Este año he hecho algo que no había hecho nunca antes: grabar cuentos a amigos que están enfermos pero a los que no puedo ir a ver, porque están muy lejos o muy malitos. Siempre he pensado que si tuviese que acompañar a alguien que no se sabe muy bien si está o no con nosotros, lo que haría sería leerle. Hace unos meses caí en la cuenta de que no había que llegar a ese límite. Grabar y enviar un cuento de tres o cuatro minutos –a veces algo más largo– se puede hacer para cualquiera que esté triste, desganado, sin fuerzas para ver a nadie o concentrarse en nada, ni un libro, ni una película… A veces dejarte mecer por las palabras de la voz de alguien a quien quieres, arrebujado en una manta un frío día de otoño, es lo único que puedes hacer. Creo que es un regalo muy íntimo que le sienta bien tanto al que lo hace como al que lo recibe, y que tiene la capacidad de hacerte sentir más cerca de alguien de quien ahora mismo, por desgracia, estás muy lejos. A mí me gusta hacer comentarios cuando grabo estos cuentos –qué barbaridad, si tendrá poca vergüenza, esta va a acabar fatal–. No se trata de grabar un audiolibro bien aséptico, sino de acompañar a tu amigo, a tu hermana, a tu abuelo, como si estuvieras leyéndoles sentada en un sillón de su casa.

Creo que hay muchos libros que se prestan a este tipo de lectura. Yo tiendo a ser mucho más exigente con lo que me leo por mi cuenta que con lo que me pueda leer una voz amiga. Esto ya lo descubrió Enrique García-Máiquez las noches que le tocaba leerle a sus criaturas y les leía cualquier cosa en la que estuviese enfrascado él. Los niños no pestañeaban porque lo que les importaba no era la historia en sí, sino la cadencia de la voz de su padre, en medio de la noche, con la casa en silencio, en la seguridad reconfortante de sus camas calentitas. De ahí que en la lista de libros que les dejo a continuación haya libros infantiles o para adultos, y que entre ellos tengan poco más en común que el hecho de que se pueden leer por entregas, ya sea ordenada o desordenadamente. Yo diría que esta condición, la de los capítulos relativamente cortos, es la única imprescindible.

Mis cuentos africanos, Nelson Mandela (Siruela, 2014)

Se trata de una recopilación de cuentos tradicionales. Al principio del libro hay un mapa precioso de África en el que se ha intentado señalar a qué país pertenece cada una de las historias, pero junto al mapa hay una nota que aclara que la mayoría de las veces es prácticamente imposible señalar con precisión dónde se ha originado un relato. Creo que este libro debe de ser el mismo al que llegué en formato de audiolibro hace un par de años,

Los cuentos africanos favoritos de Nelson Mandela. Desde luego, muchos de los cuentos coinciden. En aquel caso leían las historias actores muy conocidos, y yo me enamoré del que leía Matt Damon: «Mpipidi y el árbol motlopi«. Damon narraba la historia de un niño pastor cuyo deseo más preciado, tener una hermanita, no se había hecho realidad. Todos los días salía a pastorear, se subía a un árbol motlopi y desde allí oteaba el horizonte. Un día, de pronto, oyó el llanto de un bebé y… no les cuento más porque es mucho mejor que se lo lean ustedes mismos. Este cuento en concreto viene de Botsuana, además, país al que le tengo especial cariño –como buena lectora de Alexander McCall Smith–. Son relatos perfectos para leerle a cualquiera, en directo, en diferido, en persona o por teléfono. Es un libro de formato grande, con unas ilustraciones bien alegres y coloridas de 16 artistas africanos, lo que lo convierte, además, en un regalo estupendo de Navidad.

