Si usted tiene la suerte de conocer la poesía de Juan Marqués (Zaragoza, 1980), descubrirá enseguida el denominador común —por supuesto, mínimo— con su reciente primera novela: El hombre que ordenaba bibliotecas (Pre-Textos, 2021). Se trata de un minimalismo que, a pesar de los prejuicios que nos produce la etiqueta, no da jamás en nadería ni hermetismo ni nihilismo. Cuenta lo menos, pero para expresar más. Al peso puede verse en la brevedad del libro (128 páginas) e, incluso, en sus aspectos tipográficos: para reproducir sus muy ágiles conversaciones no hay comillas ni guiones para los diálogos ni esos verbos auxiliares introductorios del «dijo», «repuso», «terció», etc.
Aunque el gran secreto de la aparente levedad de la novela es el uso del correlato objetivo. Concentra en la historia de una crisis profesional, con una novelesca salida (ofrecerse a completar o depurar profesionalmente bibliotecas ajenas), lo que el lector adivina como una crisis personal del personaje en toda regla y en todos los órdenes. La metáfora funciona como un reloj porque el amor a los libros del protagonista (como el Juan Marqués (como el del lector)) hace muy diáfanamente de espejo de todos los otros amores en crisis. Así, la búsqueda de un orden y un sentido pueden ser a la vez explícitas y tácitas.
Naturalmente, este argumento da pie a mucha reflexión libresca y literaria. La más urgente: que la función de los libros es, entre otras, ordenarnos la vida. Abunda la metaliteratura y hasta los juegos cervantinos. El protagonista le dice a un personaje: «Si escribo algún intento de novela, le prometo que escribiré sobre usted», haciéndolo, como se ve, sobre la marcha.
Lo más interesante de esta veta metaliteraria son las reflexiones y sugerencias sobre la autoficción y el juego de la autobiografía en la novela. Escribo «juego» a sabiendas, porque no es de ningún modo una transposición. Marqués, contra sus querencias, es hasta explícito: «Hay pocas cosas en la Creación que me despierten menos curiosidad que yo mismo y mis insustanciales treinta y nueva años pasados, pero eso es casi todo lo que tengo, y, siguiendo la moda, puedo agarrarme a ello para expresar las cosas generales».
Ni por los agarres biográficos —espléndidas las reflexiones sobre Aragón— ni por las intenciones generales, Marqués renuncia a los ingredientes puramente fantasiosos. En un momento dado deja caer un nombre que sorprende: Chesterton. Y es un guiño al lector. El hombre que ordenaba bibliotecas recuerda a El hombre que era Jueves. En los inesperados giros argumentales, sí, pero también en el subtítulo onírico de Una pesadilla; y en el firme propósito: superar una crisis existencial con una apuesta por la vida y su esplendor inflamable.
Por el camino, no hay una página que no contenga una felicidad; y el barbero ha recortado algunas para ustedes:
¿No te gustan los herméticos?
No, casi ninguno de ellos, y esos pocos casi nada.
¿Por qué?
Pues por herméticos, ¿te parece poco?
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Aquel hombre se explicaba muy bien, como casi todos los hombres silenciosos.
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Es que para mí la gloria no era otra cosa que poder estar un poco tranquilo, con mis asuntos, en mi casita, pasando páginas.
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Y es mucho mejor estar triste que estar enfadado, mucho mejor andar melancólico que sobrepasado o nervioso.
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Lo único que me gusta más que una estantería llena a rebosar es una estantería completamente vacía.
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¿Ha pensado en hacerse librero?
No, no, estamos hablando de intentar prosperar, de vivir más tranquilo…
Entiendo…
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Juzgo textos, sí, pero nunca a personas.
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La segunda fila de mi ánimo estaba llena de libros estropeados, sin las cubiertas originales, con los márgenes guillotinados. […] Sabía a dónde tenía que viajar, y viajaba, pero no sabía a dónde ir.
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Sobre la guerra de la Independencia o sobre las otras invasiones que más habían asolado y perjudicado a Aragón a lo largo de su Historia: la filoxera en los viñedos, el mejillón-cebra en el Canal Imperial, el surrealismo en la poesía…
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[El anuncio] ORDENO BIBLIOTECAS. […] las completo o reduzco, y siempre las mejor. […] Dependiendo de qué le guste a usted, me reservo el derecho a la objeción de conciencia.
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Es usted un tipo casi apocado, y eso ya no es bueno. Se puede ser humilde y valiente a la vez, y eso de pensar y decidir por uno mismo no sólo es un derecho, sino que en el fondo es una obligación moral.
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A veces basta con ser un poco reservado para parecer misterioso.
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La literatura es el camino más corto que conozco para llegar a la vida, para pensarla.
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Yo soy una de esas personas que, no tanto por necesidad como por naturaleza, ha vivido siempre repitiéndose, a la manera de un mantra, un constante «no lo necesito, no lo necesito, no lo necesito…» Ante todas las supuestas tentaciones de la realidad. ¿Te apetece un sorbete de mandarina? No lo necesito. ¿Te has fijado en que jersey más mono? No lo necesito. ¿Has visto qué barato ese viaje? No lo necesito. ¿Cuándo piensas cortarte el pelo? No lo necesito. Necesitas urgentemente una novia. No la necesito. Así ha sido siempre, invariablemente, con una austeridad bastante satisfactoria, consciente de tener lo suficiente. Lo cierto es que no me hace falta mucha fuerza de voluntad, porque no me cuesta ningún esfuerzo. Hasta que de repente, por sorpresa, a traición, me encuentro con una librería.
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Se habla poco del «poliamor platónico»
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Quien se hace un tatuaje, por pequeño que sea, es alguien que ya nunca podrá estar completamente desnudo.
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