Pensaba barberizar aquí la última entrega del Salón de pasos perdidos, la magna obra diarística de Andrés Trapiello. El volumen de este año se titula Quasi una fantasia (Ediciones del Arrabal, 2021) y me parece el volumen más logrado de cuantos nos ha ofrecido, aunque eso mismo lo he pensado cada vez del que acababa de leer uno.

 

No ha podido ser porque se me cruzó La fuente del Encanto. Poemas de una vida (1980-2021) (Vandalia, 2021), donde Trapiello hace memoria de su vocación poética, remontándose (la patria del poeta) a su infancia. Va tan hondo que no es extraño que en un momento suspire: «¡Qué lejos me he ido! ¡Y cuánto me cuesta volver de allí!» En este sentido, es un libro que acompaña a sus diarios tanto como a sus libros de poemas. Va completando su biografía con retazos del pasado, como ya hizo en el libro Madrid.

¿Por qué he dado preferencia a este libro sobre el diario? Primero, por su singularidad. De la diarística de Trapiello ya he escrito varias reseñas, además de un pequeño ensayo general, «El gato panza arriba», que se recogió en Vidario.

En segundo lugar, por su entidad. Estamos ante un libro de enorme utilidad para entender algo tan complicado (en su misma sencillez) como la poesía. La poesía en general, no sólo la de Andrés Trapiello. Es un texto a la altura de Cartas a un joven poeta de R. M. Rilke y de Consejos a un joven poeta, de Max Jacob. Su peculiaridad es que está escrito con el corazón en la mano y en voz baja: «De hecho los poemas que más me gustan de algunos grandes poetas demasiado metafísicos y herméticos para mí como Rilke o Eliot son precisamente los de circunstancias, y alguno de los de Keats («Al gato de la señora Reynolds», por ejemplo) o de Emily Dickinson, igual». Aunque sin bajar por eso el nivel de trascendencia: «Los tres vértices de la poesía: el amor, la muerte y el tiempo». Ni olvidar ni a los maestros («Muchos de estos versos manriqueños sigo recitándomelos de memoria, cuando necesito darme ánimo, medio en broma, medio en serio») ni a los amigos, a los que este libro reverencia con sutil fervor. A Eloy Sánchez Rosillo le escribirán, sin duda, ensayos más sesudos y homenajes más explícitos, pero no un mejor tributo en la literatura y en la vida.

El tercer motivo para reseñar La fuente en vez de Una fantasía es que de la primera nacen las aguas claras del agradecimiento y la visión limpia de la vida que desembocan en la segunda. El hilo de plata de este libro es una aceptación extrema. Casi con el temblor de un Léon Bloy («Todo lo que sucede es adorable»), Andrés Trapiello repasa su vida y ve que todo le conducía a su poesía y que, por eso, todo ha sido  admirable. Frente a la idiotez del «no me arrepiento de nada», practica un hondo agradecimiento con dolor (y hay dolor) y luz (que salta a la vista). Casi al final del libro, resume: «Conclusión: cuanto me ha sucedido en esta vida me parece que ha sido providencial». A esas alturas, el lector sabe que ninguna palabra está escrita por aproximación ni a humo de pajas. El pulso con que ha mantenido la actitud ha tenido que ser muy firme. Obsérvese: «Cuatro años de universidad. Los más tristes y peor empleados de mi vida, y sin embargo, necesarios en ella, como todo lo anterior». Jamás se queja de lo mucho que ha trabajado: «No diré que la pobreza es deseable, pero en mi caso, de no haber tenido que trabajar tanto, seguramente no habría escrito la mitad de lo que he escrito, y, desde luego probablemente yo no sería la persona que soy». Todo se juzga al amparo de su propia redención. Incluso: «Si lo pienso, nunca he sido tan feliz como cuando me han ido echando de los sitios: del noviciado, de casa de mis padres, del Pce(i), de la universidad, de Pueblo…»

 

