Cada septiembre, para infundirme ánimos, releo El valor de educar de Fernando Savater. Por lo mismo que cada mañana me recito el pareado final de aquel soneto de Borges que reza: «Dame, Señor, coraje y alegría/ para alcanzar la cumbre de este día». Hay otros libros pedagógicos, claro, y no pretendo que el ensayo de Savater sea el mejor, pero —razones de memoria sentimental aparte— creo que esa mezcla suya de amor por la enseñanza y espíritu laico, para ir a mi instituto público, está muy bien. Me sirve para alzar la roja insignia del coraje.

 

Aunque entre líneas, enseguida, me salgo de lo laico. Entabla Savater un debate muy interesante. Kant pide en sus Reflexiones sobre la educación un ser superior que nos enseñe y no un ser limitado. Sólo así se vería lo que el hombre puede dar de sí. Esto se lo critica Savater con un argumento que gana actualidad frente al transhumanismo diciendo que la principal lección que hemos de recibir es la de ser hombres. En ese momento, no puedo dejar de pensar que en Cristo se encuentran ambas posturas y las salva por sendas superaciones: es perfecto hombre, de modo que nos enseña humanidad mejor que nadie; y, además, siendo Dios, rebasa con mucho a ese ser superior que soñaba Kant. Todos contentos. Aunque esto no se lo explico a mis alumnos.

 

Aunque Savater es un hombre de abundantes opiniones propias, el libro es un centón de citas, quizá porque aquí todos hemos venido a transmitir. El barbero se apuntará a la fiesta de tantos invitados y señalará quién es quién.

 

También cita mucho Gregorio Luri en La escuela no es un parque de atracciones, (Ariel, 2020), que he sumado a esta fiesta anual de la inauguración del curso. Esta idea que trae, por ejemplo, no la tenía que repasar porque se me quedó en la memoria a la primera: «‘Creo mucho en la suerte’, dice el escritor y economista canadiense Stephen Leacock, pero añade inmediatamente: ‘y he descubierto que cuanto más trabajo, más suerte tengo’».

 

En cambio, de esto otro nunca me acuerdo, ¡con lo que me anima en cuanto lo releo!: «Una manera muy efectiva de conjugar la rememoración (y, por lo tanto, el aprendizaje) y la emoción es la de explicarle a otra persona lo que creemos saber sobre un tema. La presencia física del otro, su mirada expectante pendiente de la nuestra, los microgestos que recorren su cuerpo y su cara, sus preguntas, sus silencios, sus insinuaciones…» El refranero lo decía más condensado: «Para enseñar poco sabemos/ pero enseñando todos aprendemos».

 

Así que os voy a enseñar mis fragmentos preferidos, a ver si así me los memorizo:

 

 

Graham Green: «Ser humano es también un deber»

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Marco Aurelio: «Los hombres han nacido los unos para los otros; edúcalos o padécelos». [Me temo que esa disyuntiva peca de notorio optimismo: sólo con gran padecimiento se pueden educar.]

 

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Montaigne: «El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender».

 

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El filósofo checo Jan Patočka aseguraba que el conocimiento riguroso es la mejor forma que tenemos de cuidar de nuestra alma, porque nos permite proporcionarle experiencias de orden, de límite, de coherencia, de rigor. [Esta cita es del libro de Luri]

 

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El antropólogo Alfred L. Kroeber: «Bach, nacido en el Congo en lugar de en Sajonia, no habría producido ni el menor fragmento de una sonata».

 

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Jerôme Brumer: «Si no hay atribución de ignorancia, tampoco habrá esfuerzo por enseñar». [¡Tate!]

 

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El gran historiador británico Thomas Macaulay escribió una carta a su sobrina Margaret el 15 de diciembre de 1842 en la que le decía lo siguiente: «Gracias por tu hermosa carta. Me alegra poder contribuir a tu felicidad, y nada me agrada tanto como ver que te gustan los libros. Porque cuando seas tan vieja como yo, descubrirás que son mejores que todas las tartas, pasteles, juguetes, juegos y lugares de interés turístico del mundo. Si alguien me hiciera el rey más grande que jamás haya existido, con palacios, jardines, cenas elegantes, vino, coches, hermosas ropas y cientos de sirvientes, con la condición de que no leyera libros, no quisiera ser rey. Prefiero ser un hombre pobre en una buhardilla con muchos libros que un rey al que no le gusta leer». [Vía Luri]

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John Passmore: «Que todos los seres humanos enseñan es, en muchos sentidos, su aspecto más importante: el hecho en virtud del cual, y a diferencia de otros miembros del reino animal, pueden transmitir las características adquiridas. Si renunciaran a la enseñanza y se contentaran con el amor, perderían su rasgo distintivo.»

 

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Jean Delval: «Una reflexión sobre los fines de la educación es una reflexión sobre el destino del hombre, sobre el puesto que ocupa en la naturaleza, sobre las relaciones entre los seres humanos».

 

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Jaime Balmes: «El arte de enseñar a aprender consiste en formar fábricas, no almacenes» [Lo que no obsta para recordar ahora algo que en tiempos de Balmes se daba por evidente: las fábricas tienen que tener su sistema de almacenamiento. El sistema just-in-time que también se puede traer a la enseñanza con Google y otras nuevas tecnologías tiene irremediablemente serias carencias de suministro o roturas de stock]

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[Savater concuerda y percibe que:] Al irse haciendo superflua la preparación estudiosa que antes era imprescindible para conseguir información, los adultos se van infantilizando.

 

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Goethe: «Da más fuerza saberse amado que saberse fuerte».

 

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Y como guinda final contra la tentación [previa a las clases] del empalago dulzón, Platón: «El niño resulta una bestia áspera, astuta y la más insolente de todas» [En Las Leyes]