermera Isabel Zendal”, destinado a acoger enfermos de Covid-19. Primer centro contra pandemias de Europa cuyo objetivo más inmediato es descongestionar a otros hospitales para que pacientes con otras dolencias puedan ser atendidos sin peligro de contagios.
La inercia en la izquierda, sin embargo, es seguir criminalizando a Madrid y cada labor que llevan adelante sus dirigentes. Recuerda a aquellos días con la apertura de IFEMA. Tampoco les pareció bien. Después supuso un éxito -de todos sus sanitarios- que hasta reconoció Pedro Sánchez. Ojalá más dignidad y no tanta obcecada rivalidad llevando la ideología hasta al virus. ¿Qué quisiéramos todos? que ojalá dentro de unos meses pudiéramos afirmar que Zendal no corría tanta prisa. Eso sería muy buena señal, pero decir que un hospital es innecesario es caer en la demagogia más absoluta y sectaria.
Pero las incongruencias y los cambios de argumentación de la izquierda siguen con la tónica de la disparidad. Así, hace una semana, Sánchez, respecto a las reuniones navideñas dijo que deberían ser de 6 personas. Y que “no era un capricho”, sino que era “el número que la ciencia ha dicho que es riguroso”. El miércoles comprobamos que por lo visto la “ciencia” ha dicho ya que son 10. Un grito de indignación, ante tanta tomadura de pelo, nos sale a muchos a cada noticia que nuestro Gobierno tiene a bien comunicarnos.
Necesitamos una Vera Brittain en 2021
Testamento de juventud es un libro para contar lo vivido. Verá Brittain trabajó como enfermera del Destacamento de Ayuda Voluntaria atendiendo a los soldados heridos durante más de un año. Estaba físicamente exhausta, afligida por el dolor y en un estado casi constante de aprensión nerviosa. Sin embargo, en medio del caos y el trauma de la guerra, una idea quedó fija en su mente: “Si la guerra me perdona la vida, mi único objetivo será inmortalizar en un libro nuestra historia, la de nuestros amigos”. Vera Brittain perdió a su prometido, hermano y dos amigos varones más cercanos en la Primera Guerra Mundial. Escribió Testamento de juventud como un grito de indignación y agonía para recordar la inutilidad de sus muertes.
Ochenta años después, sigue siendo una de las memorias de guerra más poderosas y leídas de todos los tiempos. Una potente mezcla de rabia y pérdida, respaldada por una gran inteligencia y fervientes creencias pacifistas Cuando estalla la guerra, crece su ira contra la injusticia de la misma y, frustrada por su propia impotencia, se ofrece voluntaria como enfermera. Lo cuenta con una actualidad increíble… No es necesario que te interese en absoluto el feminismo o el pacifismo para sentirte tan cercana a su mensaje. Incluso este sufrimiento se reflejó en su vida posterior. Su hijo Williams recuerda que su madre estaba ansiosa y, en ocasiones, sobreprotectora, constantemente preocupada por si algo terrible les pasara a sus seres queridos como les había sucedido en el pasado. Williams se rebeló contra esto cuando era adolescente: “Nos íbamos en bicicleta y mi madre decía: ‘¿Dónde vas?’ Yo decía: ‘Fuera’. Sólo cuando se dio cuenta de que nunca sacaría más información más allá de eso, mejoró, sobre todo cuando empezó a darse cuenta de que sabría sobrevivir”. Hasta Virginia Woolf anotó en sus diarios que no podía despegarse de la lectura de Vera Brittain y quedaba despierta toda la noche para terminar las memorias. Nos sentimos, tras esta lectura, tan cercanos a las víctimas… Este es el trabajo de una mujer cuya labor, toda su vida, estuvo dedicada a honrar la memoria de quienes, trágicamente, no recibieron el homenaje que merecían.