También es un libro a su padre. Que fuese él quien le llevase a la fuente que da título al libro no es una casualidad, como nada aquí. Qué importante ha sido para Andrés Trapiello. Un doctorando especialmente audaz tendrá que escribir su tesis sobre esta cuestión. La paternidad es uno de los temas de nuestra época, por supuesto, pero Trapiello la toca con una sinceridad, una pureza, una complejidad y una hondura incomparables. Por eso, el poema «Una certeza» da el tono del libro. Tras soñar con su padre, escribe: «Puedo dar fe del paraíso: existe. / Y que tendré también yo mis coloquios, / cuando ya me haya ido, con aquellos / que dejaré en la vida / y a los que amé en el alma, no lo dudo,/ como tampoco que mi padre vino / ayer a estar conmigo».

 

Esta vez, más que la imagen de un barbero cortando fragmentos con tijeras, al escoger estas frases tanto de la prosa como de los poemas antologados, sin diferencias, me he visto como uno que se acerca a una fuente, hace un cuenco con sus manos y bebe unos buches temblorosos, sin sed, por golosina, de esa agua tan fresca, que mana y corre:

 

 

La poesía que me gusta es la sencilla, la que comprende cualquier persona con algún hábito de lectura.

 

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Vivir es intentar vivir poéticamente

 

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Cuando alguna vez nos tropezamos con un legionario viejo en el Rastro, adonde van mucho, me entran ganas de acercarme a él y darle un abrazo, siquiera por acordarme de Cervantes, un mercenario, y de aquella lejana tarde de Semana Santa en mi pueblo.
Tampoco su himno se me ha olvidado.
Esa fue, creo, la primera vez que tuve consciencia de la tierra, quiero decir, de la muerte.

 

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La naturaleza no es sino el estado más perfecto de la soledad.

 

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El amor en el fondo tenía que ver con la muerte. Era imposible amar mucho sin temer perder ese amor.

 

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[El poema «Eterno retorno»] Con qué vértigo esperaba / que acabaran las clases y deberes / para correr hasta un rincón del patio / donde quedarme a solas con el libro / de mi amado poeta. Le entregaba / mi alma, y le decía: Haz de ella algo noble, que pueda / hablar de sí y del mundo, / que me enseñe a estar solo / o a entregarme a un abrazo, / si me cabe tal suerte.

 

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La poesía es una forma de estar solo y una preparación para dejar de estarlo.

 

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La poesía es una verdad indemostrable.

 

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Mozart escribió a la vez La flauta mágica, la más jovial de sus composiciones, y el Réquiem, la más oscura y angustiosa. Y ambas son bellísimas.

 

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Los verdaderos maestros son aquellos que no te cambian la forma de escribir o tu visión de las cosas, sino la vida, y JRJ. cambió la mía.

 

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La corriente infinita y El modernismo, libros que reúnen la crítica y la autobiografía (¿cómo hacer la una sin la otra?). [Habla en pro domo, y acierta para todos]

 

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[El amor] Y el placer de salir de marcha con los amigos sólo era superado por el placer de volver solos a casa.

 

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El poeta era ante todo un corazón al desnudo y el modo de mostrarlo sin traicionarlo.

 

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Hablo de mí porque temo a la muerte.

 

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Siento decirlo de este modo romántico y grandilocuente, pero no se me ocurre otro más corto.

 

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Cuando publiqué Junto al agua, me elogiaron mucho la tipografía. Cuando publiqué mis primeros ensayos, empezaron a elogiar mis poemas. Aparecieron las primeras novelas, y les tocaron los elogios al ensayo. [Le pasa como a Pemán, que también se dolía sonriéndose o se sonreía doliéndose de la admiración descompensada]

 

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Si por mi fuera llevaría la vida que he llevado, perfeccionada.

 

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Aún en medio de la prosa, solo he vivido para la poesía, únicamente he tratado de vivir lo más poética que he podido, sin preocuparme gran cosa si la prosa se oía más que la poesía. Como quien juega al ajedrez dos o más partidas simultáneas.

 

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Subid cuánto queráis, negras mareas:
somos ya inexpugnables.