Relatos de los héroes griegos, Roger Lancelyn Green (Siruela, 2020)

Tanto este libro como el anterior pertenecen a la colección Las tres edades de Siruela, luego no es extraño que sirvan lo mismo para leerles a los niños durante el desayuno que para contárselos a un tío tuyo que tenga pocas ganas de nada. Roger Lancelyn Green, que también escribió El libro de los dragones (Siruela, 2021) –que recomendé con mucho énfasis hace unos meses– ha intentado darle una cierta coherencia a los relatos de la Edad Heroica para fundirlos en uno solo. Únicamente se le ha quedado fuera La historia de Troya, que dejó para otro libro que Siruela ha publicado también con las ilustraciones de Carlos Arrojo en la cubierta y el mismo aspecto de caramelo antojable. Yo creo que leer historias de héroes griegos o de dragones nunca está de más, por eso comprendo que soy público cautivo para estos libros; pero pondría la mano en el fuego porque no soy, ni mucho menos, la única que disfruta como un cochino en una charca con estas historias por las que parece que no han pasado los años.

Lo esencial. El diseño y otras cosas de la vida, Miguel Milá (Lumen, 2019)

Hay libros que son mejores de lo que uno se esperaba y este es uno de ellos. No me pasa a menudo. He leído varias veces en los últimos años sobre la obsesión por los libros gordos, por rellenar muchas páginas. Qué bonito cuando llegas a uno que tiene solo lo esencial. Así es el libro de Miguel Milá: como él, como sus diseños. No le sobra ni una palabra, todo está bien dicho. Aquí se me podría acusar de subjetividad, porque conozco a Miguel desde hace muchos años y, aunque lo he visto poco, le guardo muchísimo cariño. Pero no es el cariño el que me hace ponerlo en esta lista sino el convencimiento de que se le puede leer un capítulo escogido al azar a cualquiera y se quedará absorto escuchando. Como si estuviera sentado junto a él, charlando de cualquier cosa. Os dejo de muestra el final del prólogo, que me encanta: «Con 88 años, esto es lo que pienso. Que quede claro que puedo cambiar de opinión». Me gusta particularmente su capítulo «Herramientas e ingenio» porque me recuerda a mi abuelo Mauricio, pero en realidad me gustan todos.

Papá Piernaslargas, Jean Webster (Turner, 2015)

Este libro delicioso escrito en formato epistolar es perfecto para levantarle el ánimo a cualquiera, porque Jerusha Abbot, su protagonista, es así: alegre y animosa sin ser cargante. Jerusha es una chica que se ha pasado toda su vida en un orfanato hasta que aparece de pronto un misterioso patrón que está dispuesto a pagarle los estudios. A cambio, ella solo tiene que escribirle una vez al mes, no hacer preguntas y no esperar respuestas. Sus cartas son entretenidísimas y mezclan con muchísima gracia las anécdotas universitarias con sus ideas, dibujos y teorías sobre quién será su benefactor, al que llama Papá Piernaslargas. Aunque puede parecer infantil, yo diría que se lo puede leer cualquiera. Este libro, al contrario que los anteriores, lo iría leyendo en orden.

El Zar saltan y otros cuentos populares rusos, Aleksandr Pushkin (Reino de Cordelia, 2017)

Este verano llegué por casualidad a los cuentos rusos. Estaba de visita en el Museo Ruso de Málaga y vi una edición preciosa, en inglés, que prácticamente se me metió en el bolso. He pasado unas mañanas fantásticas leyéndoselos a mis hijos en el desayuno, y luego he grabado alguna historia que otra para algún amigo porque la verdad es que no tienen desperdicio. Siendo rusos y teniendo yo poquísima idea de Rusia, pensaba que serían tremendos, pero no. Son unos cuentos muy luminosos que suelen acabar divinamente y tienen –para mí– ese punto marciano de lo desconocido que hace que sean una delicia de leer una y otra vez.

Oír lectura en alto y pensar en niños es todo uno y creo que, aunque es lógico, es algo que podríamos –deberíamos– empezar a cambiar. Hay pocas cosas que relajen o consuelen más que la voz de alguien querido leyéndonos cualquier cosa. Pero es que además es un regalo precioso para hacerle a personas que no leen pero que sí disfrutan con una buena historia. Es decir, a cualquiera. No sabemos qué nos espera estas navidades, pero podamos o no reunirnos, todos tenemos un poco de tiempo, un teléfono y un libro a mano. Yo diría que no hay muchos regalos que requieran de tan poco y supongan tanto.